San Pantaleón
Uno hace pronósticos y se queda corto, aunque sean pronósticos hacia atrás. Decía yo que andamos aún queriendo desembarazarnos del siglo XIX. San Pantaleón va, viene, coge, pilla, agarra y me castiga, licuándose. El milagro madrileño data del XVII, de modo que me quedé corto en dos siglos, retropronosticando. Cien mil personas acuden a venerar la sangre de San Pantaleón, aquí en Madrid, como todos los años. O sea que también "aquí está el verdadero sentir del pueblo español". Y digo español porque las licuaciones vicarias y adheridas, según informa el convento, llegan por correo y teléfono de todas partes, hasta de Italia, Francia y Portugal, países sureño / ribereños en que, como en España, todo el mundo se licúa con estas calores. Un fisiócrata librepensador diría que, con 40 grados a la sombra, la cosa no tiene mayor milagro, pero los fisiócratas andan estos días en huelga y el último librepensador es Emilio Romero.
El monasterio de la Encarnación ha expuesto la reliquia. Se trata de un milagro como menstrual, pero de un menstruo anual, y doblemente milagroso por producirse en sangre macho. La tradición sigue siendo más verdad que la actualidad: cuánto unisex quisiera alardear hoy de semejantes desarreglos. A las horas que escribo esta columna, la sangre del santo habrá vuelto a su estado sólido, como viene ocurriendo durante siglos, salvo en la guerra del 14, en la civil del 36 y (dicen) el año de la legalización de Carrillo, lo cual que ayer he almorzado con él. O sea que se trata de un milagro muy politizado.
¿Y cómo quieres, admirado Cueto, desde tus hondos balnearios, que los columnistas no nos licuemos cotidianamente en sangre, sudor y lágrimas políticas si hasta los santos licúan según legislatura? San Pantaleón es un barómetro de sangre, como el capuchino de anuncio que teníamos en el cuarto de la infancia, pero sólo trabaja la meteorología política. Ha hablado uno aquí, asimismo, de la guerra de las alegorías, que es la sangrienta y entretenida guerra de este verano (la sangre de los españoles se está licuando colectivamente todo el año, por una bandera o un rescate), y ninguna alegoría tan española como la de San Pantaleón, que metaforiza esa licuación / solidificación de toda la sangre nacional, en guerras civiles, pronunciamientos y asonadas, varias veces por siglo. Las agustinas recoletas, santas mujeres que se eligieron recoletas precisamente por no licuar, guardan esta reliquia. Ya hay gente, como he dicho antes, y según informa el propio convento, que hasta licúa por carta o por teléfono. En Inglaterra, como sólo son protestantes, cada vez que quedaba embarazada la reina, se registraban miles de embarazos psicológicos. Cada pueblo alcanza sus niveles de espiritualidad. Nosotros se ve que estamos en el más recoleto. En Nápoles, que es el Madrid italiano, tienen a San Genaro, un santo que también licúa, y hasta tres veces al año, con lo que se aproxima más a los ciclos lunares acostumbrados. Ahora que la izquierda / derecha habla de la tercermundización de España (cosa que quizá convendría a Reagan, a Andropov e incluso a Fraga, pero que no va a darse), estos milagros debiera auditarlos Boyer, por si conviniese expropiar / nacionalizar a San Pantaleón, que es un santo de peaje hacia el cielo, pero que, de paso, a las recoletas les desgrava mucho.
Ruiz-Mateos, apóstol y mártir (no confesor) del martirologio / Escrivá, también se licuó un día, milagrosamente, cuando parecía tan sólido, y en seguida ha abierto capilla en Londres.
Respetemos a San Pantaleón, alegoría de lo que ocurre en el siglo. Su sangre es la manera de declararse en suspensión de pagos. A Olarra, sin ser santo, también le pasa.
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