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Crítica:FESTIVAL DE JAZZ DE SAN SEBASTIÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una de paradojas

Ya está en plena y agitada marcha el Festival de Jazz de San Sebastián. Por méritos muy trabajados y bien adquiridos ese festival constituye la manifestación jazzística con más enjundia de las que se celebran en la Península" y este ánimo de mantener lo conseguido y mejorarlo en lo factible lleva a la organización hacia una clara modernización programática, sobre todo si se compara con las reuniones de corte similar que se celebran en otros puntos.Un ejemplo verificador de la decisión apuntada lo constituye traerse al cuarteto de Jan Garbarek para abrir las sesiones de la presente edición. El saxofonista noruego desata por' estos pagos comportamientos bien diversos e incluso francamente contradictorios. En sus dos últimas actuaciones en Barcelona (octubre del 82 y hace tres semanas escasas) quedó mucho público en la calle con ganas de oírlo. Aquí en San Sebastián se aproximaban bastante a 6.000 los pares de oídos dispuestos a prestarle su atención. En contrapartida, no es raro ver cómo buena parte de los viejos aficionados que se sienten con la obligación de no perderse nada que tenga que ver -de cerca o de lejos- con su amado jazz, y no pocos críticos, especialistas y eruditos cogen el camino del bar cuando Garbarek apenas acaba de aparecer en escena.

Jan Garberek Quartet y Archie Shepp Quartet

XVIII Festival Internacional de Jazz de San Sebastián.Palacio Municipal de los Deportes. San Sebastián, 21 de julio.

Son cosas de difícil compaginación para un observador puntilloso, pero ese loco mundo del jazz hace algunos años que viene apuntándose en sus hechos y sus hombres al reino de la paradoja.

Garbarek, el bajista Eberhard Weber, el guitarrista Ross Traut y el batería Michael di Pasqua ofrecieron una perfecta exhibición de cuál es su personal idea de la cosa, con sabiduría y aciertos musicales indiscutibles, apoyados en una espléndida sonorización que permitía captar en todos sus matices el encaje de bolillos musical que producen. Pueden arrancar de un tema folklórico danés tocado con flauta, pasar a una música subacuática, sin solución de continuidad, arrancarte de la inmersión y trasladarte a zonas etéreas para acabar perdiéndose luego en un arrebato arrabalero a lo Astor Piazzola.

Todo esto lo ofrecían con un montaje de luminotecnia que sin duda alguna potenciaba su concepto de un concierto de jazz a la ECM: sinfonía en la que se empastan sucesivas atmósferas acústicas y en buena medida visuales.

En la segunda parte de esta velada de apertura las cosas podían rodar por terrenos bien distintos. Y así fue, aunque ni por asomo por los más razonablemente previsibles a prior¡. Archie Shepp montó uno de aquellos cirios típicos en ocasiones similares y a punto estuvo de que el público la acabara liando. Pero esa noche su tío había justificado lo que él hacía injustificable, era ya mucha la gente que había ido desfilando hacia la calle durante la última media hora del concierto y los cada vez más insistentes abucheos no llegaron al río.

Unos inexistentes y gratuitos problemas de cobro -¿cómo pueden organizarse 18 ediciones de un festival de esa talla sin pagar a los músicos, míster Shepp?-, un exceso de alcohol y pocas ganas de trabajar dieron al traste con la esperada exhibición Shepp. El saxofonista tocó once minutos, discurseó otros tantos y estuvo ausente de escena el resto.

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