El menú a la rusa de las hermanas Consolata
En el refectorio hay mesas hasta para 80 personas, pero ellos unieron varias y cogieron una docena de sillas. Los doce dirigentes comunistas, encabezados por su secretario general, Gerardo Iglesias, tomaron asiento. Los doce apóstoles de una sagrada cena de estaño, en relieve, con la leyenda El pan nuestro de cada día, colgada de la pared, contemplaron el menú que habían preparado las monjas para la directiva del PCE: ensaladilla rusa y filetes rusos con pimientos.Los comunistas, que debían elaborar un documento para estudiarlo en el comité central, pensaron en el Seminario Juan XXIII, de La Moraleja, por su proximidad a Madrid y porque había plazas libres. El precio, mil pesetas diarias por persona, pensión completa, les pareció una ventaja más. No era, por lo demás, nuevo que dirigentes del partido hicieran reuniones en iglesias y conventos. Uno de los asistentes, el secretario general de CC OO, Marcelino Camacho, recuerda que "cuando nos detuvieron a los del Proceso 1001 estábamos, precisamente, en el convento de los oblatos, de Pozuelo de Alarcón", donde cayó también Nicolás Sartorius, asistente, asimismo, al internado que han mantenido los doce de sábado a lunes.
Iglesias, Sánchez Montero, Sartorius, Frutos, Romero Marín, Alcaraz, Pla, Camacho, Solé Tura, Curiel, Claret y Antoni Gutiérrez dormían en una habitación de dos camas cada uno, de la que al final salían ya en zapatillas, para no turbar la paz del recinto. Desayunaban a las 9.30, "con mantequilla y dulces de los botes", según la encargada de las Hermanas Consolata, quien explica que ellas no supieron quiénes iban a ser sus huéspedes hasta que los tuvieron delante y responde a la pregunta de cómo se portaron los comunistas diciendo que "con nosotros, normal. No hemos tenido ninguna diferencia en el trato con ellos por que fueran esos personajes". Quizá por esa creencia en su condición de personajes les comentaron que "ustedes estarán acostumbrados a comer cosas mejores", mientras ellos se deshacían en halagos de la cocina casera.
La comida, acercada por una hermana en un carrito y servida por los propios comunistas, que después recogían la mesa, según comenta Andreu Claret, era puntualmente a las dos y la cena, a las nueve. Sólo un té o café con galletas a las seis interrumpía los trabajos, en régimen de internado, de los dirigentes del PCE, cuyo único descanso eran los paseos por el bosquecillo de encinas colindante, excepción hecha de los novillos nocturnos del vicesecretario Curiel, el catalán Paco Frutos y algún otro dirigente, que realizaban sus escapadas como en las mejores épocas de los ejercicios espirituales.
Enrique Curiel se enternece al recordar a la monjita que, sabedora de que no le gusta la sopa, le procuraba "verduritas frescas, cocidas, con aceite y vinagre" y afirma que el gazpacho del seminario era especialmente bueno. "Las hermanas y los frailes han sido gente cariñosísima con nosotros, gente muy amplia de criterios", dice Curiel. "Después de un ligerísimo incidente, provocado tras la salida en EL PAIS de la foto de nuestra reunión, que hizo llamar a un representante de un diario de la mañana de Madrid indignado porque allí, en el seminario, hubiera comunistas, estuvimos hablando de los problemas del integrismo en la Iglesia y ello provocó una mayor comunicación entre las hermanas y nosotros".
Las monjas, tras la reciente generosidad papal con el diario Ya, debieron alarmarse ante lo que considerarían un toque directo del Vaticano. Miguel Angel Velasco, jefe de información religiosa del periódico católico, dijo que "sólo llamé para saber si la reunión era allí", y no dio importancia a que, después, el Ya no publicara información alguna al respecto. "A mí, personalmente, no me llamó ningún miembro de la Conferencia Episcopa", añadió. Preocupado ante la inquietud de las monjitas, el secretario general del PCE, Gerardo Iglesias, llamó el lunes, de asturiano a asturiano, al presidente de la Conferencia Episcopal, Gabino Díaz Merchán, quien restó importancia al incidente y aludió a la hospitalidad de la Iglesia. Las Hermanas Consolata respiraron tranquilas.
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