La 'siguiriya' rota
Carmen Linares cerraba el espectáculo, celebrado en Pozuelo de Alarcón (Madrid), con Pepe Habichuela a la guitarra. Y cantó como los ángeles. Pocas veces la he oído tan plena de facultades, con esa fuerza, espléndida de voz, inspirada, casi, casi, en estado de gracia. Tras las alegrías iniciales, dichas por derecho, se fue sin más a la altura de la malagueña, que desarrolló brillantemente en dos coplas rematando por verdiales; es un estilo que Carmen no suele prodigar, por lo menos últimamente, de extrema dificultad pero también de una gran belleza.Y las siguiriyas, con martinetes de introducción. Hace falta mucho valor y seguridad en las propias posibilidades para cantar a palo seco en un espectáculo popular veraniego, que desde luego no suele tener el auditorio idóneo para estos géneros duros y hasta ingratos. Géneros que pueden darnos la medida de un cantaor; Carmen los hizo con la grandeza de los verdaderamente grandes, sin subterfugios, vaciándose en cada tercio, desasistida de cualquier apoyo que no fuera del austero toque del Habichuela.
Y fue entonces cuando en un sector de la concurrencia -por lo demás muy correcta toda la noche- se produjo uno de esos altercados tontos que acabó con el espectáculo, a causa de la impertinencia de un espectador.
La velada, celebrada en Pozuelo de Alarcán (Madrid), una de las previstas por el Gobierno autónomo de Madrid para las fiestas veraniegas en diversas localidades de la provincia, había transcurrido por cauces de dignidad artística considerable. Abrió el baile de Cuqui Fierro, una bella estampa rubia no usual en el flamenco; hizo siguiriyas y romeras en una línea muy medida, sin alardes espectaculares, contenida, entrañada; átrás la acompañaron el guitarrista Antequera, muy eficaz, y Talegón de Córdoba, un cantaor que me convencería más si no colocara la voz permanentemente en una tesitura altísima de exacerbada agudeza que llega a fatigar.
Ramón El Portugués cantó por soleares, por siguiriyas y por bulerías, es decir, los estilos más característicos gitanos. Ramón puso la pasión habitual en él, convincente, rompiendo la voz de rajo antiguo, buscando los sonidos negros. Todo lo contrario que Enrique Orozco, un veterano cantaor de extrema delicadeza, intimista, en aquella línea dulcísima que hacía de manera ejemplar el inolvidable Bernardo El de los Lobitos.
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