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Reportaje:

'Belle de jour' a la española

Las dificultades económicas, coartada del marido para prostituir a la esposa

Carmen, 40 años que no se dibujan aún en su rostro discretamente maquillado, observa cómo el semáforo de peatones va a cambiar a la luz verde. Cuando alcanza la acera contraria, se encamina hacia la boca de metro con paso ligero acentuando su envidiable figura y dejando tras de sí una estela de miradas convocadas por una larga melena rubia. Regresa a su casa tras intervenir en la vista de su solicitud de separación de Juan. Ante el funcionario que suplía al juez, ha acusado a su marido de malos tratos y abandono económico. Hace más de 10 minutos que se ha despedido de su abogada y las lágrimas, teñidas de rimel a juego con sus ojos azules, resbalan aún por las mejillas. Llora de rabia por no haberse atrevido a contar la verdadera razón que la impulsa a huir de la compañía de su esposo: Juan la obligaba a prostituirse para completar los ingresos a que aspiraba y que su sueldo no le proporcionaba. Carmen no se llama Carmen, pero su historia es tan real como las de otras miles de esposas que han visto a su marido convertirse en su macarra. El miedo a perder la custodia de sus hijos le ha impedido hablar ante el juez; el pánico a que su vecina, su portera, sus familiares, lo sepan todo, le aconseja disimular su verdadera identidad.Sentada en el último vagón del metro, recuerda los dolorosos detalles de su experiencia como prostituta, los que no ha contado al juez y que le pesan como una losa en lo más profundo de su conciencia. En un momento, cuando ha reecontrado a Juan en la sala su memoria ha pasado revista a los 20 años de matrimonio, deteniéndose en los últimos años. De los anteriores, poca cosa hay que contar, salvo "que me fabricó cinco hijos sin que yo quisiera ninguno". A pesar de que tras cada embarazo lloraba y suplicaba a su marido que fuera el último, sus tres hijas y los dos niños se han convertido en su razón de vivir.

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Juan, 41 años, "guapo", admite Carmen, ha trabajado como vendedor en diversas empresas, la última de ellas del sector de los electrodomésticos. La familia vivía en un cómodo piso del Guinardó, haciendo honor, al menos cara al vecindario y a los amigos, a lo que se conoce como un matrimonio feliz. Él presumía de mujer guapa en las reuniones sociales y ella se esforzaba en parecerlo. En casa, las 8.000 pesetas semanales que le asignaba el marido, exigían auténticos malabarismos para cubrir las necesidades.

La doble vida

Todo cambió a partir de una noche que no consigue situar exactamente en el tiempo. Juan llegó a casa y le soltó un rosario de recriminaciones. "No sirves para nada", "eres una tonta", "una inútil", le dijo. A la presión psicólogica, siguieron los golpes. Y a los golpes, las restricciones en la asignación. El miedo se apoderó de Carmen. Cuando Juan se enteró de que tomaba calmantes, la amenazó con llevarla al psiquiatra. Y tras una escena propia de un melodrama, con constantes referencias a la miseria de la economía familiar, le sugirió que saliera a trabajar. Se ofreció a buscarle empleo. Al día siguiente, se lo había encontrado. Cuando le indicó que debía trabajar en un bar de camareras. Carmen rompió a llorar y juró que no lo haría. La coaccionaron dos bofetadas y la amenaza de contar a todo el mundo que ella era una prostituta y él un marido engañado, y que conseguiría el divorcio y la tutela de los hijos con un informe de un psiquiatra que demostraría que estaba desquiciada. El bar, propiedad de un amigo, estaba situado en el otro extremo de la ciudad. Juan la llevaba en su R-18 y ella debía espabilarse para volver, de madrugada. Su rostro gesticula con señales inequívocas de asco cuando relata su propia versión, a la española, de la protagonista de Belle dejour, la película de Buñuel que Carmen no ha visto nunca. "Aquellos tipejos, señores respetables, me obligaban a beber una y otra vez, regresaba* a casa enferma". La proposición de prostituirse no tardó en llegar. "Acostarse con otro hombre y cobrar por ello no es ningún crimen", le espetó Juan. "Además, yo soy muy moderno y no me parece mal". Entonces le comunicó que a partir de aquel momento su ya ridícula asignación para mantener la casa quedaba anulada. Él mismo le buscaría los clientes fijos, por supuesto, conocidos suyos, dado que hacer la competencia a las organizadas es peligroso. Así vivió unos largos meses de doble vida. De día, modélica ama de casa; de noche, prostituta. Ni sus hijas conocen la verdad. "Me moriría". Carmen había sido educada para casarse con un príncipe azul. De escasa formación, sabía, eso sí, ponerse guapa para disimular los golpes de su marido y enterrar la vergüenza que noche tras noche sentía al abandonar una cama que no era la suya. Tardó mucho tiempo en armarse de valor y decidirse por la separación. Una amiga le confió su secreto, idéntico al suyo, y le animó a exponer el caso a una abogada que le aconsejó iniciar los trámites legales. Juan encolerizó. "Haré estallar el escándalo, todos sabrán que eres una puta". Le siguió una paliza más fuerte que las habituales.

Acostumbrada a las estrecheces monetarias, Carmen y sus cinco hijos han sobrevivido, a la espera de la decisión del juez. Ella se ha visto obligada a seguir con sus clientes para vivir y ahorrar las 200.000 pesetas que cuesta un proceso de separación. Nadie sospecha nada. La portera, que la saluda con cierto retintín, alude con ello a sus problemas conyugales, "habituales en estos tiempos", pero ignora la tragedia de Carmen. Sus hijos le han jurado "que no pedirán comida, ni llorarán", pero .no queremos ir con papá". Papá no demostró, en el juicio, ningún interés en vivir con ellos.

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