Jordi Sabatés propone una invocación romántica de Scott Joplin, creador del 'ragtime'
La controversia entre 'jazz' y música clásica queda reducida, para el pianista, a una frustración
Jordi Sabatés lleva ya años con una misma trayectoria y, sin embargo, es imposible definirlo. La gente del jazz habla de él como de un clásico, la de clásica le califica de jazzman. Sabatés no sabe -y tampoco aceptaría decirlo si lo supiera- cómo definirse. Su última producción es un disco que invoca a Scott Joplin, el creador del ragtime. Y no constituye eso un hecho insólito en su carrera, sino un paso más. Ya le dedicó en otro elepé algunas consideraciones. Y lo que hace Jordi Sabatés consiste, en definitiva, en "autocrearse sus propios antecesores". Se considera un romántico y, sin querer parecer desorbitado, procura borrar los complejos que acuñaron Joplin y sus seguidores: "El ragtime no es, tal como se acostumbra a oír, una pieza rápida y fría. El regusto a pianola ha deformado lo que podía o iba a, ser el ragtime. Oscar Wilde explica cómo en los anuncios de los burdeles de Nueva Orleans, en los que solían tocar los hombres del jazz, se recomendaba fervorosamente 'No disparar contra el pianista, pues lo hace lo mejor que puede', y es cierto, porque muchas veces se trataba de buenos compositores, pero de pésimos instrumentistas".La idea de ruptura o, por el contrario, de franca comunión entre música clásica y jazz es la que flota a lo largo de las interpretaciones que Jordi Sabatés da en su disco de¡ ragtime. Explica cómo esta suerte de música surgió en un momento de la historia en que lo que se necesitaba era marcha, un buen golpe con el que ser capaz de darle la vuelta al decadentismo de finales de siglo. Quizás, y como Adorno lo señala en su Moda sin tiempo, Brahms marcó una frontera insuperable entre romanticismo y decadencia. Frontera leíble y explicable por lo que tiene de impermeabilidad a posibles nuevas adaptaciones. La tan controvertida imagen de la incompatibilidad entre Europa y América no es tan cierta si se tiene en cuenta que se trata casi exclusivamente de un problema de tradición: "Todos tenían sus propios complejos y jugaban a imitarse los unos a los otros, Stravinski en su Consagración de la primavera, o Debussy en Plus que lente creían en eljazz y lo utilizaban, los jazzmen americanos se perdían buscando a su Palestrina".
También fue Oscar Wilde quien señaló que, pura paradoja, la más vieja tradición americana es preciIsamente la de ser joven. "Tenían cantidad de músicos con garra", continúa Sabatés, "pero lo que ellos querían era conservatorios de música y niños prodigio. Scott Joplin, por ejemplo, se empeñaba en querer hacer su música como si se tratara de valses de Chopin. El resultado era genialmente hortera".
'Ragtimes' románticos
"Esto ya lo toqué mañana", dice el Johnny de El Perseguidor (Charlie Parker), de Julio Cortázar, a Miles Davis. Al margen de la perseguidora vida a que se sometió e saxofonista, su equívoca frase pue de servir como metáfora de lo que es improvisación en eljazz. Existe toda una leyenda que, con lo que lleva de verdad encima, arrastra grandes errores sobre la riqueza expresiva del jazz, sobre sus míticos músicos con diamantes incrustados en los dientes o en la rodilla, sobre la drogadicción y el impulso creativo de los jazzmen, que hace imposible relacionarlos con la racional intelectualidad de la música europea. "La fusión perfecta era imposible, otra cosa sería hablar del eclecticismo de un Gershwin, porque es verdad: no existía tradición. Los jazzmen conseguían verdaderas maravillas musicales pero casi siempre se les notaba su obsesión por querer redimirse y parecer más serios y elegantes, europeos, en definitiva".Ahí, precisamente, estriba el interés de la labor de Jordi Sabatés romper con estas versiones legen darias. Por un lado, se comprende que quiera devolver a las piezas de Scott Joplin todo el romanticismo que él quiso darles en su imaginación, pero que fue incapaz de plasmar en sus recitales o grabaciones "Utilizo el piano como instrumento romántico por excelencia, usando y abusando, si se quiere, de los pedales y, sobre todo, recuperando lo que él mismo anotó en el principio de sus partituras: el tempo di marcia, mucho más lento de lo que se acostumbra a tocar". Sabatés explica que una de las razones que motivó que se aligerara el tiempo del ragúme es el ciñe mudo: "Se utilizaba la música de jazz con un aire de provocación y para resaltar las imágenes córnicas".
El resultado conseguido es sorprendente. Maple leaf rag, de Scott Joplin, se convierte, a través de la interpretación de Sabatés, en una pieza oíble en la que uno se olvida de que fue, y es aún, historia. El hecho de no respetar una imagen, aceptando las frustraciones del compositor americano, el hecho de "crearse sus antecesores" a la medida de sus propios intereses, convierte quizás a Sabatés en un verdadero historiador del jazz.
Revulsivos integrados
"He intentado entablar un posible diálogo a través del tiempo con el autor de Maple leaf rag", dice Sabatés en su nota de presentación del disco. Y para ello utiliza La escuela de Ragtime, un conjunto de seis ejercicios muy cortos en los que se plantean todas las dificultades del rag y en las que se hace patente la presión romántica: "Es un poco como la reinvención del Quijote que hizo Pierre Menard, el personaje de Jorge Luis Borges: ver la parte secreta del poeta simbolista que, en mi caso, se convierte en averiguar la cara oculta de Scott, lo que sus complejos no le permitieron conseguir". Este diálogo a través del tiempo, establecido entre autores con 80 años de distancia, se convierte, forzosamente, "en una conversación sobre el alejamiento que es, en última instancia, el único capaz de acercarnos".Sabátés ya mantuvo este diálogo sobre el alejamiento con Debussy (la suite Childrens Corner) y con Mompou (la Cançó nº 6). "Lo que pasa es que no se nos permite hablar con los compositores que están muertos. Se dicen de Debussy, de Stravinski o de Satie cosas absolutamente sorprendentes, se les ha convertido en unas verdaderas momias que se integran a la perfección en el modelo de cultura seria. Si Satie pudiera ver tal como se le interpreta en el Palau de la Música, por ejemplo, no comprendería nada de nada. Ellos fueron verdaderos revulsivos en su momento y hoy se les trata de honoris causa". De ese error, que supone la utilización inmediata de un producto cultural como arma de provocación, para luego integrarlo en las filas de la oficialidad, es del que Sabatés pretende huir. Por eso reclama para sí el derecho a no clasificarse en ninguno de los terrenos musicales; por eso, también, si cabe, reivindica el derecho a no ser enseñado: "Durante la Edad Media no había escuelas, pero eran capaces de hacer unas catedrales maravillosas. Fue en el Renacimiento cuando empezaron a complicarse las cosas. El Renacimiento es siniestro porque marca la legalización de la técnica".
Satie, como Picasso, Stravinski o Scott Joplin y otros muchos iban a sacudir lo que quedaba de Brahms incluso sin darse cuenta de ello: "Ellos iniciaron el siglo XX, rompieron con el sentido moral y del honor dieciochesco. Scott Joplin no sabía ni quién era Scott Joplin ni qué se llevaba entre manos, pero quizá, hoy, nosotros podamos saberlo si aceptamos que invocar su labor quiere decir cambiarla, no reproducirla simplemente". Así, y voluntariamente, el tanto por ciento que corresponde a Sabatés en The ragtime dance, es bastante alto.
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