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Contadora, cinco meses después

Contadora es una isla panameña de 7,5 kilómetros cuadrados, en el océano Pacífico, que se llama como se llama porque en ella se encontraban y se contaban durante la colonia las perlas conseguidas en los mares vecinos. A principios de este siglo se convirtió en un paraíso secreto de millonarios gringos y terminó por ser uno de los sitios más famosos del mundo cuando allí encontró refugio el sha de Irán pocos meses antes de morir. En la actualidad su vieja imagen de guarida de lujo ha sido sustituida por otra que muy bien podría convertirse en el símbolo de una vida mejor para la América Central. Sin embargo, transcurridos cinco meses desde que se reunieron por primera vez en Contadora los cancilleres de Colombia, México, Panamá y Venezuela, no es fácil todavía establecer sin duda alguna si tanto esfuerzo ha valido la pena.Los logros de Contadora, en realidad, han sido demasiado sutiles para que se les considere como noticia grande en medio de los acontecimientos bárbaros que ocurren a diario en este mundo. Ha sido casi una labor de hormiguitas solitarias asediadas por los intereses contrarios de las partes comprometidas en América Central y por el escepticismo sustentado por tantos tiempos de desengaños. La Prensa de Colombia, que debía ser una de las más atentas a las vicisitudes de Contadora, no le ha prestado tanta atención como la de otros países, y ha sido, sin lugar a dudas, la más incrédula. En privado, muchos colombianos de los que hacen opinión apenas si consideran los esfuerzos de Contadora como algo que merezca desperdiciar palabras en un cocktail, y no falta quien considere la participación de Colombia en esa empresa como una aventura de consolación de un presidente idealista que no logró hacer oír la música de la paz en su propio país y resolvió irse con ella para otra parte.

Sin embargo, un examen cuidadoso de las condiciones de América Central en estos cinco meses permitiría pensar, con muy escaso margen de dudas, que los logros de Contadora no sólo son positivos, sino en cierto modo espectaculares. Y no tanto por lo que se ha conseguido que suceda en América Central, que quizá no es mucho, como por lo que se ha logrado que no suceda. Por lo pronto, Estados Unidos no ha enviado tropas regulares a El Salvador, ni ha invadido a Nicaragua, ni ésta está en guerra con Honduras y Costa Rica, ni el presidente Reagan ha podido hacer lo que le da la gana, frente a las reticencias del Congreso y la inconformidad creciente de su opinión pública. Uno tiene derecho a preguntarse, y los periodistas tenemos por lo menos la obligación de tratar de averiguarlo, hasta qué punto los trabajos de Contadora han tenido que ver con esas verdades históricas.

El pasado 8 de enero, cuando los cancilleres de Colombia, México, Panamá y Venezuela se reunieron por primera vez en Contadora para examinar los factores de conflicto en América Central y el Caribe, no menos de 18 iniciativas de arreglo negociado habían sido echadas al canasto de la basura. El presidente del Gobierno español, Felipe González, había dicho en privado que el fracaso de tantas y tan meritorias iniciativas se debía a que, más allá de sus buenos propósitos, ninguna de ellas proponía un método concreto para ponerlas en práctica. En aquel momento era casi de dominio público que Honduras se estaba prestando como base para una invasión de opositores a Nicaragua, entrenados y abastecidos por Estados Unidos, a pesar de que el presidente, Suazo Córdova, se había comprometido ante el mundo a que su país no levantaría nunca un arma contra sus vecinos. Al sur, la democrática y pacífica Costa Rica, que tanto se ha preciado de no tener un ejército de soldados, sino de maestros de escuela, no sólo hacía la vista gorda ante los grupos antisandinistas que actuaban con toda libertad desde su territorio, sino que en algún momento pareció dispuesta a crear unas fuerzas armadas capaces de enfrentarse a Nicaragua. El presidente, Luis Alberto Monge, le dijo por aquellos días a un diplomático que la situación económica de su país era tan desesperada que no encontraba cómo resistir la presión de Estados Unidos para que tuviera una participación beligerante en aquel pleito infernal de vecinos. Nicaragua, por su parte, se armaba para la defensa con un potencial de guerra que la hundía cada vez más en su círculo vicioso: si no se armaba sería destruida, y si se armaba, como lo estaba haciendo -con, armas conseguidas donde pudiera y como pudiera-, daba un pretexto más de los muy pocos que necesitababa Estados Unidos para señalarla como un fortín soviético en el Caribe. "Lo que más nos molesta", dijo por esos días un miembro de la Junta de Gobierno de Nicaragua, "es que todo esto nos fuerza a actuar contra nuestros propósitos de economía mixta y pluralismo político". En El Salvador, mientras la guerrilla ganaba terreno contra unas fuerzas armadas corruptas y desmoralizadas, el Gobierno del presidente Reagan sólo esperaba un pretexto -como el de Pearl Harbour, en el Japón, o como el del golfo de Tomkin, en Vietnam- para que el Congreso y la opinión pública admitieran una intervención directa. Ésa era la situación explosiva, el pasado 9 de abril, cuando el presidente de Colombia, Belisario Betancur, tomó la decisión imprevista e imprevisible de visitar en 24 horas a los otros tres presidentes del grupo de Contadora.

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Por qué cedió a este impulso intempestivo el presidente Betancur es quizá un secreto que sólo conoce su almohada. Sus consejeros más cercanos no compartían su optimismo, y mucho menos ante el proyecto original, que era el de visitar también a los presidentes de los cinco países en conflicto. Un argumento de peso fue que aquel viaje iba a parecer una mala copia de la gira reciente le infortunada del Papa por América Central. El mismo Betancur ha dicho que su decisión era más que coherente: su preocupación primordial es la paz, y la paz es una sola, dentro y fuera del país. Sea cual fuere el incentivo inmediato de aquella iniciativa, lo cierto es que le dio un vuelco completo a la política exterior servil y chambona del Gobierno precedente, convirtió a Colombia en un protagonista real de la historia de estos tiempos y le dio a Contadora un contenido concreto y el método que les había hecho falta a las tentativas anteriores.

Hay razones para pensar, en primer término, que fue la mediación del grupo de Contadora la que consiguió que Costa Rica y

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