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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Desavenencias comunistas

DESDE SU X congreso, celebrado en julio de 1981, el PCE vio agudizada su crisis interna, iniciada con la decepción producida por los resultados electorales de 1977 y 1979, que situaron a los comunistas, principales protagonistas de la oposición contra el franquismo, a considerable distancia del PSOE. Durante el otoño de 1981, la disolución del Partido Comunista de Euskadi, la expulsión de los representantes más destacados de la corriente renovadora y la purga de concejales del Ayuntamiento madrileño intentaron contrarrestar el malestar de las bases militantes. El tratamiento punitivo de los síntomas también sustituyó en esta ocasión a la investigación de las causas.Los hechos son tercos, y los demonios arrojados por la puerta terminan por regresar al hogar a través de las ventanas. La catástrofe electoral del PCE en las elecciones generales mostró la distancia que separaba a la sociedad española de los análisis, planteamientos y proyectos de la dirección encabezada por Carrillo. Tras el fracaso del 28 de octubre, la dimisión del secretario general y la designación de Gerardo Iglesias para sustituirle abrieron una nueva dinámica. La revisión de la estrategia del PCE durante la transición, el replanteamiento de las relaciones entre los militantes y los movimientos sociales, la actitud de apoyo crítico al Gobierno González, el acercamiento a los expulsados o discrepantes y las nuevas pautas de funcionamiento de la organización frenaron la hemorragia de votos y de militantes sufrida por los comunistas. Las elecciones municipales y autonómicas del pasado 8 de mayo probaron, con la frialdad de los números, que Gerardo Iglesias no se había equivocado en el diagnóstico y en la aplicación de los primeros remedios.

Los desafíos a los que tendrá que hacer frente el Gobierno González a lo largo de la legislatura abren a los comunistas la posibilidad de aprovecharse del desgaste en el poder de los socialistas y de ocupar en la izquierda un espacio político y social mayor. Las consecuencias sociales de los planes de reestructuración industrial pueden desviar hacia el PCE el descontento o la frustración de áreas geográficas o estratos sociales determinados. La confusión del Gobierno socialista respecto a la salida o la permanencia de España en la OTAN puede facilitar a los comunistas un protagonismo mayor -con independencia de la veracidad o de la sinceridad de sus posiciones- en los movimientos por el desarme, la paz y la distensión entre los bloques. La acentuación del momento autoritario en el ejercicio del poder, la adjudicación al Ministerio del Interior de la protección de los derechos humanos y el mantenimiento o el crecimiento de las magnitudes de paro pueden encauzar, asimismo, algunas aguas socialistas hacia el molino comunista.

En ese panorama la ofensiva desencadenada por Santiago Carrillo en el pleno del comité central ha sido casi sorpresiva. El veterano político, que ha sacado del baúl de los recuerdos un atroz vocabulario, lanzó un virulento ataque contra Iglesias, fundamentado en los estereotipos acuñados durante la época en que la aversión a los socialistas (denostados ya entonces como "socialfascistas" o "socialtraidores") y la devoción por la Unión Soviética eran las señas de identidad primarias de los comunistas. Tomando como pretexto la subida al poder de Andropov, Carrillo ha iniciado un acercamiento a los planteamientos del Pacto de Varsovia. Propone también la abierta confrontación de los comunistas con el Gobierno socialista, descalificado como representante de las clases dominantes españolas y como aliado de Estados Unidos. Para que esas denuncias sonaran verosímiles, el ex secretario general del PCE tendría que justificar su luna de miel con los Gobiernos de Suárez, su defensa de los Pactos de la Moncloa y su anterior aceptación de las bases norteamericanas en España.

La situación reintroduce en el PCE el espectro de la desunión, el cisma y las luchas intestinas, factor que causó la baja de muchos militantes y votantes comunistas, aburridos ante incomprensibles debates bizantinos que ocultaban una simple lucha por el poder. La reunión del Comité Central del PCE finalizó con la derrota, aunque no abrumadora, de Santiago Carrillo. Éste podría encontrar eco en los militantes prosoviéticos y en sectores sociales a los que la crisis económica empuja hacia la desesperación. Él habla ya claramente de ruptura para el caso de que sus nuevas tesis no sean seguidas por todos sus camaradas. El fantasma de la escisión amenaza, de esta forma, al proyecto de renovación encabezado por Gerardo Iglesias.

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