Alarma en la economía
HACE TAN sólo unos meses, el Banco de España creyó posible un crecimiento de la economía española para 1983 del orden del 2%, compatible con una tasa de inflación del 11 % y un déficit de unos 2.500 millones de pesetas de la balanza de pagos por cuenta corriente (esto es, el saldo de las operaciones de mercancías, servicios turísticos y cobro y pago de intereses por las reservas y la deuda exterior). Sin embargo, el curso de los acontecimientos y las informaciones hoy disponibles parecen desmentir esa optimista hipótesis de trabajo. El reciente discurso del gobernador del Banco de España, pronunciado con motivo de la presentación del informe anual de la entidad, no hace sino confirmar esos temores: "No disponemos del tiempo necesario para mantener el ritmo al que el gradualismo ha venido siendo practicado. Necesitamos hacer más rentable y competitiva la economía, como condición inexcusable para que pueda reanudar su crecimiento y la generación de puestos de trabajo".El alarmante retroceso del sector exterior está situando a la economía española en los umbrales de un programa de saneamiento del sistema productivo que haga sentir sus efectos con mayor dureza sobre las economías individuales y domésticas. Del discurso del gobernador del Banco de España se desprenden claramente algunas líneas generales de actuación, orientadas en tal dirección. A la necesidad de reducir rápidamente la tasa de inflación mediante una moderación de las rentas monetarias se une la exigencia de liberar recursos reales y financieros mediante una reestructuración industrial, con su secuela de sacrificios a corto plazo.
Sería preciso, sin embargo, qué las propuestas para ese viraje de la política económica tuvieran un mayor grado de concreción; sobre todo en lo que se refiere a ese punto vulnerable de nuestra economía que es él sector exterior. Los precios de las importaciones energéticas -el 40% de las importaciones totales, pese a la continua devaluación de la peseta frente al dólar- no se han transmitido a los precios interiores. La eventual decisión de repercutir esos precios haría imposible los proyectos de moderar la inflación. La contención del déficit del sector público en su nivel actual resulta incompatible con el propósito de reanudar el crecimiento sin problemas, tal y como lo prueba el incremento del consumo y, sobre todo, de las importaciones. La política monetaria gradualista, consistente en no aumentar pero tampoco disminuir sensiblemente la cantidad de dinero, no ha logrado atajar el desequilibrio exterior que se nos viene encima. No pocos insisten en que el abandono del gradualismo debería ce der el paso a una estabilización monetaria, ligada a la liberalización del aparato productivo y del mercado laboral, y al rápido saneamiento de un sector público poco productivo, que absorbe buena parte del ahorro nacional. El Gobierno no quiere, sin embargo, la estabilización, que supone una amenaza real de pérdida de empleo y unos sacrificios enormes para una población ilusionada con la política del cambio. El problema objetivo con el que se encuentra es que las medidas que ha adoptado hasta ahora, entre las que es de señalar un notable aumento de la presión impositiva y de la capacidad recaudatoria, no han bastado para hacer frente a la desastrosa situación de la balanza exterior ni tampoco para frenar el consumo y las importaciones.
Lo más preocupante es que, aún en el caso de que el, gabinete se decida a tomar un conjunto de medidas como el señalado, podrá quizá contener el deterioro de la situación, pero no producir una rápida y espectacular mejora de nuestra economía. El camino de la recuperación -como saben por experiencia propia otros países europeos- es largo y difícil, y el recorrido de ese duro itinerario puede durar más que la actual legislatura. En cualquier caso, el Banco de España ha hecho sonar la alarma con una rotundidad quizá no exenta de, planteamientos personalistas por parte de un gobernadorque no ha sido nombrado por el equipo socialista y que ha de ser relevado a corto plazo. Lo que ha hecho, en definitiva, es emplazar al Gobierno para completar la retórica de las palabras de preocupación con una estrategia de medidas concretas. ¿Ha comenzado la cuenta atrás para empezar a apretarse verdaderamente el cinturón?
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