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Reportaje:El empleo del ocio en las prisiones

La difícil existencia de la cultura en la cárcel

La penuria intelectual de Carabanchel contrasta con el entusiasmo creativo de la prisión Ocaña II

Convencidos de que la salida de la marginación que supone el paso por la cárcel podrán conseguirla a través de la cultura, alrededor de un centenar de los 1.600 presos de la cárcel de Carabanchel de Madrid procuran ensanchar sus conocimientos participando directamente en las actividades laborales y culturales que diaria mente pueden realizar en el salón de talleres de la cárcel. Son las mismas barreras, diferentes de forma pero de igual contenido, con las que hace más de veinte años chocaban presos políticos, algunos de los cuales ocupan ahora altos cargos de la Administración.

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Una escuela de marxismo, idiomas y guitarra

Las actividades en los talleres, una gran nave abierta a uno de los patios interiores, suelen empezar minutos después de las ocho de la mañana. Allí, en grupo o en solitario, se entregan hasta la hora de la comida a actividades que les puedan hacer evadirse mentalmente del lugar en que se encuentran y que, a la salida, puedan ser rentabilizadas laboralmente.Todos ellos son presos comunes que proceden de todas las galerías que se extienden por la férrea estrella de cemento en la que se encuentran encerrados. Los pocos presos políticos que aún quedan (los últimos grapos o etarras que quedaba fueron recientemente trasladados) hacen una vida totalmente aparte del resto de esta comunidad.

Los monitores encargados de las clases son también presos, algunos de los cuales han sido preparados por el Colectivo de Educación Permanente de Adultos (CEPA), asociación que desde hace 18 meses trabaja para conseguir aumentar el nivel intelectual de una cárcel en la que, pese a estar considerada como una de las más peligrosas del país, la oferta para adquirir una formación superior se limitaba a las clases de alfabetización del maestro de Carabanchel.

Roger Duluis, francés de 45 años de edad, con más de cuatro años y medio pasados en Carabanchel, cuenta que antes de que los componentes de CEPA llegaran a la cárcel no había ni una sola actividad que permitiera un mínimo enriquecimiento intelectual y preparación laboral que suavice el encuentro de los reclusos con a calle.

Una larga lista de libros

"La biblioteca tiene una cantidad reducidísima de libros y tenemos un acceso mínimo", añade Sergio Arias, un argentino de 29 años que lleva 14 meses en Carabanchel. "Por la mañana llega el funcionario encargado de la biblioteca. En menos de 10 minutos leen por el micrófono una lista de 800 libros. Ahí mismo tienes que aprovechar para pedir el que quieres. Y da la casualidad de que, hasta la fecha, ni una sola vez estaba disponible el libro que pedía".

Ante un panorama de penuria económica total, las actividades que, pese a todo, consiguen realizarse, tienen que ser fundamentalmente baratas y, a ser posible, rentables.

De la cultura que el hombre de la calle puede disfrutar, los reclusos solamente recuerdan un concierto de Miguel Ríos. "No. No llega nada de música ni teatro ni, por supuesto, exposiciones. Tenemos un vídeo que teóricamente podría ser utilizado para poder ver películas, aprender idiomas o cualquier otra cosa", cuenta Francisco Hernández, de 29 años, "pero siempre que lo hemos reclamado resulta que está estropeado". "Aunque luego resulte que veamos, impotentes, cómo es utilizado por algún funcionario que, a la vista de todos, pasa películas pornográficas", añade otro de los reclusos.

Uno de los últimos intentos es la creación de un periódico mural, Unidad, que, una vez fotocopiado, pretenden difundir entre los reclusos. "Pero siempre está la fotocopiadora estropeada, de forma que, pese a no existir una prohibición expresa", se lamenta el francés Roger Duluis, "de hecho se nos impide desarrollar cualquier iniciativa".

Con todo, con la ayuda de CEPA, en estos momentos existe un monitor por galería que coordina las clases de alfabetización, de Formación Profesional o, en los pocos casos que existen, con la Universidad a Distancia.

En este último año, los presos más interesados en la cuestión cultural han logrado habilitar en cada galería una celda, que por diferentes motivos no era utilizada, para convertirla en un pequeño estudio en el que han instalado los libros particulares de los reclusos, los caballetes para pintar, buriles para dibujar y otros utensilios artísticos. "Y es curioso que nunca hayamos tenido ningún problema (robos o destrucción)", concluye el argentino Sergio Arias, "porque los presos sabemos responder de nuestra propiedad. Tenemos necesidad de comunicación porque es la única manera de salir de la maginación, pero se quiere dar otra imagen de nosotros para justificar lo injustificable"...

La experiencia de Ocaña II

A 60 kilómetros de Madrid, ya en la provincia de Toledo, junto al penal de alta seguridad de Ocaña I, se encuentran las instalaciones de Ocaña II. Hace dos años que Julián García García, psicólogo de

La difícil existencia de la cultura en la cárcel

33 años, se ocupa de la dirección de este centro, en el que sólo entran reclusos entre 21 y 25 años, de peligrosidad media y que voluntariamente se han comprometido a seguir un plan de trabajo con el que cumplirán su condena en Ocaña Il.Con estas condiciones previas y con unas instalaciones cuya limpieza y comodidad (teatro, talleres, polideportivo, campos de fútbol) nada tienen que ver con centros como Carabanchel, la actividad cultural se presenta oficialmente como prototino de lo que debiera ser este tipo de actividades.

Aquí todos los días, poco antes de las nueve, cada recluso tiene ya un plan de trabajo de carácter formativo: desde alfabetización hasta COU o Formación Profesional (carpintería, mecánica o construcción), en unos talleres perfectamente preparados y equipados que funcionan con la ayuda económica del PPO (Promoción Profesional Obrera).

Después de estas clases, que suelen concluir a última hora de la mañana, los internos pueden dedicarse a pintar, tejer tapices, leer, hacer cerámica o alfarería. Todo ello, drásticamente disminuido por una penuria económica que coinciden en denunciar tanto los propios presos como el director de la prisión.

Porque, pese al espíritu de la dirección y a la disposición de los in ternos, no hay presupuesto para actividades culturales. La biblioteca está nutrida de un millar de volúmenes que periódicamente envía la condesa de Fenosa y con libros aportados por los propios reclusos.

Las actuaciones y conciertos que se celebran son siempre gratuitas (Luis Eduardo Aute, Lola Gaos, el grupo de teatro de Puertollano), y el material para el laboratorio de fotografías, maeramé o pintura debe ser pagado por los exiguos bolsillos de reclusos.

Pese a todo, la experiencia promovida en este centro funciona, y cada día aquellos reclusos que sienten una inclinación artística se suelen aislar en su celda para pintar o escribir sin más presencia que la suya.

Así, F. R., de 26 años, uno de los cuatro pintores que hay en la cárcel, cuenta que antes de ingresar en prisión había expuesto sus paisajes surrealistas en Mojácar (Almería) y Palencia. Vendía los cuadros a 20.000 pesetas y en cada exposición liquidaba casi todo lo que llevaba. Ha seguido pintando en su celda de la cárcel, pero ha tenido que cambiar forzosamente de tema y, por primera vez, ha fijado su atención artística en el cuerpo humano. El paisaje no existe en Ocaña. Solamente cuerpos que deambulan en solitario o en grupos, y éste es ahora el tema de su obra.

Un laboratorio en la prisión

F. N., también de 26 años, hacía tapices en la isla de Ibiza que luego vendía por 200.000 pesetas como mínimo, en función del tiempo consumido en realizarlos. También dice ser un buen fotógrafo ("toda mi familia se dedica a la fotografía") y tiene un pequeño laboratorio en la prisión, aunque ahora no puede enseñar a nadie porque no hay dinero para película. El hecho de encerrarse en un cuarto oscuro para el revelado suscitó al principio reticencias entre algún funcionario, que abría la puerta a patadas para que salieran los laborantes. Ahora esta dificultad se ha suprimido, pero persiste la falta de dinero.

Hay otros reclusos que son aficionados al teatro y que estos días ensayan sainetes de Muñoz Seca en el escenario, cuya capacidad es para más de 400 personas. Alguno toca la guitarra. Otros hacen espejos esmaltados. Hay cine semanalmente y se procuran pasar películas actuales. Y, en general, cada uno se presta a enseñar a los otros los conocimientos que domina.

"Nosotros quisiéramos", dicen los reclusos, "que nos dieran facilidades para exponer fuera de la cárcel las cosas que hacemos y que se puedan vender a precios razonables, porque si no nuestros únicos clientes son los funcionarios de la cárcel. El director general de Instituciones Penitenciarias se ha comprometido a asignar un presupuesto a este centro y hasta el momento no hay una peseta. Pensamos que, si de vedad se nos quiere ayudar, tiene que haber una atención real a nuestras necesidades intelectuales".

Por cantar 'Asturias, patria querida'

Salvador Clotas, barcelonés de 42 años, pasó 18 meses de su vida, entre 1962 y 1963, en la cárcel Modelo de Barcelona y en Lérida. El actual secretario de la comisión ejecutiva federal y responsable de Cultura del PSOE sufrió en 1962 un juicio sumarísimo en el que se le condenó a dos años de prisión por "injurias contra el jefe del Estado, atentar contra la seguridad del Estado y cantar la canción regional Asturias, patria querida".

El cántico en cuestión se entono el 11 de mayo de 1962, duran te una manifestación en apoyo a la huelga de los mineros asturianos. Junto a Clotas, fueron detenidos por los mismos motivos Manolo Vázquez Montalbán, Martín Capdevila, Ferrán Fuyá, Ana Sallés, Pedro Puig, Antonio Aponte y Albert Ballesteros.

"La vida cultural como oferta institucional", recuerda, "era inexistente. En la Modelo de Barcelona había una mugrienta biblioteca de la que se encargaba siempre un preso que era un atracador. Alguna vez hacían cine, pero era tan insoportable el recinto en el que proyectaban la película que había que llevar colonia y un pañuelo para poder respirar".

De su paso por Lérida, Clotas conserva mejores recuerdos. "Era un penal pequeño, en el que convivíamos 100 reclusos. Por asuntos políticos estábamos cuatro personas: Capdevila, Vázquez Montalbán, Ferrán Fuyá y yo. Estábamos aislados del resto. La biblioteca era también muy mala, pero nosotros podíamos tener toda clase de libros y, de hecho, leíamos muchísimo. La vida en el penal se organizaba a partir de las lecturas. Recuerdo que antes de comer siempre leía una obra de teatro. Allí hice traducciones de algunos libros al catalán, y estudié inglés y alemán. Se intentaba sobrevivir a partir de la lectura".

El contacto intelectual con los presos comunes no se producía. "Ellos hacían vida aparte. Les interesaban otro tipo de cosas, y lo cierto es que, no sé bien por qué causas, no se llegó a producir la menor comunicación. Además, hay una barrera por la que mientras todos nosotros sabíamos por qué estábamos allí, ellos no llegaban nunca a decir la verdad. Me acuerdo de que solamente a propósito del indulto concedido tras la muerte de Juan XXIII, Vázquez Montalbán sacó una máquina de escribir y, con el pretexto de rellenar las instancias de petición de indulto, les sacó a todos las causas de su encarcelamiento. Pero lo cierto es que el contacto intelectual era inexistente, tanto en la Modelo como en Lérida".

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