Gol
La verdad es que de fútbol yo no entiendo un pito, o un silbato de árbitro apaleado, dicho sea para hablar con propiedad. Pero una de las funciones del articulista consiste en hacer lucubraciones metafísicas sobre la chata realidad de cada día, y resulta que el corte en la subvención a la Federación Española me excita las neuronas reflexivas, las hormonas escolásticas y el corazoncito de entelequia. O sea, que me pone hecha una fiera.Cabría preguntarse qué extrañas circunstancias espirituales convirtieron este deporte en la excusa patria en aquellos años de Patria sin excusas. Y eso que el fútbol parece que viene de la pérfida Albión, que es cosa inglesa. Pues ni por ésas ni por Gibraltar ni por tanto luterano irreverente: en los cuarenta consabidos años, las futbolísticas fueron las únicas victorias exportables; el ser del Barça o del Madrí, el único partidismo permitido, y el césped del estadio, el único campo del honor que nos quedaba. Y venga fútbol para encorsetar entendederas, vengaforofos para disimular otras pasiones, venga campeonatos para encauzar el espíritu de lucha y poder escribir de algo en los periódicos. Son cosas tan sabidas que a lo mejor las olvidamos.
Ni que decir tiene que un montaje semejante estaba bien atado. ¿Qué ha habido más político que el apoliticismo futbolero? El ocio es un accidente temporal muy peligroso, proclive a la melancolía, a la meditación y a la loca aspiración de ser feliz. La Federación de Fútbol repartía ocio, lo sometía y gobernaba. Era el ministerio extraoficial del tiempo íntimo.
Pues bueno, el Gobierno ha cambiado, cambiaron costumbres y ministros, pero la federación ahí sigue, como siempre. Ahí está Pablo Porta, que se distinguió en su juventud, en la universidad de Barcelona, por su entusiasta activismo derechista. Ahí andan todos, con las cuentas tan enrevesadas como su propia historia, hasta tal punto que los auditores han tenido que darse por vencidos. Ahora, el Ministerio de Cultura ha suspendido la subvención mensual de 70 millones de pesetas, y los federativos claman que es una medida contra el fútbol. Pero no nos dejemos engañar por su alboroto: no se trata de acabar con el deporte, sino con un residuo del pasado y con 70 millones de destrozos.
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