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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Ha nacido el Condal'

Al término de la función, luego que los intérpretes y el equipo técnico hubiesen saludado repetidas veces, solicitados por los aplausos y los bravos del público, salió una niña al escenario llevando una botella de champaña. Se destapó la botella y la niña dijo esas cuatro palabras: "Ha nascut el Condal". Pues bien, eso, la recuperación del teatro Condal, en pleno Paralelo barcelonés, fue lo más significativo de la velada. El Condal es un buen local, tiene un escenario que permite bastante juego, buena visibilidad, una acústica pasable y un acceso al patio de butacas bastante incómodo, aunque más incómoda resulta todavía la salida. Pero está bien, y cuando tapicen los asientos estará mucho mejor.El Condal se ha abierto con una producción del Centre Dramàtic que, sobre el papel, reunía tres alicientes: un texto de Guimerà, María Rosa (estrenada en el teatro Novetats el 24 de noviembre de 1894); la recuperación de Julieta Serrano para la escena catalana con el papel estelar de la obra, y la presencia de un director norteamericano de ilustre apellido, John Strasberg, el hijo de Lee Strasberg, el hombre que sucedió en 1949 a Robert Lewis en la dirección, junto a Elia Kazan y Cheryl Crawford, del célebre Actors Studio, y que no tardaría en convertirse en el papa de una determinada escuela de interpretar y entender el arte teatral.

María Rosa, de Ángel Guimerà

Versión de Josep M. Benet i Jornet. Intérpretes: Joan Dalmau (Gepa), Francesc Lucchetti (Badori), Montserrat Carulla (Tomasa), Felip Peña (Quirze), Mario Gas (Marqal), Julieta Serrano (María Rosa), Pep Ferrer (Calau), Enric Serra (Xic), Josep Madern, Jaume Valls, Joan Vals y María Cinta Comte. Escenografía: Josep Guinovart. Música y banda sonora: Ramón Muntaner. Figurines: Ramón B. Ivars. Dirección: John Strasberg. Producción: Centre Dramètic de la Generalitat. Teatro Condal. 6 de junio de 1983. Barcelona

De acuerdo con la elección del texto. Como dice Benet i Jornet -y yo lo dije bastante antes que él, cuando no era muy político decir esas cosas-: "El millor Guimerà és el Guimerà de l'espardenya". Hay que hacer todavía teatro d'espardenya, del bueno -porque también lo hay malo, de acuerdo, señor Benet i Jornet-, porque esa es nuestra tradición teatral y no tenemos otra. Y encima parece que el público responde, y sin público, por muy buenas que sean las intenciones, no hay teatro posible. Después del éxito de Terra baixa (iniciativa de una compañía privada calificada por algunos, en su día, de suicida), después del éxito de El café de la Marina y de L'Hèroe, Guimerà no sólo no da miedo, sino que parece una baza segura. Pero hay muchas maneras de jugar la carta Guimerà...

Y una de esas maneras es incluso no jugarla, que es lo que ha hecho Strasberg. John Strasberg no ha sabido coger el toro por los cuernos o, simplemente, no se ha atrevido a cogerlo. María Rosa es, a mi entender, una obra imposible, y precisamente por esa "imposibilidad", entre comillas, resulta fascinante. Pero hay que tratarla sin demasiado respeto, sin miramientos con desparpajo, con osadía. Yo llego a comprender que Jordi Carbonell diga lo siguiente de la pareja protagonista: "Tanto él (Marçal) como Maria Rosa son personajes de una complejidad psicológica que llega a la patología y que haría frotarse alas manos a cualquier analista médico. Preferimos" añade Carbonell, "dejar una profundización en este terreno a los especialistas",(María Rosa, Edicions 62). Lo que no comprendo es cómo John Strasberg rehúye tratar esa patología en profundidad, de acuerdo con el mejor teatro que se cuece hoy día por los escenarios del mundo, y se limita a utilizar el texto de don Ángel como libreto para una producción broadwayana, a caballo entre los años treinta y los cuarenta, puramente pictórica y de triste paleta, en la que cantan los clichés de un-cine que creíamos olvidado. Como decía Jaime Gil de Biedma al término del espectáculo, sólo faltaba que saliese el león de la Metro. No, Strasberg no ha cogido el toro por los cuernos: su María Rosa se limita a una serie de cuadros escénicos, de una estética trasnochada -el carro de los trabajadores que da la vuelta al escenario podría ser el Ford T de Las uvas de la ira-, realizados a partir del texto de Guimerà.

Julieta Serrano

El tercer aliciente era Julieta Serrano, la recuperación de Julieta para la escena catalana, es decir, en catalán. Solemne disparate esa recuperación, al menos tal como se ha llevado a cabo. Se pensó que como Julieta Serrano había trabajado en un taller con Strasberg en Madrid, la actriz sería perfecta para interpretar el personaje de María Rosa bajo la dirección de Strasberg. Pero se olvidó, inexplicablemente, que Julieta no tiene la edad para interpretar el personaje de María Rosa. Julieta Serrano, que es una excelente actriz -¡ah, aquellas Criadas!-, es la primera, o debería ser la primera, en saber que no tiene ya la edad para ínterpretar el personaje de María Rosa. Eso es algo que no se discute ni con el texto en la mano ni con los ojos de Mario Gas, de Marçal, que intentan convencernos de algo imposible. ¿Qué pasa?, ¿Qué no hay actrices en Cataluña para interpretar la María Rosa? ¿Qué, no hay otros personajes, grandes personajes -¡caray si los hay!-, para recuperar a Julieta Serrano?Y la última consecuencia de ese solemne disparate es que Montserrat Carulla (Tomasa) le birla, limpiamente, el triunfo a Julieta Serrano. La Carulla, una de las grandes artistas de nuestro teatro, que domina como pocas el teatro d'espardenya, la graciosa, junto a Felip Peña, de esta zarzuela strasbergiana, fue la gran triunfadora de la noche.

Para concluir, y pese a lo dicho, mucho me temo que esa María Rosa sea un éxito como una casade payés. Al público, ya lo he dicho, parece volverle a gustar el teatro d'espardenya. Además, la escena final del espectáculo es un verdadero baño de vino y de sangre, con el Marçal intentando tirarse a la María Rosa, que acaba de convertirse en su legítima, encima de la mesa en que se ha servido el arroz con pollo de los esponsales. Una escena que se agradece, como suele decirse. Una escena en la que Strasberg parece confundir a Guimerà con Tenessee Williams -y tal vez acierta, pero sin explicárnoslo, sin convencernos- y en la que Mario Gas está estupendo. Pero que ese mismo público no olvide que le han robado una parte de esa María Rosa al intentar recuperar tan torpernente a Julieta Serrano, y que tampoco olvide que para recuperar a Guimerà no era necesario todo el catsup y todo el viejo celuloide de John Strasberg. Bastaba con la calidad y la inteligencia del equipo de persc)nas que recienterriente nos redescubrieron Terra baixa.

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