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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Para qué vale una 'cumbre' ?

Los JEFES de Estado y de Gobierno reunidos en Williamsburg han elaborado unas declaraciones tranquilizadoras sobre los objetivos de política económica a seguir en los próximos años. Algunas de las diferencias han desaparecido, aunque los problemas subsisten y la voluntad política de acometerlos necesitará ser convalidada por actuaciones específicas convincentes. Por lo pronto, el dólar ha continuado, incluso acentuado, su fortaleza respecto a las demás monedas. En España está ya por encima de las 141 pesetas, y cosas como ésta ayudan al escepticismo y abonan la tesis de que las cumbres son una forma más de perder el tiempo.La economía internacional está prácticamente estancada desde 1979, fecha en que el precio de un barril de petróleo pasó de 13 a 35 dólares, mientras que la posibilidad de un colapso financiero, debido al alto endeudamiento exterior de una serie de países, constituye una amenaza gravísima para la economía mundial. La descoordinación de las políticas monetarias, la inclinación a utilizar la devaluación de las monedas como una palanca competitiva, el renacer del proteccionismo, los obstáculos al comercio de productos estratégicos con los países socialistas y la baja, en suma, del comercio internacional han mantenido vivo el rescoldo de las recriminaciones entre los aliados occidentales. Detener este deterioro y enderezar la marcha de la recuperación era precisamente el cometido de Williamsburg. Pese a las buenas palabras, hay motivos para sospechar que nada o muy poco se ha avanzado en este asunto.

El alza de los precios del petróleo tuvo, por un lado, un efecto inflacionista y, por otro, absorbió gran parte de la capacidad de compra, recortando en los países industrializados la demanda de otros productos nacionales, a la vez que provocaba un déficit importante en las balanzas de pagos. Para contrarrestar la contracción de la demanda interior los Gobiernos practicaron políticas que se tradujeron en un aumento de tamaño del sector público. Los gastos públicos en los países industriales se movían en 1973 entre un 15% y un 35% del Producto Interior Bruto (PIB) y han pasado a ser, de un 25% a un 45% en 1980. Sin embargo, mientras crecía el gasto, los ingresos no consiguieron financiarlo, y los déficit públicos adquirieron una notable dimensión. La financiación de estos déficit, en un momento en que los ciudadanos huían del ahorro por la constante depreciación de su dinero, generó un alza de los tipos de interés. En el centenario del nacimiento de Keynes se demuestra ahora que sus políticas de gasto público aplicadas en los años cincuenta y sesenta para movilizar el ahorro atesorado no son ya una solución a la crisis y han resultado en muchas ocasiones un excitante de la inflación.

La corrección del proceso resulta enormemente costosa. La reducción de los déficit públicos y el control de la inflación repercuten de modo desfavorable en el nivel de empleo, haciendo aumentar el paro, ya de por sí muy elevado. Numerosos Gobiernos han tratado de ganar tiempo, esperando un milagro que apoyara la recuperación de su economía. especialmente cifrado en la esperanza del relanzamiento americano, y han desviado la atención hacia medidas popularmente más, atractivas. El proteccionismo comercial ha resultado la más ensayada. Pero .el proteccionismo -que es una manera drástica de desalentar el comercio internacional -y de ahondar en la pobreza de los países menos desarrollados y del Tercer Mundo- necesita un argumento político, que es el nacionalismo. Europa occidental está hoy sacudida por esta ideología miserable que empobrece a los pueblos y exalta su odio y su competitividad respecto al vecino: Aun en tiempos de paz, es una dialéctica de guerra.

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Mientras tanto, el mantenimiento del déficit presupuestario norteamericano, en gran parte debido a la política rearmamentista y de gastos de defensa de Reagan, ha generado un alza de los tipos de interés en aquel país y, por consiguiente, una sobrevaloración del dólar que arrasa la estabilidad monetaria de naciones tan poderosas como Francia y arruina literalmente a los países en vías de desarrollo, que han visto crecer vertiginosamente el coste de su endeudamiento. La sobrevaloración del dólar encarece además las importaciones de petróleo en países como el nuestro, desbaratando los efectos beneficiosos de la baja de precio y dificultando la corrección de la inflación. Al mismo tiempo, los altos tipos de interés del mercado americano han ejercido un efecto de absorción de capitales del resto del mundo, desalentando la inversión necesaria en esos países para superar la crisis y crear puestos de trabajo y permitiendo a Reagan financiar su déficit presupuestario sin grandes problemas.

El problema es que, mientras se mantengan las prácticas proteccionistas y los países con alta deuda exterior no puedan exportar más productos a los mercados con los que se encuentran endeudados, difícilmente podrán atender a sus obligaciones financieras, y contribuirán así de forma paradójica y dramática a la debilidad estructural de las naciones desarrolladas de Occidente, que han visto caer en la trampa de la deuda exterior de Brasil, México o Polonia gran cantidad de sus recursos.

A ninguno de estos problemas parece haber dado respuesta razonable la cumbre de Williamsburg, que se ha destapado como un apoyo convencional de Occidente y de Japón a la carrera de armamentos nucleares en la que está empeñada la Casa Blanca a cambio de promesas de los americanos de ayudar al relanzamiento de sus economías. Sin embargo, si las autoridades americanas quieren que estas promesas sean creíbles por parte de sus aliados y de los pueblos más desfavorecidos por la situación, tendrían que demostrar un propósito real de contener los gastos públicos y, simultáneamente, reducir sus exigencias de neoproteccionismo comercial. Sólo de este modo la recuperación que ha iniciado su economía repercutirá limpiamente en el desarrollo del comercio internacional y en la superación de la crisis. financiera, temas ambos básicos para dar una respuesta a los problemas de empleo y de crecimiento económico. De otro modo, la frustración aumentará las tendencias proteccionistas de cada país, y las hermosas intenciones de Williamsburg -"reafirmamos nuestros objetivos de conseguir un crecimiento de. la renta y del empleo y promover la estabilidad de los mercados de cambios mediante la aplicación de políticas encaminadas a generar una mayor convergencia de las realizaciones económicas"- quedarán sepultadas en las recriminaciones y la insolidaridad. Entonces, hasta la fortaleza del dólar será irrelevante: la recesión se convertirá inexorablemente en depresión. Los peligros de conflictos internacionales violentos se acrecentarán y la locura nuclear que envuelve hoy al mundo se mostrará con toda su peligrosa evidencia.

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