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Clausura de dos grandes festivales de teatro europeos

Impresionante montaje de 'La batalla de Hermand', de Heinrich von Kleist, en el certamen berlinés

Cocluyó el festival de Berlín con una impresionante puesta en escena de La batalla de Hermann, de Heinrinch von Kleist. Ahora surgirán como bongos las nuevas propuestas teatrales. El festival de Berlín propone otros de los de teatro para este mismo mes: uno de teatro latinomericano y, otro, de teatro escolar. Mientras, Kronenhurg, entre otros barrios, bulle de teatro alternativo preparándose pan un estetizante verano.

Espectáculos de Arrabal y Darío Fo corren germanizados por la calle Kurfúrstendam, asustando a los curiosos turistas, que han venido a ver qué es una ciudad dividida y haciendo sonreír a los hijos de Jango Edwards, que claman por el Clowns Power y algunas monedas, frente a magníficos escaparates gélidos.Los últimos espectáculos han sido polémicos y contundentes: Demetrius, la obra inacabada de Schiller, puesta en escena por Heyme y el grupo Wortembergische Staatstheater, de Stuttgart, un excelente trabajo filológico, que sobre el escenario resultó aburrido, frío y falto de la expresividad grácil que se le supone a un autor de esta envergadura, a pesar de la hinchada grandilocuencia dé algunas escenas y la calidad indiscutible y extremadamente aburguesada del vestuario. La compañía Schauspielhaus, de Zurich, presentó, dirigida por el famoso director Jorgen Flimm, Minna von Barhebn o La suerte del soldado, del monstruo de la comedia clásica Gotthold Ephraim Lessing, pero trasladada a los años cincuenta, con hospederías llenas de neón y empapeladas de cumbias caribeñas, con peinados a lo arribaespaña y ligerezas de escotes a lo Marylin, todo empaquetado en el celofán de la música de Glenn Miller, Moonlight Serenade y fragmentos bogardianos de Casablanca, lo cual, y a pesar de su perfecta factura, no consiguió establecer el paralelo entre la guerra de los treinta años y la segunda mundial, perdiéndose todo el sentido político antibelicista de la obra, al diluirse en un pastel de relaciones honorífico amorosas y nobiliarías muy poco al uso en el siglo XX.

Canto romántico

Por fin, y como broche del festival berlinés, Claus Paymann, uno de los directores más interesantes del teatro alemán, si no el que más, junto con Peter Stein, puso en escena una extraordinaria actualización de la obra más ádmirada y controvertida de Heinrich von Kleist, Die Hermanschlacht, producida por el grupo del Schauspielhaus, de Bochum. Claus Peymann tiene una tradición de investigador de la escena que le viene desde sus primeros trabajos, allá por los años sesenta, cuando escenificó los primeros ejercicios escénicos de Peter Handke, Insultos al público, entre otros, o participó en las revueltas estudiantiles provietnamitas, escenificando el Discurso sobre Vietnam..., de P. Weiss. Luego colaboró en la creación de la Schatibühne am Halleschen Ufer, junto con P. Stein y K. M. Grüber para finalmente hacerse cargo del colectivo de Dochum, que hasta ahora dirige, en el que se encuentran actores de extraordinaria talla, como Gert Voss y Lirsten Dene.La batalla de Hermann es un canto romántico y lleno de humanas contradicciones al héroe germano que liberó a su pueblo del dominio imperialista de Roma: la simplicidad sintética de las escenas, que discurren en un tempo lento y tenso, donde las distintas figuras se mueven recitando, con una naturalidad rayana en lo prosaico, el verso denso en contenido de Kleist y, a la vez, fluyen los matices expresivos de las distintas interpretaciones con una agilidad magistral, yacen comprensibles las situaciones más imbricadas incluso para el espectador más inocente, arrastrándole a un mundo atemporal y poético, que trasciende la representación creando un rito casi sacro entre público y actores. La magia del rito teatral, sumada a los sentimientos epopeico-nacionalistas, electrificó al público, convirtiéndolo en una masa aquiescente, que se dejaba modelar por unas figuras vestidas de cuero ultramoderno, con signos arcaicos y máscaras oniríco-contemporáneas, que realmente trascendían la realidad, proyectando los sentidos hacia un mundo de colores confusos, que todos reconocemos, cuyo nombre es Utopía. Y Hermann-Kleist-Peymann proclaman que "no habrá paz hasta que la red del imperialismo (romano) no sea destrozada y no quede más que una bandera negra hecha con sus girones"; así concluye la obra, tras la proyección de la sombra de Hermann (Gert Voss) sobre el fondo desnudo del escenario, emulando la escultura que en muchas ciudades alemanas se erige al héroe patrio.

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