San dólar
Para mi desgracia sé muy poco de economía, lo cual me convierte en integrante de la desnortada plebe. -Tomando en consideración el análisis input-output, podemos conformar un modelo multiecuacional de previsión de las principales magnitudes integrantes del modelo resultante de la política económica del momento.
Dicen los expertos, por ejemplo, cargados de ancestral sabiduría, y a mí me dejan las neuronas anudadas y las entendederas hechas cisco. Los economistas son la nueva clase dirigente, sumos sacerdotes del misterioso rito monetario. Y corno la ignorancia potencia la docilidad del ignorante, estos chamanes del interés compuesto se amurallan en una palabrería indescifrable en términos sibilinos y esotéricos. Es un viejo truco del poder: la Iglesia católica vivió sus años de esplendor cuando farfullaba latinajos. Ahora es lo mismo, sólo que la divinidad actual posee una esencia numérica, y que la meca es el FMI, hacia el que hay que dirigir las oraciones.
El quid de la cuestión está en que la chusma no se cosque, que no entienda de qué va el arcano economista. A mí, chusma total, pongo por caso, la macroeconomía me deja sin aliento y el PIB me sume en un abismo de terrores: qué espantos no ocultará el PIB entre el enigma de sus pliegues.
Todo es economía, dicen, sin duda con razón, pero una economía incomprensible. Hay que creer en ella a ciegas para gozar del cielo. Porque, como toda religión, también ésta ofrece paraísos: la recuperación internacional que nos sacará de la miseria. Nuestros hechiceros peregrinan a la meca ,en rogativa y mientras tanto el pueblo español, que siempre se ha pasado de creyente, aguanta la respiración y espera. No la llegada de un Mesías, sino el santo advenimiento del buen dólar, del dólar reactivado, recuperado, dólar fuerte que nos hará unos hombres y unas hembras, divino dólar para la expiación de los pecados, un nuevo Mr. Marshall bienvenido y ungido de la gracia de la fe, de la esperanza del pobre, de mística ignorancia. Pero yo, que desconfío -de brujos y milagros, y que recuerdo cómo Mr. Marshall pasó por nuestra película sin detenerse, convertido en decepcionante polvareda, preferiría saber más de la misa y creer menos.
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