Moran, en Moscú
EL VIAJE a Moscú del ministro español de Asuntos Exteriores reviste una significación particular, incluso para un miembro del Gobierno tan propenso a los desplazamientos. Primero, porque España, país inequívocamente occidental, no puede renunciar a tener su propia política en todos los ámbitos de la vida internacional. Lo mismo que hacen otros países de nuestra región geográfica, necesitamos desarrollar, en defensa de nuestros intereses nacionales y de la causa general de la paz, nuestras relaciones con uno de los países más poderosos del mundo, y del que depende, en no pequeña medida, que las perspectivas del futuro no adquieran colores excesivamente sombríos.En segundo lugar, porque las visitas a nivel de gobierno entre España y la URSS han sido muy escasas. El primer ministro de Asuntos Exteriores español que ha visitado Moscú en la historia fue Marcelino Oreja, en enero de 1979, a los dos años del restablecimiento de las relaciones diplomáticas, interrumpidas durante toda la etapa franquista. Pero ese viaje tuvo un perfil bajo; Oreja no pudo entrevistarse con Breznev. En noviembre de ese mismo año, Groiniko estuvo en Madrid; fue recibido por el Rey y estuvo en la Moncloa, ocupada entonces por Adolfo Suárez, además de las entrevistas entre ministros de Exteriores. Se dibujó el proyecto de un viaje del Rey a la URSS. Se hizo público un largo comunicado conjunto en el que "ambas partes" destacaban "su firme voluntad de proseguir la política de coexistencia pacífica, distensión y cooperación entre todos los Estados...". Eso ocurría en noviembre de 1979. En diciembre los soviéticos invadieron Afganistán. Ese mismo mes, la OTAN adoptó su doble decisión sobre los euromisiles. El clima europeo cambió.
No puede el actual viaje ser simplemente el del decíamos ayer. No. Han ocurrido cosas que dificultan seguir empleando de modo indiscriminado las expresiones consagradas de coexistencia y distensión. Por otro lado, cuando el presidente Reagan presenta a la URSS como el mal absoluto quizá sirva para impresioniar a determinados círculos norteamericanos, pero para poco más. Objetivizar, relativizar los juicios, es una exigencia de cualquier política internacional. España, precisamente porque tíene relaciones muyfuertes con EE UU, que acaban de ser renovadas, necesita tener puertas abiertas hacia otras esferas del mundo.
Morán -llega a Moscú con un acuerdo sobre navegación que será firmado durante su visita. Acuerdo importante en el plano bilateral, porque representa un paso hacia relaciones más equilibradas y más normales. En la última etapa franquista no cesó nunca la fraseología antisoviética más furibunda; pero los hechos iban por otro camino, sobre todo cuando se interferían los intereses financieros de los círculos gobernantes. La corrupción era más fuerte que el anticomunismo. Un intercambio de cartas (las cartas Boado, por el nombre del entonces subsecretario de Marina Mercante, cartas aún secretas por causas incomprensibles) otorgó a los soviéticos, en cuestiones de navegación y pesca, sobre todo en Canarias, condiciones excepcionales de las que no disponen en otros países. El nuevo acuerdo establecerá en cuanto a la navegación normas más equilibradas y sensatas; que los marinos soviéticos, por ejemplo, necesiten visado para entrar en España parece obvio, puesto que nadie imagina a un español entrando sin visado en la URSS. Los problemas de la pesca necesitarán una negociación más larga, pero es de suponer que también en ese terreno se llegue sin excesiva demora a una nueva reglamentación.
No se trata en modo alguno de disminuir el nivel de las relaciones con la URSS. Lo lógico es más bien lo contrarío: el comercio se mantiene en una escala reducida, y en la actual coyuntura económica no cabe duda de que a España le interesaría ampliar el intercambio, reduciendo a la vez un déficit aún apreciable. También cabe esperar que el viaje de Morán ayude a impulsar las relaciones en los terrenos cultural, artístico, tecnológico etcétera.
El viaje no puede limitarse a las cuestiones bilaterales; a ambos países les atañen los problemas fundamentales de Europa y del mundo. Establecer un clima de diálogo abierto, conocer mejqr las posiciones respectivas, es un aspecto esencial del viaje. Pero además, al menos en dos problemas de suma importancia, las argumentaciones españolas pueden ser de particular valor en la actual coyuntura. En primer lugar, ante las peligrosas tensiones de América Central, España tiene por causas obvias un conocimiento muy directo de las cosas; puede explicar las posibilidades de que se abran cauces hacia soluciones pacíficas, a partir de las propuestas del grupo de Contadora, lo que supone que se imponga una dialéctica de disminución y supresión de todas las intervenciones ajenas.
El otro punto se refiere a la Conferencia de Madrid. Que, la URSS haya aceptado, después de dudarlo mucho, el proyecto de resolución de los neutrales y no alineados es un hecho positivo, pero su rechazo formal a las modificaciones sugeridas por el grupo occidental, y aceptadas implícitamente por los propios neutrales, ha bloqueado por el momento una salida a corto plazo de la conferencia. España, en su calidad de país anfitrión, Puede disponer de una particular fuerza moral para defender la conveniencia de ese mínimo de flexibilidad que es aún indispensable para superar los puntos pendientes.
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