El viejo maestro dicta su lección
Torerillos principiantes debieron ir ayer a la plaza con cuaderno y bolígrafo para tomar apuntes. Y muchos matadores de alternativa, también. Toreaba Manolo Vázquez, el viejo maestro, y dictó su lección, acaso la última, en la cátedra de Las Ventas.Entre toses y carraspeos, el viejo maestro enseñó al que aprender quisiera qué es hacerle a un toro la faena que requieren sus especiales características. Fue en el cuarto de la tarde. Al otro, probón de catadura, se había limitado a trapacearlo con desgana.
A estos toreros veteranos no se les puede pedir que hagan el Don Tancredo, porque además de que sería un derroche inútil por su parte -nadie espera de ellos alardes temerarios- lo más probable es que les crujan las canillas. Al propio Manolo Vázquez le crujieron en el curso de su lección magistral y el pie castizo que de suyo guiña al caminar, se le quedó de corcho, por un tropezón. La briega, que decían las viejas tauromaquias, ya no es para ellos.
Plaza de Las Ventas
25 de mayo. Duodécima corrida de San Isidro.Cuatro toros de Gabriel Rojas,flojos, sin clase, sospechos de pitones; dos de Antonio Ordoñez: el quinto, sobrero, de mucho poder; sexto, manso y moribundo. Mánolo Vázquez. Bajonazo infamante (bronca). Pinchazo y estocada corta baja (vuelta con algunas protestas). José Mari Manzanares. Pinchazo y estocada (ovación con pitos y salida al tercio). Pinchazo y estocada (vuelta protestadísima). Armillita, que confirmó la alternativa. Media trasera (palmas). Pinchazo y dobla el toro (silencio).
El cuarto toro era aplomado y cuando embestía se quedaba corto. Con marmolillos así, la moda es que los diestros les resoben y pendulen, a palmo de pitón, con lo cual impresionan a la parroquia, pero renuncian a torear. Manolo Vázquez, en cambio, daba distancia, se dejaba ver. Hubo un cite desde muy largo, para un derechazo de gran emoción y belleza, y otros de frente, ligados con el de pecho, cambios de mano o el pase de la firma. Luego, tres redondos cargando la suerte, interpretados con toda la hondura que admite el toreo puro. Estallaron oles, la ovación fue de gala, y cuando cedía, quedaron en la plaza esos murmullos inconfundibles que rubrican los momentos estelares de la fiesta.
Los principiantes que tomaban apuntes como fieras, anotarían, suponemos, estos datos básicos: el terreno, cuál; la distancia, dónde; dejarse ver, cargar la suerte. Y, para nota, la torería, derramada sin mezcla alguna de afectación, tanto en el ejercicio de las suertes como en los desplantes.
Estaba crecido Manolo Vázquez y aún volvió a citar desde muy largo, con la intención de dar un molinete cambiando el viaje, pero ya era demasiado, de nuevo le volvieron a crujir las canillas, le sobrevino el ahogo. No importaba: la lección había sido dictada. A la cátedra madrileña, gozosa por haberla presenciado, sólo le apena que, seguramente, no se volverá a repetir. Ayer empezamos a decir adiós a un maestro, a un torero de otra época.
De esta es Manzanares, que se ha convertido en torerito de sol. Allí se llevó sus dos toros, para que le aplaudieran los morenos. Con uno de ellos, inválido especimen, dio docenas de pases medio tumbado, adelantando el pico, retrasando la pierna contraria, rectificando en los remates; es decir, todo al revés. Con el otro, torazo de Antonio Ordóñez, dio cien del mismo corte y pues no acababa nunca, debieron avisarle de que le llamaban al teléfono. Menudo pegapases pelmazo era ayer el fino diestro alicantino.
Ese quinto toro, sobrero de trapío, revalorizó una corrida que salía descastada y plúmbea, floja y sospechosa de pitones. Dos veces derribó al caballo con estrépito y cuando lo tenía caído se cebó en él. Ajeno a quites y coleos, le derrotó con celo y saña por el vientre y por el cuello, hasta coserle materialmente a cornadas.
El sexto, también de Ordóñez, manseó, flojeó, y reculaba cuando Armillita pretendía iniciar la faena de muleta. Al responder a un pase de tirón, cayó desvanecido. Doctos espectadores sentenciaron que había sido un infarto de miocardio, y no les íbamos a discutir. Fuera de combate el toro, no pudimos ver a Armillita, que en el borrego de su alternativa y en diversos pasajes del festejo había exhibido detalles de torero bueno. Manejó el capote con finura e instrumentó con naturalidad y estilo las suertes de muleta. Su repetición tiene interés.
Curro Álvarez prendió dos emocionantes pares de banderillas al sexto, que esperaba reservón, y hubo de saludar montera en mano. A partir de la lección del maestro y con el toro-toro en el ruedo, la corrida adquirió un sabor y una seriedad que no había tenido en la primera parte. Los toros de la primera parte eran para esas plazas de por ahí y para toreritos de sol.
Babelia
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