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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Demasiado, demasiado

Ederra es una historia que podría estar basada en un suceso relativamente reciente, sobre el cual su autor ha hecho unas derivaciones literarias, míticas, simbólicas; lo ha asfixiado en palabras y en alusiones: en complicaciones. Hay escritores que aman tanto la literatura y tan impregnados están de ella que, más que ejercerla o utilizarla, son como un medium, que transmite las voces que le resuenan. Ignacio Amestoy es uno de estos escritores, y Ederra, premio Lope de Vega 1982, su primera obra estrenada. Puede que el tiempo por venir le imponga una mayor depuración, un cierto sacrificio de su ambición de escribirlo todo al mismo tiempo y de ceder o perder la tentación del lirismo y del tropel de palabras.Ederra es difícil de contar. Hay un doble asesinato al fondo -un matrimonio-, sucedido poco antes de levantarse el telón; hay una cuestión de herencia -la presidencia del consejo de administración- y una cuestión policiaca -quién fue el criminal-; hay también una ardua cuestión familiar de relaciones múltiples, todos con todos, al parecer: relaciones homosexuales, heterosexuales, bisexuales. Por esas vías -intereses, poder y crítica familiar- Amestoy enlaza con el drama realista burgués, al que tampoco renuncia, pero al que superpone dos elementos más: uno de ellos, el de la tragedia clásica; el otro, el del teatro poético. Convierte la casa de armadores de barcos en palacio de Atridas; tras el doble crimen, vendrá hacia el final un suicidio, un asesinato y un incendio: la catarsis, la depuración. La vía poética le lleva a la abundancia de los monólogos, cuajados de imágenes y metáforas, largos, prolijos. Ningún personaje renuncia al suyo. Es ahí donde la caída en la tentación de la literatura y la vocación de medium, de invocador de todas las resonancias, de todo lo escrito y todo lo leído, se hace más notable.

Ederra, de Ignacio Amestoy, premio Lope de Vega 1982

Intérpretes. Nuria Gallardo, Berta Riaza, Assumpta Serna, Fermí Reixach. Escenografia: Andrea d'Odorico. Figurines: Miguel Narros. Dirección: Miguel Narros. Estreno: Teatro Español (del Ayuntamiento de Madrid), 19 de mayo de 1983.

Ederra (en vascuence, "hermosa") es el nombre de la muchacha de quince años en quien se vuelca la intención del autor. Mezclada en todas las impurezas, en toda la sordidez burguesa, queda aparentemente indemne y es, incluso, la que produce, por el fuego, la depuración final. Su acción, sus palabras, su presencia y algunas alusiones cultas -como la que repetidamente se hace a la leyenda medieval de la doncella y el unicornio- pueden hacer pensar en una cierta ideología simbólica por la cual la juventud es todavía la esperanza del castigo y repudio a una sociedad corrompida. Es la Ariadna que desentraña el hilo del laberinto, o la Penélope que teje y desteje -el símbolo, en este caso es un puzzle que compone y descompone-; pero se alude también al Nilo, por lo que sería Moisés; y, ya en las notas al programa, a Sísifo, al Pequeño Príncipe de Saint-Exupéry, a las chicas de las barricadas del Mayo francés, al Caballo de Troya y a algunas cosas más. También es el propio autor. Y también pretende ser el tiempo en que vivimos. Demasiadas cosas.

Demasiada obra, demasiado texto inútil, demasiada intención, demasiada literatura, demasiado teatro. Dicen los teóricos que es característico del escritor nuevo querer meter demasiadas cosas en su primera obra, totalizar la vida, la historia, las costumbres y el porvenir. Cuando esos teóricos necesiten un ejemplo podrán acudir a Ederra, de Amestoy.

Miguel Narros, director de escena, ha hecho un enorme trabajo. Se le ve. De desentrañamiento, de veracidad (no confundir veracidad con realismo o naturalismo, sino obediencia a la lógica interna de la obra), de conjugación, quizá de abreviatura. Sus figurines y el escenario de Andrea d'Odorico son siempre una garantía estética: aquí dan el ambiente de patetismo, de elegancia fría y un poco misteriosa y de elevación de los personajes que requiere el texto. Narros ha trabajado a fondo con los actores. Actores, por otra parte, naturalmente entorpecidos por la dicción de un texto prácticamente imposible y por unas situaciones imposibles también. Está, en primer término, Nuria Gallardo: apunta como una posible gran actriz, por una prosodia clara, por una presencia simple y humana. Después -después solamente por la brevedad de su papel, cuya función en la obra resulta poco clara, a no ser la resonancia del aya de la tragedia clásica-, Berta Riaza: no es necesario ensalzar, una vez más, sus condiciones de gran actriz. Fermí Reixach sale adelante con un papel dificilísimo: un personaje todo el tiempo ebrio, simultáneamente débil y ambicioso, sexualmente ambiguo, travestido. Assumpta Serna tampoco tiene fácil el personaje: apenas tiene otro relieve que el de su belleza y el de su condición de desencadenante.

Narros ha trabajado en el esclarecimiento de una obra confusa: los actores han sido elementos fundamentales en todo ello. Para este conjunto, director y actores, fueron las mejores ovaciones de la noche. La obra en sí más bien desconcertó. Lo que se ve en ella es la personalidad y la vocación de un escritor que ha querido ir más allá de lo que sus medios teatrales y literarios le permiten por ahora.

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