La campaña sigue en Cataluña
Como si se tratara de una maldición, Cataluña ha reanudado su vida cotidiana al día siguiente de las elecciones municipales con la sensación de que sigue abierta la campaña electoral. Los catalanes saben que la campaña que se inició en vísperas de las elecciones autonómicas que dieron el triunfo en la Generalitat a Jordi Pujol tan sólo acabará en la próxima consulta, que se celebrará el año que viene. La reiterada teoría de los convergentes (Convergéncia i Unió) de que sólo ellos encaman el verdadero sentir catalán parece venirse abajo después de los comicios del domingo, y sus deseos de no compartir responsabilidades pese a no disponer de una mayoría absoluta en el Parlament justifican esta actitud de electoralismo permanente y estas expectativas de un futuro combate final.
La contundencia de la victoria de los socialistas catalanes -que contribuye a la barrida municipal del PSOE- introduce sustantivas novedades en el horizonte de la autonomía catalana. En Cataluña, los electores de las principales ciudades no sólo han reconocido la mejora que ha significado para la administración local la gestión de los ayuntamientos democráticos, en su mayoría gobernados por pactos de izquierda, sino que han aclarado las posiciones de los partidos de cara a las elecciones autonómicas. La politización general de estas municipales catalanas ha calcado, contra lo que esperaban los pujolistas y AP -que deseaban capitalizar el primer desgaste de la gestión de Felipe González- el signo de las elecciones que sobre política general se celebraron en este país hace medio año.
Para Pujol, lo más dramático no ha sido el fracaso de la Operación Barcelona, ni el hecho de que haya quemado -quizá definitivamente- a uno de sus líderes, Ramón Trias Fargas, ni la claridad de la victoria del PSC-PSOE. Convergéncia tiene ahora constancia de cuál es su techo electoral y cuál su soledad. Para alcanzar la presidencia de la Generalitat se apoyó en dos partidos, Centristes-UCD y la Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), que se han diluido en las dos últimas elecciones. Al naufragio centrista de octubre le ha sucedido ahora la caída en picado de ERC: ningún concejal en Barcelona, desaparición en toda la provincia de Tarragona y pérdida de los principales ayuntamientos en los que ostentaba la alcaldía, corno Premiá de Mar, Banyoles y La Bisbal. Ante este desastre -que muchos esquerristas atribuyen precisamente al entreguismo de Herbert Barrera respecto a Pujol y a la derechización del partido-, el único clavo ardiente que le queda a Convergéncia para agarrarse en el futuro es Alianza Popular, coincidente en lo socioeconómico, pero adversario radical en lo que es la razón de ser de quienes dicen anteponer el nacionalismo catalán a cualquier otra consideración.
El triunfo socialista y la ligera recuperación de los comunistas del PSUC, sin restarle votos al PSC-PSOE, establecen además el predominio estable de un bloque más que preocupante para Pujo¡. Son partidos que se declaran inequívocamente catalanes y progresistas, y configuran, frente a Convergéncia, el otro nacionalismo, el nacionalismo popular catalán. Lo forma la media Cataluña trenzada de inmigración pero dispuesta a hablar en catalán, que vive la cultura catalana o se halla en un proceso de integración en ella, y que rechaza a Pujol desde la izquierda y el centro-izquierda. Tiene ante sí la difícil empresa de conseguir un reconocimiento del hecho diferencial catalán sin el victimismo sistemático del partido de Pujol, y su consolidación depende en gran medida de la sensibilidad y el respeto a la idea autonómica que sepa desarrollar el Gobierno central en Madrid.
Las primeras declaraciones de Jordi Pujol después de conocerse los resultados del domingo apuntaban a que Convergéncia tendrá que escudarse, a partir de ahora, detrás de sus asociaciones culturales, clubes y entidades recreativas para demostrar que "no todo depende del poder político". Palabras que enmarcan, desde este momento lo que va a suceder en Cataluña en el futuro inmediato. La principal incógnita para los meses que quedan hasta las próximas elecciones autonómicas reside en los niveles de radicalización en que se puede incurrir. La obstinación de Pujol en desoír el consejo que le dio Tarradellas de hacer una política catalana de unidad puede concluir, en breve, en que Cataluña esté más cerca que nunca de una ruptura entre dos comunidades que paradójicamente se sienten, cada una a su manera, absolutamente catalanas.
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