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Reportaje:La dura marcha del socialismo prusiano / y 3

Prioridad al desarme en la RDA

Con lentitud, Erich Honecker, jefe del partido y del Estado, ha impulsado el necesario paso a la economía intensiva, reforzando los estímulos materiales y morales creados para aumentar la productividad con una meritocracia prusiana instrumentada desde los sindicatos.Los personajes que hoy reviven en la Alemania Oriental un trinfalismo similar al del imperio impulsado en su territorio el pasado siglo se mueven a sus anchas por los edificios neoclásicos del kaiser, remozados en su interior con la variedad que permite una extensa industria química derivada del petróleo o del lignito, y que se nota también en el colorido del vestir.

Hoy perdura con fuerza el culto al trabajo, y al trabajo bien hecho, con la calidad que exige la apertura al mercado exterior. Desde los poderosos sindicatos, que refuerzan en el Parlamento con 68 diputados al partido comunista y se muestran orgullosos de aportar a cada plan económico el debate y compromiso de cinco millones de trabajadores, se imparte una serie de estímulos materiales y morales a través de la concesión de medallas, estancias para el veraneo o mejores viviendas.

En cada combinado o agrupación vertical de empresas de un mismo sector son repartidas anualmente miles de dotaciones materiales por medallas, que complementan el incentivo anual por el cumplimiento de los planes (asimilable a la paga de beneficios en España) o el de la fiesta de la República. Junto al movimiento de los innovadores, rivalizan por la mayor producción los aspirantes a galardones como el de "activista del trabajo socialista", "activista con méritos" o "héroe del trabajo socialista". Algunas personas llegan a superar la veintena de medallas.

Manifestaciones pacifistas

Esos sindicatos, que siempre subordinaron las mejores condiciories de vida y de trabajo al aumento de la productividad y la emulación socialista, han relegado en los últimos meses dichas prioridades dentro de una economía condenada a la productividad, en favor de "la lucha para conservar y defender la paz", según ha explicado al enviado especial de este periódico Sigbert Schulze, secretario general de los sindicatos de la provincia de Leipzig, donde hay 1.500.000 habitantes y 800.000 afiliados. Cada día se celebran numerosas asambleas de fábrica con el tema de los euromisiles y las propuestas del Gobierno de la RDA relativas a la creación de una zona desnuclearizada que incluya a las dos Alemanias. Y casi todos los días hay en alguna ciudad manifestaciones por la paz.

Paralelamente, llama la atención del visitante occidental un emergente puritanismo, a caballo entre las necesidades económicas y el respeto por las minorías. Por este motivo está prohibido fumar en los centros de trabajo donde uno de los presentes no tiene tan caro vicio (al cambio, más de 100 pesetas la cajetilla), en las estaciones de ferrocarril, en centros de enseñanza y en algunos restaurantes y cafeterías. En las discotecas y bares nocturnos no está permitida la entrada a hombres sin corbata o a. mujeres con pantalones vaqueros.

El aborto lo paga la Seguridad Social y cada año se divorcia aproximadamente la tercera parte del número de personas que contraen matrimonio. Sin embargo, los divorcistas empiezan a recibir algunas críticas porque duplican las necesidades de vivienda, mientras en algunas ciudades hay nuevas parejas que tienen que esperar varios meses para poder acceder a un piso.

Por otro lado, entre las brigadas juveniles se lanza una consigna similar a "la buena acción diaria" de los boy scout puritanos: "Cada uno, cada día, con balance positivo".

Algunos observadores occidentales estiman que esta orientación favorecerá las tendencias descentralizadoras, un factor más que puede poner fin a la época Honecker.

La Prensa occidental, tildada en el Este de sensacionalista, publicó que durante el pasado fin de año el jefe del Estado y del partido sufrió un atentado. La versión oficial explicó días después el incidente presentándolo como una especie de drama de teatro: esposo despechado y borracho que dispara por equivocación su pistola. Está claro que no resultó afectado el estadista, presente en la inauguración de la Feria de Leipzig, el mayor certamen comercial del Este. Pero lo sucedido resulta raro en un país obsesionado con el espionaje, el control ideológico y los intentos de fuga.

Precisamente en los intentos frustrados de pasar el telón de acero justifican las autoridades de la RDA gran parte de las cifras de presos políticos facilitadas por los medios occidentales. Estimaciones de diversos organismos internacionales defensores de los derechos humanos, como Amnistía Internacional, han calculado que en la RDA hay aproximadamente unos 5.000 presos políticos.

En la calle y en los medios de difusión y cultura brillan por su ausencia las alternativas críticas para la RDA, que no para otros países, incluidos los socialistas. Polonia es desgraciada por los agentes extranjeros; la elección de directores en las fábricas yugoslavas se relaciona con los miles de trabajadores que se van a países capitalistas o con algunos problemas de producción, y la heterodoxia que siguió en Hungría a las primeras revueltas del Este ha creado una economía socialista de mercado a la que deben pasar los turistas germanoorientales con bocadillos para defenderse de los altos precios que conlleva el experimento magiar.

En las primeras ciudades tras el telón de acero no sólo todos los productos llevan la marca de la empresa con un prefijo único: las iniciales de las palabras "propiedad del pueblo".

Hasta en una ópera del italiano Puccini, Madame Butterfly, representada en el teatro de la plaza Carlos Marx de Leipzig, el refinamiento artístico de los abundantes espectadores es bien satisfecho con magnífica escenificación, pero no sin concesiones a la propaganda. Así, la japonesa que se deja enamorar por el americano engalana la fotografía del amado con un crucifijo y la bandera de Estados Unidos, para luego enjugar su posterior desplante con un harakiri, después de arrojar al suelo el crucifijo y presentar expresivamente las consecuencias que conlleva la enseña de las barras y las 50 estrellas.

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