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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Buen genio de festival

La multiplicación de festivales internacionales ha ido creando un estilo, una forma de teatro. Hay compañías que se sostienen continuamente de festival en festival. Ese estilo requiere una escenografía fácil de transportar, elemental; y una capacidad de expresión que sobrepase el entendimiento oral. El género -ya se puede llamar así- ha producido algunas aberraciones al exagerar la sustitución de la palabra por sonidos, exagerar el valor de la expresión corporal y acentuar el valor de espectáculo sobre el de transmisión de ideas. Un ejemplo de cómo el arte teatral puede, por el contrario, seguir cumpliendo su vieja función dentro del nuevo molde, de las necesidades de ese género, es L'Os, que firma Peter Brook. Al mismo tiempo es la demostración práctica de una de las teorías de este director de escena universalizado: la de que el actor no necesita responder fisicamente al personaje que interpreta, sino hacer éste creíble por su propio arte interpretativo.

L'Os, cuento africano adaptado por Malick Bowens y Jean Claude Carrièe

Intérpretes: Malick Bowens, Joel A viva, Christian van Cau, Jean Benguigui, Clemente Masdongar, Laurente Mazarguil, Abdelkader Aboualita, Tamio Ikeda, Yumi Nara. Puesta en escena para el Festival de Aviñón por Peter Brook, replanteada por Malick Bowens. Estreno, Teatro María Guerrero (dentro del III Festival Intemacional de Teatro de Madrid), 12 de Abril de 1983.

Cuento africano

L'Os es la escenificación de un socarrón y, digamos, político cuento primitivo africano, hecha por Malick Bowens -primer actor, director- y por el escritor francés Jean Claude Carrière (a quien se debe la redacción de la autobiografía de Buñuel recientemente publicada). Es la historia de un hombre que prefiere dejarse enterrar como muerto antes que compartir el alimento con un amigo. Es una moraleja contra la insolidaridad, pero es también un reflejo del hambre, de la deformación de la naturaleza humana por una forma de miseria y angustia. Los nueve actores que interpretan los personajes de la aldea negra son de distintas razas y edades: africanos, judíos, japoneses, europeos. No utilizan afeites, ni apenas disfraces. Es, efectivamente, su arte interpretativo el que hace la credibilidad -total-, la entrada en la ficción. Con la colaboración, naturalmente, de la imaginación del espectador, que es la que estimula Peter Brook. Funciona perfectamente.La preceptiva, el género de festival internacional, domina toda la creación. En el fondo hay algo tan simple como un biombo de paja: no vaya más allá de la clásica manta de las compañías anteriores al Siglo de Oro de las que habla Agustín de Rojas. El vocabulario es corto, en francés, con frases en inglés y en castellano. Está pronunciado cuidadosamente, casi como en una clase de idiomas, y, sin embargo, no entorpece el ritmo teatral. Los actores son ágiles: el gesto, la mirada, el aparte, contribuyen a la transmisión de la breve idea y del argumento. Hay una llamada continua al teatro primitivo, al original, al más ingenuo; pero se aporta a él toda la capacidad de síntesis adquirida en todos los años posteriores, en la misma actualidad.

Entusiasmo

Hay, naturalmente, unos elementos que lo hacen posible: el tono de farsa, el ámbito en que se desarrolla, que, inevitablemente, hace que el espectador se sienta paternal y superior: elementos que podrían configurar un teatro menor si no fuese porque el resultado es máximo. Pero esta es otra lección de Peter Brook; no se debe ir nunca más allá de lo posible, del sistema teatral en el que se inscribe la obra. Cuando monta un Shakespeare, un Chejov o la ópera Carmen -recientemente presentada en Barcelona- lo hace de otra manera. Pero siempre sabe de lo que dispone y de cómo alcanzar un máximo con lo que tiene.El estreno produjo entusiasmo. El público entró en el juego desde el primer momento, y no cesó de aplaudir durante, después, en los saludos, núentras que los actores -y el músico, un excelente percusionista- mostraban su destreza individual. El rostro de Malick Bowens, la comicidad de Jean Benguigui, la agilidad del saltarín Clement Masdongar, serán difíciles de olvidar.

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