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Reportaje:

Ancianos y 'hippies', únicos habitantes de los pueblos muertos de la Maragaratería leonesa

La emigración iniciada a mediados de los años sesenta en los pueblos ganaderos de la Maragatería (León), poco después de la repoblación forestal, se ha cerrado para muchos de ellos con la muerte definitiva. A ambos lados del Camino de Santiago y del puerto de Foncebadón, ya en el límite con El Bierzo, los pueblos abandonados se suceden unos a otros, con muy pocas excepciones. En algunos, todavía vive un matrimonio de edad avanzada, o un pastor de nacionalidad marroquí o portuguesa, que, ocasionalmente, guarda rebaños ajenos.

Los últimos vecinos comparten los montes en buena armonía con varias colonias de hippies, instalados en la zona a partir de 1976 en el alto de Foncebadón, que en sus buenos tiempos Regó a tener hasta setenta familias y no menos de trescientos habitantes y donde sólo queda ya una viuda, María, y su hijo Miguel. Los dos se niegan a abandonar el pueblo, en el que viven solos desde hace ocho años, con media docena de perros y algo más de doscientas ovejas. Son también difíciles de localizar, porque el cuidado del ganado les ocupa la mayor parte del tiempo, desde el mediodía hasta la puesta del sol, en los montes de los alrededores.La María, como la llaman en toda la zona, es casi un personaje y, sin duda, la mujer más conocida de aquellos contornos, donde los pocos vecinos que quedan no necesitan ya más que el nombre de pila para referirse unos a otros. De ella dicen que una vez salió en televisión para hablar de las condiciones de vida en los pueblos abandonados, lo que le valió su actual popularidad y cierta fama de mujer valiente.

Sin embargo, Foncebadón ha tenido mejor suerte que otros pueblos. Labor de Rey, Castrillín del Monte y Fonfría llevan veinte años vacíos y con las casas en ruina, ya irrecuperables. Solamente en el último de ellos vive un pastor durante la época menos dura del año. Viforcos quedó también desierto a finales de los sesenta, junto con Matavenero, Polbueno y Las Tejeras. El número de viviendas que hoy se ven abandonadas desde la carretera oscila, según las poblaciones, entre media docena y cuarenta.

En otros pueblos, como Prada, que había quedado desierto hacia 1964, se han producido algunos intentos de explotar el único recurso abundante en la zona, los montes comunales. Ahora, en Prada vive un pastor y un rebaño de algunos centenares de ovejas, cuyo dueño reside permanentemente en Madrid. Por el pueblo han pasado ya varios pastores, entre ellos algunos portugueses y marroquíes, que luego derivaron hacia las minas de El Bierzo en busca de trabajos menos duros y mejor pagados.

Algo similar ha ocurrido en Manjarín, vacío desde los primeros años setenta, donde se ha instalado una empresa ganadera extremeña con una vacada de más de cien cabezas. Los animales son transportados en camiones hasta Manjarín a primeros de mayo, con unas pocas personas a su cuidado, y regresan a Extremadura en octubre.

Ganaderos y ceramistas

En Folgoso vive solo, desde hace cuatro años, otro ganadero y en Arganoso y Rabanal Viejo, en la vertiente este del puerto, otros dos matrimonios de edad avanzada, que conviven en buena vecindad con las comunidades de hippies llegadas a la zona a finales de los setenta. Primero se instaló un grupo de ocho en la Maluenga, que arrastró tras de sí a otras comunas, hasta llegar a cuarenta personas, repartidas actualmente en ocho pueblos y doce casas. La mayor parte de los recién llegados eran gente de paso, pero algunos se han afincado definitivamente. Por ejemplo, Antonio, que prefiere no dar sus apellidos, ha construido en Rabanal del Camino una nave para albergar un rebaño de trescientas ovejas. El edificio costó cuatro millones de pesetas y fue financiado con la ayuda de la Agencia de Desarrollo Ganadero. Cuando se le pregunta a Antonio cómo son las relaciones con los vecinos, responde que se llevan bien y, en cualquier caso, "no peores que entre ellos mismos".Desde la nave hasta Rabanal Viejo se llega por una pista de tierra, que desemboca en una veintena de antiguas viviendas, hoy deshabitadas. Sólo viven en el lugar dos matrimonios, uno de ellos, el de Domingo y Sabina, con un hijo de treinta años, que volvió después de probar fortuna fuera. El pueblo llegó a tener un centenar de habitantes.

En 1950, antes de la repoblación forestal que barrió los pastos, la gente comenzó a emigrar, porque "con la labranza no bastaba para vivir", y durante ocho años han sido los únicos vecinos del pueblo. Hace poco regresó el otro matrimonio para cuidar un rebaño que un yerno había pagado desde Madrid. Domingo dice que los hippies no sabían nada de la ganadería cuando llegaron, "aunque ahora parece que han aprendido, porque el oficio hace al maestro". Asegura también que las relaciones con ellos son excelentes. Se niega, sin embargo, a enjuiciar las formas de vida que lleva cada comunidad y añade que "cada uno tiene que seguir su rumbo". Nadie se interfiere en la vida de los demás y, "si andan de noche más que de día, ellos sabrán". Sobre el dinero que una familia necesita para vivir en los pueblos de la zona "ponga una aproximación de 35.000 pesetas".

Las cifras varían en función de una economía de autoconsumo. Según Domingo, "se ceba un cerdín, luego unas gallinas ponen un huevo y luego se baja a Astorga y se trae un kilo de carne o unas sardinas", todo ello unido al cultivo de unas pocas alubias o patatas.

Gran parte de los vecinos que todavía resisten en los pueblos semiabandonados proceden, a su vez, de la comarca de la Cabrera, al otro lado del monte Teleno, donde las canteras de pizarra han frenado la desaparición de sus propias poblaciones. En los sesenta, muchos cruzaron la sierra para comprar por poco dinero las tierras que dejaban los emigrantes maragatos, porque el otro lado de los minifundios no daba para vivir. Ahora, la desertización llega casi hasta Astorga y algunos vecinos, como Abelardo Morán, aseguran que los pueblos no se salvarán si no se unen antes en grandes ayuntamientos, "porque si no, no hay presupuesto para hacer nada".

Abelardo vive en un pueblo, El Ganso, que todavía tiene diez familias, pero entre ellas sólo suman cinco niños en edad escolar. Los pueblos disponen de luz, pero no de teléfono, rara vez tienen agua corriente y sus ingresos dependen de los diez tratantes de ganado que periódicamente les compran las crías. El médico vive en Astorga, aunque pasa consulta a veinte kilómetros, en Rabanal del Camino, y en Santa Colomba de Somoza se pueden encontrar una farmacia y un veterinario.

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