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La antigua tierra de la libertad

"Soy monárquico en Francia y republicano en San Marino", escribía Chateaubriand. Una de las más pequeñas naciones soberanas de Europa llamaba ya la atención de las Cortes y Gobiernos del posbonapartismo, por la asombrosa habilidad con que supo preservar su independencia a lo largo de siglos, en una península italiana dividida, invadida y ocupada por tantas potencias europeas rivales. Pero lo sorprendente no era esto sólo, sino la vigencia de una libertad efectiva desde el siglo XIV, cuando el sistema democrático era una utopía lejana en la mente de filósofos y tratadistas. San Marino, que ha sido admitida con estatuto temporal de país observador en el Consejo de Europa, es, en efecto, la más antigua república democrática y parlamentaria del continente, y yo he querido, atendiendo a su invitación, visitarla, para subrayar que en la construcción europea el rasero es indiferente al tamaño o al poderío económico o militar, y que es el espíritu de un pueblo y su fidelidad a los principios de la sociedad abierta lo que cuenta a la hora de la cooperación.Napoleón se sorprendió al conocer de cerca durante la campaña de Italia esta minúscula república, estable e independiente, que no tenía ejército significativo. "Hay que mantenerla como un ejemplo vivo de libertad", exclamó, y ofreció a su Gobierno nuevas fronteras más generosas, con anexiones territoriales. El Consejo de la República rehusó la expansión. Pasó el vendaval napoleónico y fue Metternich el que consolidó la independencia del mini Estado en la mesa de Viena, invocando el principio de la legitimidad de su poder y la exquisita neutralidad que había guardado durante las guerras napoleónicas. Desde entonces, se dio a conocer universalmente la insólita novedad. Fue en Estados Unidos donde el prestigio de San Marino alcanzó gran altura, cuando Lincoln elogió en palabras conocidas la trayectoria de la República, al recibir en 1861 el nombramiento de ciudadano de honor de Estados Unidos. "San Marino", dijo, "es un Estado que honra a la humanidad".

¿Cómo puede la democracia subsistir con rango nacional a tan pequeña escala? En primer lugar, con el unánime consenso de habitantes y grupos políticos en el mantenimiento del sistema secular. El Parlamento, denominado "grande y general consejo", tiene sesenta miembros elegidos por sufragio directo para cinco años. De su seno son elegidos, cada seis meses, dos,"capitanes regentes" que ejercen la función de jefes de Estado, en un dualismo que tiene resonancias de los cónsules romanos. El Gobierno emana asimismo de la elección hecha por el Consejo. La soberanía reside sustancialmente en el Parlamento. Hay seis partidos y mayoría de izquierda desde hace varios años. Apenas existe el paro, y la invasión turística veraniega -cinco millones de visitantes- sirve de estímulo a la actividad mercantil, hotelera e inmobiliaria de la República.

Bellísima es la topografía de la ciudad y de su entorno. Sobre un macizo de peñascos cortados a pico se asoman al acantilado, de setecientos metros de altura, tres torres defensivas: Tofre Guaita, Torre Cesta y Torre del Montal, comunicadas entre sí por caminos aspillerados. La naturaleza ofreció en este capricho geológico un bastión inexpugnable a la imaginación guerrera de los hombres. San Marino -según la tradición legendaria- era un tallista de piedra, cristiano venido desde la Dalmacia próxima -cuyas montañas se adivinan en los días claros al fondo del Adriático-, huyendo de la persecución diocleciana. Además de cantero era ermitaño. Al cabo de los decenios se levantaron en la montaña el monasterio, el poblado, el primer castillo defensivo, y muy pronto se hizo presente una comunidad libre y civil que no reconocía más señorío soberano que el suyo.

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Fue una epopeya singular, cercado como estaba el pequeño núcleo de población por adversarios formidables que pugnaban con aquella altiva y minúscula república independiente. Güelfos y gibelinos; urbinos y malatestas; aragoneses y angevinos no lograron entrar en el atrincherado dominio. César Borgia lo ocupó unos pocos días con su tropa armada en 1503 y dejó terrible recuerdo de crueldad y despotismo. Cuando Carlos V intervino con éxito en favor de la República amenazada, dio una última consigna a sus enviados: "No os fiéis del legado pontificio en la Romagna".

Dos siglos y medio después, en 1749, ese consejo fue desoído y el cardenal Julio Alberoni organizó una siniestra intriga desde Ravenna para justificar una intervención militar y obligar a los ciudadanos a someterse a la soberanía pontificia. Entró en San Marino con sus hombres y la ocupó durante unas semanas. Fueron unos momentos dramáticos, que acabaron gracias a la unánime resistencia cívica, próxima a la revuelta popular, conitra el antiguo primer ministro de

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La antigua tierra de la libertad

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Felipe V. El Papa desautorizó a Alberoni y dio la razón a la antigua República. No hubo más guerras en el territorio, pero sí algunos episodios dignos de evocación. En 1849, las tropas derrotadas de Guiseppe Garibaldi, después de la caída de la primera República romana, buscaban un lugar de refugio, persegúidas por el Ejército imperial austriaco y sus aliádos franceses y españoles. La República de San Marino ofreció hospitalidad a los 2.000 fugitivos, ofreciéndose de mediadora. Garibaldi se acogió a la generosidad de los frailes capuchinos y en el pórtico de la iglesia de San Quirino pidió a los hombres de la Legión de la República romana que abandonaran la lucha y regresaran a su hogar en espera "de tiempos mejores".

Mientras tanto preparó cuidadosamente su escapatoria, burlando el cerco de los "tedescos". Los hombres de San Marino, conocedores supremás del intrincado terreno, llevaron al romántico y valeroso luchador de la unidad italiana hasta las costas adriáticas en compañía de un puñado de sus legionarios. Allí embarcaron rumbo a Venecia, pero perseguidos por la marina imperial hubieron de saltar a tierra a las pocas horas, en medio de una borrasca. Allí murió en el llamado "pinar del Dante" de Ravenna, en la choza de un pastor, la fiel y noble compañera de Garibaldi, Anita Ribeiro de Sílva, brasileña de sangre, que le había acompañado desde 1839 en su fascinante aventura por la libertad. Ana María, a pesar de su avanzado embarazo, no quiso quedarse en la hospitalaria República, que le ofreció su asilo. Antes de marchar, vestida de amazona, regaló su traje femenino de raso negro brochado, a la familia que le albergó. Hoy se enseña en una vitrina del Museo Valloni esta reliquia indumentaria de la mujer cuya efigie cabalga, a lomos de un caballo de bronce, sobre la cima de Gianicolo de Roma..

En la segunda guerra mundial esta tradición de hospitalidad se puso otra vez de manifiesto. La República fue neutral y la respetaron las tropas alemanas. No así la aviación británica, que la bombardeó por error, causando víctimas y destrozos. Decenas de miles de refugiados políticos fugitivos, de las ciudades cercanas, hallaron temporal abrigo dentro die un perímetro soberano. Un gigantesco esfuerzo colectivo de sus 20.000 habitantes, que dejó exhausto el presupuesto nacional, hizo posible dar albergue y alimento a esa enorme población flotante. Pero la antigua tierra de la libertad siguió fiel a su espíritu originario, mereciendo el respeto de la República italiana.

Dicen que en los agitados años del pasado siglo en que se desarrolló el difícil y sangriento proceso de la unidad de Italia, las cortes de Toscana y de Módena y la diplomacia vaticana calificaban con peyorativa reticencia a San Marino-como "un islote liberal", cuyo ejemplo contagiaba a los otros pueblos. Pero ese epíteto insular ¿no es acaso el perenne y limitado ámbito de quienes realmente aman y practican la libertad en el mundo? ¿No son las treinta y tantas democracias parlamentarias que funcionan en el actual contexto internacional un archipiélago de libertades rodeado de un ancho mar de despotismos? ¿No habéis ojeado con curiosidad el volumen titulado. Freedom in the World-1982, recopilado por Raymond Gastil y comprobado allí el reducido número de Estados soberanos que merecen una puntuación razonable? Por cierto, San Marino, la tierra antigua de la libertad, no aparece en la encuesta mencionada.

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