El 'socialismo' con cien días
Hay una frase de Max Weber extraordinariamente elocuente. Dice lo siguiente: "Es una tremenda verdad y un hecho básico de la historia el que frecuentemente, o, mejor, generalmente, el resultado final de la acción política guarda una relación absolutamente inadecuada, y frecuentemente incluso paradójica, con su sentido originario". Aplicarla al Gobierno del PSOE quizá resulta prematuro, porque evidentemente cien días es poco tiempo para juzgar lo que se ha hecho o dejado de hacer. Pero sí hay los suficientes indicios -dice el autor- como para iniciar un análisis crítico y sobre todo para que comencemos a preguntarnos qué podemos y debemos esperar del cambio.
José Aumentee Baena es doctor en Neurología y Psiquiatría, y presidente de la Comisión Permanente del PSA
Primera corridaf allera.Cinco novillos de hermanos Rubio (procedencia Torrestrella), terciados, nobles y flojos; sexto de Lora Sangran, bien presentado, manso. Riverito. Media perpendicular baja saliendo trompicado, rueda insistente de peones -aviso- pinchazo, estocada caída de la que. sale volteado y seis descabellos (silencio). Estocada a cambio de volterela (aplausos y salida al tercio). Luis Miguel Campano. Estocada caída (escasa petición y dos vueltas). Pinchazo, bajonazo y descabello (palmas). Soro II. Estocada atravesada que asoma por un costado y otra corta caída (vuelta) Estocada (palmas).
Hay que partir del dato de que los diez millones de votos no se han conseguido para un proyecto de transformaciones revolucionarias, para construir un nuevo modelo de sociedad, para avanzar en el camino de una supuesta sociedad socialista. En esto, los dirigentes del PSOE han sido honestos, y hay que reconocer que su programa electoral no era realmente socialista, ni siquiera socialdemócrata, y sólo aspiraban a que el sistema de Administración del Estado funcionase mejor y, en consecuencia, el sistema capitalista corrigiese sus fallos más deletéreos.Esta modestia de objetivos ha procedido de varias causas. Una, la constatación de una realidad: la correlación de fuerzas que existe en el país los escasos fervores y utópicos que se dan en nuestras clases populares, muy proclives al conservadurismo consumista. Otra, la ausencia de doctrinarismos, de ideologías medianamente construidas por parte de los dirigentes del PSOE, que se han decidido por un pragmatismo fáctico muy cercano al poder por el poder. Y, por último, la línea claramente electoralista de conducir una política que ha tenido como principal objetivo conseguir -el máximo de votos.
Así, pues, la forma y las condiciones en que se ha producido el triunfo electoral del PSOE, y su ulterior acceso al poder, ya supone una limitación de entrada. No se pretenden cambios cualitativos, cambios estructurales, sino corregir los defectos más llamativos del sistema existente.
Por supuesto que la primera condición de toda política es ser realista, y en este sentido hay que reconocer que los dirigentes del PSOE son muy diferentes de sus antecesores históricos. Han tirado por la borda sus anteriores doctrinarismos, han renunciado a todas las teorías y han escogido la vía práctica de administrar el poder bajo muy determinadas circunstancias.
En un artículo publicado en este -mismo periódico antes de las elecciones (EL PAIS, 21 de septiembre de 1982) decía yo lo siguiente: "La gran paradoja de nuestra situación política es que, cuando existen las mayores posibilidades electorales para un Gobierno socialista, pueden también darse las peores condiciones para que tal Gobierno pueda llevar a cabo su tarea". Las condiciones no han cambiado, y ahora nos encontramos con la terrible ambivalencia de que para sacar el país a flote, para hacer frente a sus difíciles problemas, hay que hacerlo con medidas no socialistas, precisamente con un reforzamiento de los mecanismos del sistema capitalista. Es decir, a cambio de renunciar a ser socialistas, a costa de desprenderse de todo cuanto constituye los planteamientos ideológico-históricos del propio partido. La gran tesitura del actual Gobierno PSOE es la de renunciar a avanzar a cambio de no retroceder. Y ello porque los riesgos de tal retroceso son tantos -la fragilidad de nuestra democracia tan manifiesta- que cualquier paso precipitado puede ser determinante del mismo.
El sistema está bloqueado. Ocurre desde el momento en que, para asegurar la democracia formal, hay que renunciar a la democracia real, aquella que comporta un cambio en la propia estructura socioeconómica. Se provoca desde el instante en que ha habido que convencer a los capitalistas de que se va a ser buenos administradores de sus intereses, y a los poderes fácticos, de que se les va a respetar en sus prerrogativas. En última instancia, el Gobierno PSOE ha tenido que garantizar una reproducción de la estructura de dominación.
Las limitaciones
Por otra parte, se mire por donde se mire, la salida a la crisis económica y las posibilidades de crear nuevos puestos de trabajo sólo pasa por una reconversión de la economía que permita obtener una acumulación de capital más acentuada. Implica -y esto hay que reconocerlo honestamente-una disminución de los salarios, supone una disminución del nivel de vida y una contención en la presión obrera. Significa una política antipopular a corto y medio plazo.Y tiene como resultados, en última instancia, un reforzamiento de los mecanismos del sistema capitalista.
El episodio Rumasa no es sino una lamentable demostración de esta tesis: un tinglado que se hunde y al que se acude para apuntalarlo con el dinero de todos los contribuyentes. Una vez más se nacionalizan las pérdidas, haciendo frente a las aventuras de una empresa capitalista. Evidentemente no se trata de una medida muy revolucionaria que digamos, sino, más bien, de una forma de salvar al sistema.
Evidentemente, pues, que nos hallamos muy lejos de aquellos años sesenta en que estábamos ilusionados con un nuevo modelo de sociedad, un modelo vago y mítico que denominábamos "socialismo autogestionario". Se ha producido una frustración, la frustración del proyecto. Y ya nos conformamos, por supuesto, con bastante menos. Casi nos damos por satisfechos con mantener la democracia, y que el aparato del Estado, la Administración pública , funcione mejor. Hay que tener los pies en el suelo, y esto los actuales dirigentes del PSOE pretenden tenerlo.
Además, hay un factor de constatación inmediata: no basta con poseer la mayoría absoluta en el Parlamento para poder modificar la realidad vigente. El sufragio universal y la vida parlamentaria tienen, indudablemente, un fundamental valor, y ellos hay que defenderlos de una forma absoluta y radical, pero esto no debe impedirnos ser conscientes de que, desgraciadamente, es sólo una parcela de la vida total del país.
No reconocer esto puede conducirnos a lo que justamente Lenin calificó un día de "cretinismo parlamentario". Y a no darle la importancia que tienen a otras realidades de la sociedad, tales como el mecanismo de su dinámica social, la correlación de sus fuerzas sociales, las diversas estructuras de poder que en ella existen, las múltiples corporaciones -de toda índole- que en su seno se hallan más o menos incrustadas y con mucha fuerza. La resistencia que estas realidades ofrecen a todo aquello que pueda modificarlas es algo que no puede vencerse con solamente una política parlamentaria. No basta el número de votos.
El poder está disperso en toda la estructura de la sociedad civil. No solamente los clásicos poderes fácticos, sino que ahí están las escuelas, las universidades, los medios de comunicación social, los colegios profesionales, los sindicatos, las patronales, etcétera. No hay una estrategia socialista de cambio sin que se aspire a entrar y habitar en toda la trama de la sociedad civil, ofreciendo un complejo sistema alternativo de índole socio-cultural. Pero, ¿se atisba esto en el horizonte?
Seamos, por tanto, conscientes de las limitaciones del cambio. Incluso admitiendo que un Gobierno parlamentario socialista puede tener éxito en el contexto de un sistema capitalista -y la prueba la tenemos en los diferentes países europeos en que así ha ocurrido, como Suecia, Noruega, Dinamarca, Austria, etcétera-, significa solamente que ha sido capaz de realizar una serie de conquistas sociales a base, fundamentalmente, de desarrollar y mejor organizar todo un conjunto de servicios públicos. Es decir, éxito no en cambiar los mecanismos del sistema, que permanecerán intangibles, sino éxito en hacer más llevaderas las consecuencias de la explotación y el lucro que el sistema comporta.
Para que esto sea posible, hace falta que se den unas cuantas condiciones, entre ellas: a) que las instituciones democráticas estén firmemente asentadas, y b) que la economía se encuentre en tal fase de expansión que permita emplear grandes cantidades de dinero en el sector público.
Pero cuando una economía se encuentra en crisis y son más de dos millones la cifra de parados; cuando el endeudamiento, tanto del sector público como del privado, alcanzan cotas inimaginables, entonces no puede pensarse en una tabla de mejoras sociales, sino en una serie de medidas de emergencia, necesariamente drásticas, con toda seguridad impopulares, que puedan enderezar el rumbo de nuestra dinámica económico-social.
Si además se añade la precariedad de nuestras instituciones democráticas, se comprenderá de sobra las grandes dificultades que para el éxito de un Gobierno socialista existen hoy en España. Habría, pues, que situar el cambio en sus justos términos.
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