_
_
_
_
Tribuna:Comienza el II Festival Internacional de Folk en ValladolidTRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La cultura popular de Agapito Marazuela

El gran mérito de Agapito Marazuela como estudioso de la música de los pueblos de la España central es res catar el elemento espiritual/musical de una capa social dominada, engarzado y celosamente guardado en la canción popular, por generaciones y generaciones de gentes de las dos mesetas, sobre todo de la alta.Es necesario saber que sólo andando, explorando, analizando e investigando en las raíces y raicillas de la cultura madre, se llega a saber cuándo lo nuevo es una trampa, cuándo la imaginación está vacía, cuándo el arte es un saber hacer de un no decir nada.

Es un útil irremplazable para medir el grado de colonialismo cultural que la obra tiene. Es el sostén al que pueden sólidamente agarrarse las nuevas sensibilidades, las nuevas cosas imaginadas, los avances revolucionarios del arte.

Marazuela era consciente de algo muy claro para un marxista: que en las raíces de estos aires de cultura campesinos, transmitidos de padres a hijos, encontraron las culturas ancestrales la energía para, a través de los siglos y los siglos, prolongarse más allá de las matanzas imperialistas y sobrevivirlas. Era consciente, también, de la velocidad con la que se debe actuar, y, fundamentalmente, en el ambiente de la canción, por el caballo de Troya que representan los nuevos medios de comunicación de masas para la cultura de cada pueblo, para evitar que el consumismo de masas y el comercio sea el objetivo a cubrir por el arte.

La canción antigua

El método de trabajo suyo no es dar a oír en sí la canción antigua -eso es labor de los coros y danzas del fraguismo del ayer y del mañana y de los complejos y grupos musicales que buscan las galas y plataformas que el clientelismo electoralista del PSOE ofrece por un lado, provincialismo, y por otro, una invasión de lo exterior consumístico, concatenándose, sin ponernos en contacto real con métodos creadores, hacen posible el avanzar artístico. Nos traen las máquinas de la cultura hecha y nos quitan los métodos para que nosotros podamos hacer cultura universal. Nos importan cultura y no nos dejan exportarla.

Agapito Marazuela es toda una otra cosa. Agapito no hace cantar a una vieja sin dientes y sin cuerdas vocales para arreglarla, ponerle dientes y cuerdas nuevas y meterla en un elepé. Agapito Marazuela investigaba los elementos específicos, y de espiritualidad popular que sobreviven a la erosión permanente de los contrarios.

Resultan, cuando menos, analfabetismo cultural los homenajes póstumos como el que hacía Radio Nacional, reducir a Agapito Marazuela al tío Pito que tocaba la dulzaina, y darle diplomas, medallas u otros reconocimientos por esto, o es que somos tercer mundo aunque estemos en los puestos más altos de la administración cultural de España. 0, que las simpatías o antipatías políticas nos ciegan. Y, si lo primero no es bueno, esto último es vil. Y, ¿por qué, en vez de dulzainero, no se lo damos por tejeretero, o por zambombero, o por guitarrero?

Para él no consistía en ser solista de un instrumento, sino que él utilizaba los instrumentos como herramientas de investigación. Cuando yo empecé a oír a Narciso Yepes en París (fuimos becados en Francia durante los mismos años) ya había oído yo los conciertos de Marazuela en el penal de Ocaña. Yepes me parecía de una espiritualidad cortesana por el tema y por cómo lo hacía. Con Andrés Segovia, la guitarra era más empastada, un tono entraba en el otro esfumado. En las manos de Agapito, la guitarra era otra cosa, un tono salía limpio, lo veías, no se velaba, no se fundía, entraba en acorde con otro sin perder su fisonomía. Era una interactividad su armonía. Cuántas veces, andando por esas manchas castellanas, he pensado en la música de Marazuela, lejos o cerca; una encina era una encina, y un olivo era un olivo, tanto si los veías de uno en uno, como olivares o encinares, porque esto era Agapito, esencializar para no confundir. No era un artista tras el consumismo comercial, era un preocupado por buscar las esencias de su pueblo e injertar en sus raíces las sensibilidades de lo nuevo, de lo revolucionario; a ese Agapito, no al tío Pito, el dulzaneiro, a ese Agapito total, antítesis del consumismo colonizador, a ese comunista fiel al PCE, iba dirigido el gran homenaje nacional que el PCE organizó y la cultura dominante impidió. Agapito solía decir "La guerra civil tronchó mi carrera". Quería decir con ello: 1931: la República española cuenta con un investigador de la espiritualidad musical del pueblo. 1932: Primer Premio del Concurso Nacional de Folklore. 1933: becado por el Centro de Estudios Artísticos. 19341935: bienio negro. La derecha en el poder no hace nada con Agapito. 1936: Frente de Izquierdas (liberales, socialistas y comunistas ganan las elecciones).

El Gobierno le encarga la dirección musical del Folklore Español de la Exposición Universal de París en 1937 (aquella del Guernica de Picaso, del escultor Alberto, de Calder, Miró y tantos otros grandes). Con un ministro de Instrucción Pública y un director de Bellas Artes comunistas es natural que tu carrera se desarrollara.

La guerra ha terminado; saliste como pudiste, solo y pobre; tocabas donde te llamaban; ibas a una boda lo mismo que a un bautizo.

Clandestinidad, cárcel. Aquella noche, cuando a tres de tu expediente los iban a fusilar, pidieron al director de la cárcel, como última voluntad, que bajaras a tocar, y tú tocaste para aquellos compañeros, tocaste como nunca habías tocado. Era en Alcalá de Henares, 1947. No querías ya tocar más una guitarra. Nos trasladaron a Ocaña, ibas atado por el codo a otro compañero por esos campos. En Ocaña, el maestro Fortea tenía dos guitarras, y tú, que dormías junto a él, bajabas al patio por no sentir la música. No querías tocar.

Al final, comprendiste que nadie levantaba ya a aquellos fusilados y que otros camaradas necesitaban sentir la libertad que tú dabas con la guitarra. Hiciste durante tres meses trémolos sin parar, y un domingo diste aquel maravilloso concierto, que empezó con el Capricho español, y que fue lo último que habías tocado aquella noche cuando fusilaron a los tres compañeros.

Años más tarde, cuando salimos de la cárcel los dos, tuve dificultades en Madrid y fui a verte para que me buscaras un sitio donde estar, en Segovia y cerca de tu casa.

En el ventorro de San Pedro Abanto pudimos vivir unos meses de clandestinidad juntos. Después, el exilio, muchos años después, la democracia y la vuelta. Aquel homenaje que te ofreció el partido en Segovia. Después, aquel grande homenaje nacional que te quisimos ofrecer y que te merecías. ¡Cómo nos dolió el alma con aquella prohibición!

Sabes, Agapito, que en tu entierro no hubo ninguna rosa. Nadie del Gobierno, ni del Ministerio de Cultura, ni del directorio de Música, ni un gobernador, ni el presidente de la región, ni del Ayuntamiento, ni una rosa, con tantos alcaldes socialistas que hay en Castilla-La Mancha y Castilla-León.

José Ortega es pintor.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_