Diplomacia secreta y paralela
LOS SOCIALISTAS españoles fueron, desde los escaños de la oposición, altamente críticos respecto a las prácticas de diplomacia secreta del centrismo y partidarios de dotar de transparencia informativa al campo de las relaciones internacionales. Esa curiosa reconciliación de los políticos con la realidad inherente a la ocupación del poder parece inclinar ahora al Gobierno a reacomodar sus antiguos principios en este ámbito, a fin de que no estorben demasiado al funcionamiento de la llamada razón de Estado. De otra forma, no se explicaría las presiones ejercidas por las autoridades españolas -negadas luego por estas autoridades, aunque constatadas por redactores de EL PAIS- para evitar que se haga público el acuerdo suscrito el 14 de noviembre de 1976 entre una delegación del PSOE, presidida por Felipe González, y el Frente Polisario.Entre esa fecha y el día de hoy, la historia española ha sufrido tal aceleración y la política norteafricana ha sido escenario de tantos cambios que las rectificaciones de las primitivas posturas socialistas no sólo son imaginables, sino que probablemente estén justificadas. En el otoño de 1976, el PSOE era un partido ilegal, o alegal, que estaba preparando su XXVII Congreso y su desenganche de la acumulación ideológica -para utilizar palabras de Felipe González- y el verbalismo revolucionario de la etapa de clandestinidad. Seis años después, los socialistas españoles han conseguido la mayoría absoluta en las Cortes Generales y han asumido la responsabilidad de gobernar un país en crisis, sometido a eventuales desafios internacionales en su flanco sur, cuya actualización -a falta de una diplomacia sagaz y hábil- podría poner en peligro su estabilidad interna. A nadie puede extrañar que el Gobierno socialista haya enfriado su emotiva adhesión inicial a la causa del Frente Polisario y busque una posición de equidistancia en el Magreb, en función de la seguridad de Ceuta y Melilla, de la incoada reconciliación entre Marruecos y Argelia y de los nuevos equilibrios en la zona. Pero los ciudadanos tienen derecho a que el poder ejecutivo les explique ese cambio de estrategia y a que no les hurte, por molesto que le resulte al PSOE, el recuerdo de sus posturas de hace seis años, el conocimiento del acuerdo firmado en 1976 por el Polisario y un Felipe González que apenas acababa de abandonar su nombre clandestino de Isidoro. De otro lado, las reacciones registradas en Madrid ante el anuncio de las. declaraciones de Saleck, portavoz del Frente Polisario, reproducidas en EL PAIS de ayer, hacen temer que las costumbres de la diplomacia secreta estén acompañadas hoy de una proliferación de diplomacias paralelas que multipliquen, para mayor confusión, las líneas de actuación española en el norte de Africa. No parece, así, que el presidente del Gobierno, el vicepresidente del Gobierno, el ministro de Asuntos Exteriores y los responsables de asuntos internacionales del PSOE se hayan puesto suficientemente de acuerdo sobre todos los detalles y matices de la estrategia adecuada respecto al Frente Polisario, el conflicto del Sahara y las relaciones con Marruecos y Argelia.
El Frente Polisario parece estar destinado al abandono progresivo de la ayuda argelina, y es lógico que busque en España -al fin y al cabo, el Frente es en gran parte una creación española- algún cobijo y una pequeña esperanza de supervivencia y de solución racional a sus reivindicaciones. Repetir la cantilena de que el conflicto en el Sahara es un conflicto heredado de los anteriores Gobiernos -como acaba de hacer el palacio de Santa Cruz- no sirve de nada. Todos los conflictos que tiene este Ejecutivo son heredados del pasado, pero eso no quiere decir que en ese pasado, y sobre todo en el más próximo, no haya tenido el PSOE también responsabilidades y actitudes que se incluyen hoy en la herencia. En el caso concreto del Polisario, éste denuncia un giro esencial en la política socialista, que parece estar demostrado por los hechos. Quizá ese giro sea acertado, pero el PSOE no puede desconocer los sentimientos de solidaridad que el Polisario y su causa generan en amplios sectores de la izquierda española, a los que gustaría ver que los socialistas cumplen con sus compromisos libremente adquiridos hace unos años. O al menos recibir una explicación fiable y diáfana de por qué no es así.
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