El Papa condena en Guatemala los crímenes contra los indios y los defensores de la libertad
.El Papa superó ayer en Guatemala otra de las etapas difíciles de su viaje a Centroamérica, que hoy continúa en Honduras. Aunque no recordó expresamente a los jóvenes que el dictador guatemalteco, general Ríos Montt, mandó fusilar en vísperas de la llegada del Pontífice a este país, Juan Pablo II no se mordió la lengua y condenó con tono solemne, como se lo había pedido medio mundo, los crímenes cometidos contra los indios y contra quienes han luchado y lo siguen haciendo por los valores de la libertad y el respeto de los derechos humanos.
En Quezaltenango, ante una muchedumbre indígena imponente y colorista, de sabor bíblico, el Papa grito: "Dios prohíbe matar", y añadió: "Desde este lugar y en forma solemne pido a los gobernantes, en nombre de la Iglesia, una legislación que os ampare eficazmente de los abusos y os proporcione el ambiente y los medios adecuados para vuestro normal desarrollo".
Juan Pablo II afirmó con énfasis que la Iglesia conoce perfectamente "la marginación que sufrís, las injusticias que soportáis, las serias dificultades que tenéis para defender vuestra tierra y vuestros derechos, la continua falta de respeto hacia vuestras costumbres y tradiciones".
Aquellos indios de ojos grandes y rostros quemados por el sol y la miseria le miraban como a un ser llegado desde otro planeta. El Papa pidió que "no se confunda evangelización con subversión", y lo pidió en un país donde tantos sacerdotes y catequistas blancos e indígenas han sido asesinados, acusados de terrorismo, por predicar un evangelio exigente socialmente. Un eclesiástico del séquito papal le decía a otro al oído: "Lástima que esto no lo hubiera dicho el Papa en Nicaragua. Quizá no le hubiesen contestado".
Juan Pablo II fue recibido con entusiasmo popular. Era de noche y más de un millón de personas le aclamaban llevando en sus manos un cirio encendido y otro apagado. Este último, bendecido por el Papa, se lo llevarían a sus casas como la mejor reliquia o amuleto contra los espíritus del mal.
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El Papa pide a Rios Montt que en Guatemala se movilicen todas las fuerzas para lograr una pacífica convivencia social
Viene de la primera páginaEn el aeropuerto, Efraín Ríos Montt, presidente de la República, perteneciente a una secta protestante californiana que cada domingo predica la Biblia a toda la nación desde las cámaras de televisión, le había preparado a Juan Pablo II el recibimiento más suntuoso de todo este viaje por Centroamérica.
Cientos de cadetes, con su típico uniforme de colores, daban al aeropuerto un aspecto folklórico. En el cielo estallaban los fuegos artificiales. Cada frase de los discursos del presidente o del Papa quedaba subrayada no por los aplausos, sino por los zambombazos de los cohetes. Si uno cerraba los ojos y no sabía que se trataba de fuegos artificiales, todo hacía pensar que el Papa había llegado a un campo de batalla.
Alguien había escrito que, en Guatemala, el Papa tendría que enfrentarse con otro pontífice, ya que Ríos Montt se siente inspirado por Dios, un profeta, con comunicación directa con la diivinidad y quiere hacer de Guatemala una nación bajo la protección de Dios, aunque su programa es, de frijoles y fusiles.
En realidad, el primer encuentro entre el Papa y el presidente de Guatemala, profeta de la espiritualidad que predica la falla de compromiso político de los religiosos, fue ya un primer ensayo de dialéctica bíblica.
Ríos Montt le dijo al Papa: "Me siento obligado, Santidad, a solicitarle que proclame al mundo, y particularmente a los guatemaltecos, que la evangelización y el proselitismo se hagan sobre todo con el ejemplo personal de los religiosos, evitando la politización del evangelio y de la vida de Jesucristo".
Para el presidente, protestante fundamentalista, el religioso debe sobre todo rezar, dar ejemplo de vida austera. Nada más.
Juan Pablo II le respondió con los ojos puestos, esta vez, más que en el cielo, en la tierra concreta de los hombres, y le dijo, mientras los estampidos de los cohetes se hacían ensordecedores: "Esta nación ha sido varias veces, aun en tiempos recientes, escenario de calamidades. Y hoy sigue sufriendo el flagelo de la lucha entre hermanos que provoca tanto dolor", y añadió: "En nombre de todas las víctimas inocentes querría pedir, señor presidente, que se movilicen todas las fuerzas de buena voluntad para lograr la pacífica convivencia social, fruto de la justicia y de una gran reconciliación de los espíritus".
Juego de esgrima
Era como un juego de esgrima entre los dos líderes religiosos. Sólo una nota cómica en aquel escenario nocturno de dialéctica bíblica y de cielo iluminado por las ininterrumpidas bengalas. Mientras hablaba el presidente Ríos Montt, no se sabe si por la intervención de algún anónimo o por un increíble error técnico, saltaron a través de los potentes altavoces del aeropuerto las notas alegres de una canción italiana de Gino Paoli que invitaba a bailotear. Se produjo un revuelo de militares, que intentaron apagar las notas de la canción y hubo esfuerzos del presidente para contrarrestar la música, alzando la voz. Se produjeron muchos guiños y risitas incluso en las filas de las privilegiadas autoridades invitadas a estar cerca del Papa.
Pero fue en la enorme concentración ce lebrada en esta ciudad en Campo Marte, a la que acudieron de todo el país centenares de millares de fieles bajo un sol abrasador de verano tropical, donde Juan Pablo II, ante el presidente Ríos Montt, hizo con fuerza la denuncia de todos los crímenes perpetrados en este país, como le habían pedido de tantas partes del mundo libre, desde -Amnistía Internacional al Tribunal de los Pueblos y hasta la misma Iglesia de este país.
Recordando el primer capítulo del Génesis, Juan Pablo II, ante aquella concentración, quizá la más imponente de este viaje a Centroamérica, dijo, recalcando palabra por palabra, ritmado por los aplausos: "La fe enseña que el hombre es imagen de Dios, y eso significa que está dotado de inmensa dignidad y que cuando se atropella al hombre, cuando se violan sus derechos, cuando se cometen contra él flagrantes injusticias, cuando se le somete a las torturas, se le violenta con el secuestro o se viola su derecho a la vida, se comete un crimen y una gravísima ofensa al Creador".
Juan Pablo II, alzando aún más su voz, afirmó: "De este modo Cristo vuelve a recorrer el camino del Calvario y sufre los horrores de la crucifixión en el desvalido y él oprimido".
Los aplausos se hacían cada vez más fuertes y el Papa continuaba gritando como un profeta: "Hombres de todas las posiciones e ideologías que me escucháis: Atended a la súplica que os dirijo, atendedla, pgrque os la hago desde la hondura de mí fe, de mi confianza y amor al hombre que sufre; atendedla, porque os la hago en nombre de Cristo. Recordad que todo hombre es vuestro hermano y convertíos en respetuosos defensores de su dignidad. Y por encima de toda diferencia social, política, ideológica, racial y religi9sa, quede siempre asegurada en primer lugar la vida de vuestro hermano, de todo hombre".
Morir poco a poco
El Papa recalcó también que, además de la injusticia de la muerte violenta, "se puede hacer morir al hermano poco a poco, día a día, cuando se le priva del acceso a los bienes que Dios ha creado para beneficiarle".
Como respondiendo al presidente Efraín Ríos Montt, que le pedía para los religiosos Sólo un compromiso espiritual, Juan Pablo II afirmó: "No es posible aceptar que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del evangelio acerca del amor ha cia el prójimo que sufre o padece necesidad".
Poniendo una bánderilla muy directa al presidente guatemalteco, Efraín Ríos Montt, el Papa Juan Pablo II dijo que se dirigía a los responsables de los pueblos, "sobre todo, a los que sientan en su interior la llama de la fe cristiana", invitándoles a empeñarse con toda decisión "en medidas eficaces y urgentes, para que lleguen los recursos de la justicia a los sectores más desprotegidos de la sociedad. Y que sean estos los primeros beneficiarios de apropiadas tutelas legales".
¿Cómo salir al paso de cualquier extremismo y consolidar una auténtica paz en esta tierra de Guatemala?, se preguntó el Papa, y respondió con estas palabras: "Devolviendo su dignidad a quienes sufren la injusticia, el desprecio y la miseria".
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