El cambio llega a Australia
DICEN ALGUNOS científicos que después de la primera guerra nuclear habrá un lugar en la Tierra donde Pueda la Humanidad sobrevivir y reconstruir nuestra civilización. Un lugar exento de radiactividad, porque la dirección de los vientos evitará normalmente que descargue sobre él la lluvia radiactiva y porque ni su situación estratégica ni su alineación geopolítica le convierten en objetivo eventual de los cohetes: la costa suroriental de Australia -Nueva Gales del Sur y Victoria- y Nueva Zelanda. Y tan es así, que hay una moda creciente en Centroeuropa, especialmente en Alemania Occidental, de emigrar hacia esos parajes como un tipo de respuesta válida al despliegue nuclear de ambos bloques en la zona.Ni siquiera muchos australianos saben estas cosas. -Todavía una gran parte de ellos no nacieron en el continente y se han establecido allí en las últimas tres o cuatro décadas, creando comunidades inmensas de inmigrantes que han reavivado el espíritu pionero de los descubridores del Nuevo Mundo. Melbourne es hoy la tercera ciudad griega del mundo -por el número de habitantes que tienen dicho origen y hablan esa lengua-, pero a nadie le extraña eso en un país en el que conviven más de sesenta nacionalidades diferentes y se hablan de hecho -con hegemónico predominio del inglés- más de veinte lenguas.
Este país, cuyas raíces históricas permiten al australiano medio sentirse orgulloso de ser descendiente de alguno de los convictos enviados allí por el Reino Unido en el siglo pasado, y que se apresta a celebrar en 1988 su segundo centenario de la primera fundación británica -un campo de prisioneros-, se ha incorporado ayer también a la moda del cambio eligiendo al Partido Laborista para gobernar durante los próximos tres años, de acuerdo con la Constitución. La izquierda sube al poder, así pues, en medio de una creciente protesta social por el desempleo y el empeoramiento de las condiciones de vida de un pueblo acostumbrado a nadar en la abundancia.
Muchos australianos se preguntan todavía con algún desconcierto si es Australia una nación o si es una nación de naciones, y qué significado tiene eso. Organizada oficialmente como una confederación con seis Estados y dos territorios, la población se agrupa, fundamentalmente, en la costa suroriental y en el Este, mientras que el Estado occidental, con una extensión casi equiparable a la mitad de Europa, alberga apenas un millón y medio de habitantes, dedicados hoy a explotar una inmensa riqueza de yacimientos minerales, abundantes en hierro, uranio, oro, petróleo y toda clase de materias primas, que se añaden así al cuerno de la abundancia de la lana, la carne y los productos agrícolas, base tradicional de la economía australiana. Este Estado, como el de la costa este (Queensland), está bajo la férula de gobernantes enormemente conservadores, que si ya estaban en conflicto en muchas cosas, como la cuestión racista, con el Gobierno federal, aumentarán ahora sus recelos frente a Canberra. Cualquier estudioso del estado de las autonomías debería tomar alguna lección, útil a nuestros efectos, de los movimientos centrífugos y separatistas en aquel continente y de las respuestas políticas que el Estado central ofrece.
Treinta mil españoles -de ellos, 15.000 nacidos en España- contribuyen hoy a la formación de este inmenso país de vida fácil, que todavía se permite incluir entre su medio millón de desempleados a aquellos que, abandonada la universidad, no encuentran un primer puesto de trabajo. Pero no es el de la presencia española el único motivo -aunque quizá sea el principal- para que nuestras autoridades incrementen su hasta ahora mínima -por no decir inexistente- atención a aquel inmenso continente, en plena búsqueda de su identidad política y social. El eventual ingreso de España en la Comunidad Económica Europea supone la, aparición de un competidor más para los productos agrícolas australlianos en Europa. Desde el ingreso del Reino Unido en la CEE, Australia y Nueva Zelanda han visto descender su nivel dé vida de manera preocupante y se han esforzado en encontrar mercados alternativos -fundamentalmente, en Japón y el sureste asiático- que contribuyeran a dar salida a su producción. El ingreso de España y Portugal, y la eventual penetración de los países de Latinoamérica a través de ellas, empeorá aún más las perspectivas, en opinión de las autoridades de Canberra, que podrían estar presionando indirectamente sobre la Comisión en Bruselas para levantar nuevas dificultades a las aspiraciones de Madrid. Mientras tanto, una comisión comercial mixta hispano-australiana deberá estudiar en los próximos meses las posibilidades de inversión de algunas empresas públicas españolas, como Ensidesa, en la explotación del carbón australiano y en el incremento de ventas de tecnología media, como en el caso del avión Aviocar.
Dentro de unas semanas se celebrará en Sidney la asamblea general de la Internacional Socialista, a la que es previsible -o cuando menos posible- asista el presidente del Gobierno español, presidente asimismo de la comisión encargada de redactar un nuevo documento doctrinal de la organización. Tanto si es él el. representante del PSOE en el encuentro como si no, no existe la menor duda de que estas cuestiones, lo mismo que las que afectan a la desnuclearización del Pacífico y a la creación de una zona de interés común en torno a este Océano, que incluiría numerosos países de América Latina, serán tratadas por las representaciones de los partidos laborista y socialista, en el poder ya en Australia y España, respectivamente.
La consideración de Australia como una potencia de nivel medio, alineada en su política exterior con Estados Unidos, pero con preocupaciones específicas sobre su seguridad y defensa y sobre la situación general en el Pacífico sur, no debe pasar tampoco inadvertidaa la hora de un incremento de relaciones que, por limitado que sea, parece progresivamente necesario. Pues no es preciso tener ninguna voluntad de imperio para considerar la necesidad de poner mayor atención sobre un país con evidente y extraordinario futuro, tanto económico como político, con presencia notable de españoles y con una influencia creciente, sobre todo el sureste asiático.
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