Un ejemplar acercamiento de Stravinski al serialismo
Orfeón Donostiarra y Grupo Koan.
Directores. Antón Ayestarán y José Ramón Encinar. Solistas: Ana Higueras y Manuel Cid. Obras de Igor Stravinski.
Teatro Real. 22 de febrero.
El Ciclo de cámara y polifonía de la Orquesta Nacional mantiene esta temporada un alto nivel de interés, en el que se sitúa el programa del último martes, dedicado a Stravinski y dirigido por José Ramón Encinar al Grupo Koan y al coro de cámara del Orfeón Donostiarra que dirige Antón Ayestarán. El gran coro de San Sebastián obtuvo el fin de semana un triple éxito con la ONE y López Cobos, en un programa Brahms. Razones de ajuste dejaron fuera de la crítica de García del Busto sobre ese concierto (EL PAIS, 21 de febrero) los comentarios sobre una presencia, como la del Orfeón Donostiarra, que sobre su calidad es recibida con particular entusiasmo y cariño en Madrid, así como la sensacional aparición en nuestro medio de la mezzo sueca Anna-Sofie von Otter, voz, escuela y talento interpretativo realmente singulares.José Ramón Encinar, compositor y director de gran penetración, seleccionó tres títulos stravinskianos de extraordinaria belleza: Introitus in memoria de T. S. Elliot, Misa y Cantata sobre textos anónimos ingleses de los siglos XV y XVI.
El breve Introitus (de 1965) y parte de la Cantata (1952) son una demostración de la ejemplaridad del genio de Stravinski hasta su última etapa. Cuando no había perspectiva suficiente, parecía que -en contra de su anterior biografía- el autor de La consagración de la primavera, más que conducir, era conducido por el fuerte tirón de la estética y los procedimientos schoenbergianos. No es así. El príncipe Igor anticipó lo que bastantes años después fue actitud normal: la consideración del schoenbergismo y su estela sin beatería, como un repertorio de posibilidades de las que el creador puede disponer a su antojo.
Stravinski usa la serie y sus conocidas fórmulas de desarrollo -bien emparentadas como es de dominio común con usos de la vieja polifonía- con igual libertad que se apodera del esquema bachiano para la estructura de su cantante o del orden litúrgico de la misa. En ambos casos manda la simetría y se hace del centro sustancia ideológica de cada partitura: el credo en la misa, el ricercare de tenor -el número más largo y el de mayor utilización de procedimientos seriales- en la Cantata. Desde el punto de vista de una vocalitá que logra resultados muy expresivos, el compositor parte del valor de la sílaba como principio.
Al final, las voces, con los reducidos y varios cortejos instrumentales (apoyo, color, casi espacio místico en su admirable desnudez) se articulan en conjuntos plenamente stravinskianos y asombrosamente bellos. Pasó el tiempo en el que los árboles denominados Petrouchka, Consagración, Pájaro no dejaban ver el bosque infinitamente hermoso de la monumental herencia de Stravinski, "el más grande compositor de nuestro siglo", como escribe Encinar, con toda razón y tras superar un largo período general de dudas.
A mi juicio, Encinar nos dio versiones ejemplares -de una pureza y un poder expresivo superiores- del Introitus (emocionada dedicación del músico a su admirado Elliot) y de la Cantata, y abordó la Misa con igual acierto en el planteamiento, pero un tanto caída en los resultados. Cierta dosis de morosidad y una ausencia de contrastes que exageraba el pie de la letra tornó un tanto arqueológica una música viva.
De todo punto excelentes Ana Higueras y Manuel Cid, en la Cantata, así comno los solistas del Orfeón, Isabel Alvarez, Elena Pérez, Ketxu Núñez, Javier Alberdi y Ricardo Salaberría, en la misa. El grupo orfeonístico lució cuantas calidades le reclamó Encinar, en una versión en la que se sumaban los valores del director y los del compositor.
Babelia
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