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La mítica película 'Napoleón' hace olvidar el festival de Berlín

El acontecimiento cinematográfico más importante ocurrido hasta la fecha en Berlín se ha celebrado a espaldas del festival de cine. Durante cuatro días se ha proyectado en el Palacio de Congresos, abarrotado en todas las sesiones, a unas 3.000 pesetas la butaca, la versión de cuatro horas y media de la mítica película de Abel Gance Napoleón, que, con paciencia y talento, ha reconstruido el montador Kewin Bronwlow, bajo los auspicios de Francis Ford Coppolla.

Napoleón ha despertado tantos entusiasmos como críticas adversas. Hay comentaristas que han señalado con toda justicia que la visión apasionada, chauvinista y reaccionaria que Abel Gance tuvo de la vida política de Napoleón adquiere hoy términos insoportables. En ningún momento se planteó el director la menor visión crítica del espíritu militar del emperador y su afán por conquista tierras ajenas. Contemplando victorioso sus nuevos territorios desde lo alto de una colina, la imagen de Napoleón se mitifica sin pudor en la larga descripción de la película.Pero también es cierto que los inventos cinematográicos de Abel Gance preludiaron lo que años más tarde repetiría el cine no sin cierta torpeza. En este sentido, la triple pantalla que se abre ante los atónitos ojos del espectador en los últimos quince minutos de proyección superan con mucho el débil intento de imitación que el scope propondría treinta años después.

Pero no acaban ahí sus aciertos Apoyados por la partitura musical de Carmin Coppola, que ha dirigido para estas representaciones a la Orquesta Filarmónica de Berlín, las imágenes de Napoleón dan una visión espectacular de la Revolución Francesa, que se concretan en pasajes de enorme ingenio. El granizo aporreando los apandonados tambores, la sucesión ininterrumpida de ejecuciones en la guillotina, el maremoto de la Asamblea Nacional, paralelo a la soledad de Napoleón en una barquita sujeta a la bravura de las olas, y, sobre todo, las primeras imágenes de su infancia, en las que ya se perfila el carácter ganador del protagonista, dan idea de la imaginación de Gance por reflejar en el cine su apasionado ardor por la mítica napoleónica.

Quiso rodar seis películas. La primera de ellas, dividida a su vez en tres partes: la juventud de Napoleón, Napoleón y el terror y la campaña de Italia. "Napoleón era un paroxismo -en su época, que a su vez era un paroxismo en el tiempo", justificaba Gance poco antes de comenzar la ambiciosa filmación de su proyecto. Anunció éste desde lo alto de la torre Eiffel: "Mañana comenzamos el rodaje de la película más colosal de la historia del cine francés". No sólo no pudo concluirlo, sino que su material se dispersó con el tiempo.

La quietud de Rohmer

La movilidad de las imágenes de Napoleón (1925) contrasta con la quietud de Erich Rohmer, que ha presentado en la competición del festival su última película, Paulina, en la playa. Si Arthur Penn dijo en una ocasión que ver una película de Rohmer es como ver crecer una planta, este filme los confirma. Basándose en un gag fundamental, Rohmer narra con lentitud la preparación y desenlace del mismo en base a conversaciones monótonas que. no se orientan más que a una descripción de las contradicciones de sus personajes. Pero éstos, aunque bien interpretados, carecen de calor, de interés. El famoso gag, por otra parte, se inspira en el más conocido cine vodevilesco. Cuando un hombre engaña a su amante acostándose con otra, recibe inesperadamente la visita de su amiga; para disimilar su traición, logra que otro hombre, el novio de la compañera de su amante, finja ser quien cometía adulterio. El equívoco se prolonga hasta que su aclaración final, convence a las dos enamoradas de que sus compañeros no responden a las pasiones que ellas buscaban.De mayor calidad es el filme Hecate, de Daniel Schmid, director de La paloma, que vimos en España hace unos años. Situándolo en Marruecos durante los años treinta, narra la tensa historia de amor entre un embajador francés y la misteriosa Lauren Hutton, mujer sensual, pero llena de secretos, que atormenta al joven embajador hasta destruirlo en sus celos, en su afán de posesión. No exenta de cierta literatura, Hecate, está inspirada en la novela de Morand.

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