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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La batalla del Golfo

LA BATALLA que libran las fuerzas de Irak y las de Irán es, se dice, decisiva. Al iniciar su ofensiva en la noche del 6 al 7 de febrero -la operación Aurora-, los iraníes anunciaban que iban a destruir el régimen iraquí "sostenido por los países del Este, del Oeste y por sus lacayos europeos". Es algo más que una frase característica del nuevo estilo iraní: Irak, lanzado primero sobre Irán con el falso cálculo de que destruiría el reino de Jomeini, sirve ahora de tampón para contener un foco trascendental de la revolución islámica. Y sirve cada vez menos; y cada vez piensan sus aliados o cooperadores más en que esa guerra está perdida y que hay que buscar otra solución. Aunque las últimas noticias no son favorables a la tesis iraní de que están ganando la ofensiva, puede decirse que en realidad Irak perdió su guerra mucho antes de esta ofensiva: cuando perdió la posibilidad de exportar su pe tróleo por las terminales del Golfo y cuando se cortaron los oleoductos que lo sacaban del país a través de Siria. Jordania, Arabia Saudí, los países del Golfo, acudieron entonces en ayuda de Irak. Pero la crisis inversa del pe tróleo -la quc ahora afecta a los países productores- y la pérdida de los 750.000 barriles diarios que no puede exportar Irak suponen una situación económica deses perada. Y hay observadores que interpretan- que la con traofensiva de Irak en la zona misma del Golfo -por su marina y su aviación- intenta, sobre todo, desplazar la zona de guerra a un punto en el que los emiratos se vieran comprometidos y decidieran reforzar una ayuda que desfallece. Irak se va encontrando aislado. Francia, deci dida a la defensa de Irak (Mitterrand: "No queremos que Irak sea vencido"), duda ya de seguir enviando las armas que le pide Bagdad: no sólo no ve si alguna vez podrá cobrar los 28.000 millones de francos que se le adeudan, sino sus posibilidades de continuar influyendo en la zona si Sadam Husein pierde la guerra. La singularidad de la situación es que ninguno de los dos países tiene interés directo en ocupar al otro, que supondría una operación insostenible, sino en destrozar su régimen. Tiene el aroma medieval de una guerra entre dos grandes señores, Jomeini y Sadam -cada uno dueño de una tiranía en su país-, pero la realidad de dos conceptos del islamismo; tiene los rasgos históricos de la renovación del milenario conflicto entre los árabes y los persas, pero, sobre todo, la de una hegemonía sobre el mundo musulmán; y el mundo musulmán representa el petróleo. Sadam gobierna sin adhesión real de su población, atenazado por unas sofocadas revueltas internas -la de los chiitas, la de los curdos-; si Jomeini consigue ahogarle por la economía o por la revuelta de su propio pueblo, Irak cambiará de régimen y será una nueva patria revolucionaria del islamismo integrista. Jomeini ha estabilizado -hasta cierto punto- su situación interior a los cuatro años de la revolución (EL PAIS, 14 de febrero de 1983), en parte por una represión brutal, en parte porque la guerra misma con Irak ha unificado su Ejército y ha dado una unanimidad a la nación, pero indudablemente también porque ha sabido levantar un fanatismo y un sentido de la vida; ese sentido de la vida no es sólo una fiebre nacional, sino que se extiende por el larguísimo mundo árabe, desde Asia hasta el Magreb, y mantiene en una situación azorada a los grandes dirigentes de los países afectados, incapaces de combatir el integnsmo, pero temerosos de que se convierta en la misma revolución social que arrancó al sha de su trono.

Estados Unidos está actuando con enorme cautela. A pesar de haber sido los primeros ofendidos y humillados por la revolución -el asalto a su embajada y la toma de rehenes-, los primeros desmontados de una importante zona de poder -el sha era su agente-, parecen entender que la pieza más singular de este tablero islámico es precisamente Irán y que el perjuicio más inmediato puede ser para la URSS, que no solamente tiene largas fronteras con países islámicos, sino una importante población musulmana en la parte interior de esas fronteras, dispuesta a ser contagiada si no lo está ya. Puede que los cálculos de sus estrategas y economistas le hayan demostrado ya que el régimen de Sadam es por ahora la víctima designada, y que Irán está más sólido que antes. Puede estar empezando a cundir la idea de que la revolución iraní y la que irradie de ella puede ser, en un esfuerzo enorme, canalizada, pactada. Ya se han hecho por parte de numerosos países intentos de mediación -alguno ha terminado trágicamente-; quizá fuera posible aún alguno que, ofreciendo como víctima definitiva a Sadam Husein y dando a Irán algunos medios para reorganizar su vida más acá del caos de la fe sin límites, pudiera sujetar la situación: salvaguardar los países del Golfo, mantener los regímenes occidentalistas en Arabia Saudí y Jordania... No es nada fácil; raya en lo imposible. Pero más imposible parece sostener a un Irak exhausto, que aún puede guerrear y ganar tiempo, pero que difícilmente pueda ya ganar una guerra que empezó con entusiasmo.

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