Los refugiados camboyanos, un drama entre dos fuegos
El campo de Nong-San albergaba a 42.000 civiles y a los pomposamente denominados ejércitos de Iiberación del príncipe Norodom Sihanuk (Movimiento para la Liberación Nacional de Kampuchea, MLNK) y su ex hombre de confianza y antiguo primer ministro Song-San (Frente de Liberación del Pueblo de Kampuchea, FLPK). Desde meses atrás, ambos competían por el control de la masa de refugiados, elemento precioso para estimular los apoyos de China y Estados Unidos, y ambos practicaban un reclutamiento menos que voluntario para engrosar sus filas, al tiempo que una extorsión racionalizada y sin escrúpulos a los refugiados. A nivel programático, tanto el MLNK como el FLPK definen como su objetivo expulsar a los vietnamitas de Camboya. Pero, por el momento, esa meta resulta utópica.Las fuerzas de Sihanuk y Song-San constan muy mayoritariamente de refugiados que aceptan el AK-47 que les dan como una salida al hambre crónica. Su instrucción es muy pobre y su ardor combativo, aún menor. Poca cosa para oponer a las unidades de elite de la que todos los expertos están de acuerdo en considerar la mejor infantería del mundo.
Los vietnamitas cayeron como diablos sobre las posiciones avanzadas de las dos guerrillas. Salieron de repente de la espesura; con la cara pintada de verde oscuro y el uniforme de camuflaje, quizá parecieran fantasmas vengadores a los sesenta adolescentes que estaban allí, porque toda guerrilla que se respete debe tener posiciones avanzadas.
Aunque nadie se había cuidado de decirles lo que tenían que hacer. Por eso se habían limitado a acampar lo más cómodamente posible en sendos claros del bosque en espera de la hora de regresar a Nong-San.
Fue un trabajo rápido y eficiente. Apenas algún superviviente consiguió huir. Según sus versiones, los vietnamitas habrían rematado a los heridos.
Eliminado el irrisorio sistema de vigilancia de Nong-San, la máquina de guerra se puso en marcha. Los obuses de la artillería y de los blindados empezaron a llover sobre el campo. Se produjo la estampida. Nong-San estaba construido a ambos lados de la frontera; un buen kilómetro y medio del recinto quedaba en territorio tailandés. Pero la generalmente precisa artillería vietnamita no tuvo en cuenta eso. Y la masa de gente despavorida corrió alocadamente. Un médico de la organización Médicos sin Fronteras me explicó cómo los refugiados civiles y buena parte de los guerrilleros adolescentes huyeron en desorden hacia Tailandia; docenas fueron víctimas de las minas antipersonales que han sembrado los vietnamitas en las partes donde la frontera es más fácilmente franqueable; otros cayeron en las trampas antitanques dispuestas por los tailandeses. En un foso de unos trescientos metros de largo llegaron a apiñarse 3.000 refugiados, sin que los soldados tais, que se encontraban en lo alto del talud, les permitiesen en un principio adentrarse en su territorio.
Palestinos de ojos rasgados
El personal de la Cruz Roja en la zona estima que un tercio de los 42.000 refugiados que vivían en Nong-San han conseguido llegar al ya sobrecargado campo de Nong-Samet, donde escasea el agua. Otros 20.000 habrían atravesado la frontera y se encontrarían ahora concentrados en un punto no revelado, a diez kilómetros de la frontera. El acceso de la Prensa ha sido prohibido. Sólo el personal de los organismos internacionales de ayuda que operan en la zona han podido visitar el lugar para repartir raciones alimenticias. Miembros de la Cruz Roja confirmaron que, desde el ataque contra Nong-San, el número de raciones alimenticias que distribuyen ha crecido en 35.000 unidades, así como que las autoridades tailandesas han prohibido rigurosamente a los fugitivos que construyan estructuras estables, para impedir el nacimiento por generación espontánea de un nuevo campo. Según algunas versiones, un sector del ejército tai se opone radicalmente a que entren más refugiados en el país. Los más extremos habrían incluso hablado de expulsar de nuevo a Camboya a los de Nong-San "una vez se hayan calmado las cosas", como comentó uno de los oficiales del cuartel general fronterizo en Aranya-Prathet, bajo cuya jurisdicción se encuentra Nong-San.
La xenofobia prevalece en Tailandía para con los refugiados. Estos días está habiendo expresiones trágicas de esa inquina, muy extendida, en los pillajes y vejaciones a que han sometido a los refugiados perdidos bandas de campesinos tailandeses. Asesinatos, violaciones, raptos de muchachas, que luego serán vendidas a las redes de prostitución de Bangkok y Pataya, ha sido el destino de muchos fugitivos de Nong-San.
Estos piratas de tierra firme saben que no corren peligro de que caiga sobre ellos el peso de la ley. Todos los observadores imparciales coinciden en que los delitos cometidos contra las vidas de los refugiados y sus bienes nunca son castigados por la justicia tailandesa. Los refugiados se han convertido en apátridas que nadie quiere y cuyo destino deja indiferentes a todos los poderes de la zona y a sus padrinos políticos. La reacción del Gobierno de Bangkok ante el ataque vietnamita -parte del cual ha tenido lugar en territorio tailandés- ha sido mirar hacia otro lado. La situación política es delicada en el antiguo reino de Siam: el Ejército pretende institucionalizar su poder fáctico a través de aumentar las atribuciones del Senado en detrimento de la Cámara Baja. El Senado está compuesto en sus dos terceras partes por militares, mientras que la Cámara Baja es un mapa de minifundio político, al lado del cual el Parlamento italiano sería un prodigio de orden y monolitismo.
Corrupción e indiferencia en el Ejército tailandés
El Ejército tailandés, corno el boliviano hasta hace poco, obtiene pingües beneficios de las dos mayores lacras -e industrias- de Tailandia: la heroína y la prostitución. Los militares controlan bocados importantes de ambos negocios a través de un complejo sistema de protecciones y sobornos a tarifa fija.
Sin embargo, hay inquietud en la cúpula militar. El general Arthi Kamlang, actual hombre fuerte del Ejército y verdadero detentador del poder, se está mostrando decidido partidario de evitar una confrontación con los vietnamitas. Cerrar los ojos ante el ataque a Nong-San es una manera de responder al mensaje implícito que Hanoi le ha enviado con su manotazo.
Para los líderes vietnamitas, el problema de los refugiados es una prioridad de segundo orden en su política en Camboya. Lo que desean es una frontera estable y que se reconozca de facto su hegemonía sobre el territorio jemer. La operación contra los campos de refugiados, en esa óptica, se convierte en un castigo contra las guerrillas de opereta de Sihanuk y Song-San, pero sobre todo en advertencia a Arthi Kamlag para que retire el apoyo tácito que había venido prestando al MLNK y al FLPK. Ciertamente, entre las razones de ese apoyo ha pesado mucho la presión de las diplomacias china y norteamericana sobre el Gobierno de Bangkok, pero la prosperidad es enemiga del riesgo y de la belicosidad, y, ciertamente, los generales tailandeses atraviesan una época de bonanza económica.
Conscientes de todo ello, en llano¡ buscarían ahora un terreno de encuentro con Kamlang para lograr un statu quo que satisfaga las aspiraciones hegemónicas de Vietnam en Camboya y permita a los militares tais seguir enriqueciéndose. En ese sentido, la diplomacia soviética ha echado su cuarto a espadas a través de una carta de Yuri Andropov al Gobierno de Bangkok, hecha pública el miércoles, recomendando soluciones negociadas a todo posible conflicto.
Los malditos de la tierra
Mientras transcurren los días en una calma tensa, los observadores se preguntan si no se estará gestando una intervención masiva vietnamita para limpiar la frontera.
"Si quieren limpiar nuestra casa gratis", me dijo un oficial tai, "¿no sería lo correcto abrirles la puerta e incluso prestarles alguna escoba?"
Parece claro que el general Kamlang y sus compañeros de armas no irán a la guerra por los refugiados. Los norteamericanos, por su parte, ven en esa humanidad doliente lo mismo que en los misquitos o los guerrilleros integristas afganos: una baza de propaganda política a jugar, sobre todo si la militarista y espartana crispación de los vietnamitas cristaliza en una actuación militar más o menos masiva.
Mientras tanto, los soldados tailandeses enviados a controlar a los nuevos refugiados han dado ya comienzo a las exacciones. Se organiza el expolio de quienes pronto ya sólo tendrán su cuerpo para vender. Medio millón de camboyanos, 200.000 vietnamitas y 80.000 laotianos sobreviven como animales enjaulados en un marchitarse sin mañana posible en los campos de refugiados de Tailandia. Aunque en el mundo del éxodo de Nigeria, de Sabra y Chatila este tipo de horror apenas consigue ya despertar las sensibilidades adormecidas.
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