Punto muerto en la vida cotidiana del Ateneo de Madrid
La larga siesta de una sociedad cultural en paulatina descomposición
Y, sin embargo, todo en este lugar parece hecho para la meditación, el placer del espíritu y una comunicación intelectual teñida de ambrosía. Los techos altos, de estucos geométricos; las paredes, enriquecidas por nobles revestimientos de madera; los próceres que velan con ojos medio abiertos, desde cuadros alineados como estampas. Viendo como tranquilos viejecitos de cana venerable dormitan con la doble barbilla apoyada contra la pechera, te preguntas qué demonio ha podido invadir esta casa, qué viento de discordia ha convertido las plumas en puñales.El Ateneo, con todo, tiene que servir forzosamente para algo. Para alguien. Quizás para los jóvenes:
-Nosotros creemos que el Ateneo se puede recuperar -hablan unos estudiantes de filosofía-, aunque ahora esté prácticamente muerto. De alguna forma, Madrid está perdiendo su hegemonía cultural, lo cual nos parece bien, porque hay que descentralizar la cultura, pero habría que mover esto para que no nos quedemos sin nada. Porque, a nivel universitario, esta ciudad está de lo más decrépita, con las distintas universidades separadas entre sí, más que por la distancia física, por las ideologías.
Una biblioteca abierta hasta la madrugada
Lo único que el Ateneo ofrece a los jóvenes en las circunstancias actuales es una gran biblioteca que -dato importantísimo- permanece abierta hasta la una menos cuarto de la madrugada, y un lugar recoleto, silencioso, en el que poder estudiar. "La mayoría de los estudiantes, salvo los empollones que sólo vienen a preparar unas oposiciones y luego desaparecen, estamos a favor de la junta gestora constituida en tomo al ateneísta más antiguo, Julián Luelmo, para conseguir que el grupo de Checa Goitia abandone el Ateneo y así poder establecer una continuidad, de acuerdo con el reglamento de 1932".
La biblioteca es importante, sobre todo en volúmenes anteriores al 36. De entonces acá, se nota un vacío, porque, según cuentan los más antiguos del lugar, el bibliotecario de la etapa franquista fue un auténtico Torquemada. "Así y todo", dice un asiduo ateneísta, "éste era el único lugar en donde se podían leer libros de Carlos Marx si sabías hacértelo bien, sacándolos del palomar".
Los jóvenes dicen que, en este asunto de junta gestora contra presidente de la junta de gobierno, les ha faltado habilidad a todos, y que el hecho de que Juan Cruz Cuenca y Fernando Chueca acabaran hace unos días en el juzgado de guardia, por una cuestión de agresiones, resulta desmoralizador para todos.
Pese a las tensiones, el ambiente es tranquilo. Los bedeles ofrecen el aspecto indiferente de todos los días, el bar estalla de charlas en voz alta -es el único lugar en donde uno puede levantar la voz sin provocar impacientes siseos-, de entrechocar de platos y tazas. María, tras el mostrador, casi una chiquilla de cuerpo exiguo y gestos nerviosos, sirve pinchos y cafés con leche, y se encoge de hombros cuando le pregunto quién cree ella que ganará finalmente: "Yo trabajo de nueve de la mañana a once y media de la noche", dice, "y voy a seguir igual".
La horrible perspectiva del cierre
Lo que quizás no seguirá igual si ganan los que quieren mover el Ateneo es el tema de las tertulias, que se podrían reanudar, como en los viejos tiempos, o incluso los malos tiempos en que se podía trampear y traer a La cacharrería a personajes de la clandestinidad como Marcelino Camacho, Ramón Tamames o Basilio Martín Patino. "Hay tantas cosas que se podrían hacer. Tenemos proyectos para realizar secciones culturales, ahora mismo se plantea el centenario de Marx, y en caso de poder hacerlo habíamos pensado en dejar los locales a la Fundación de Investigaciones Marxistas, para que organizaran algunos actos".
Unos y otros, los que apoyan al actual presidente y los que quieren que las cosas cambien, están de acuerdo en una cosa: sería verdaderamente lamentable que actitudes extremas -de llegar a las manos, concretamente-, desorbitadas por determinados medios de difusión, condujeran a que se llegara a cerrar, el Ateneo. "Eso sería horrible", comenta, estremecido, un muchacho de largas melenas que tiene el cutis de pergamino de tanto leer entre celosías. "Y también es horrible que la situación se politice, porque la cultura es patrimonio de todos y tiene que estar por encima de todo". A mediodía, los más habituales se acercan al Ateneo para tomar el aperitivo. Luego comen, en pequeños grupos o, los más recalcitrantes, a solas consigo mismos, todo lo más con el periódico a modo de barrera entre ellos y el mundo. Aquí, entre estas paredes, la realidad parece hallarse lejos, como la ambición y el juego sucio. Sin embargo, todo eso ha irrumpido aquí, rompiendo el silencio de las salas en penumbra, la simetría de los tresillos de cuero, empañando los ventanales y crispando los ánimos.
El problema es que nadie puede actuar como árbitro, ni siquiera el ministro de Cultura, porque el Ateneo es una institución privada. Sin embargo, el propio ministerio puede provocar el principio del fin porque, de no aprobarse la memoria, no entregará la subvención de cuarenta millones y, en ese caso, la actual junta de gobierno se encontrará con serios problemas para cubrir las nóminas del personal. Esta sería la mecha que haría estallar la dinamita que, más o menos oculta, se encuentra debajo del asunto.
Mientras tanto, todo parece seguir un curso vegetal, como si los días transcurriesen entre algodones, y las conversaciones, en sordina, se movieran entre abstracciones. Los más viejos, que son también los más habituales, o por lo menos, los que más se ven, porque siempre ocupan el mismo sitio, pueden tener sus preferencias: pero seguramente las entregarían de buen grado a cambio del privilegio de no tener que cambiar de sillón a la hora del descanso diario. Los más jóvenes bullen de impaciencia, pero esperan, como aquel general de Guerra y paz que recomendaba paciencia, paciencia y tiempo, cuando se aproximaba el caballo de Napoleón haciendo de las suyas.
Babelia
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