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De la 'curva de Laffer' al incremento de los impuestos

En menos de dos años, el presidente Reagan, que se presentó a sus electores como el paladín del nuevo liberalismo, ha dado un giro decisivo a su política económica. Sus propuestas tienen hoy muy poco que ver con la famosa curva de Laffer o con la quimera de aquella singular teoría de que reduciendo impuestos se estimula la inversión y, a través de ella, se llega a la recuperación.Y, sin embargo, sus nuevas recetas para relanzar la. economía estadounidense, que están a punto de cosechar resultados positivos, quizá no hayan sido lo suficientemente explícitas y coherentes como para satisfacer a todos sus críticos anteriores, especialmente los sectores del Partido Demócrata que menos comulgan con el neoliberalismo.

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En su reciente mensaje al Congreso sobre el estado de la Unión, y posteriormente en la presentación de los presupuestos para 1984, Reagan ratificó su anunciada intención de controlar el déficit presupuestario'a cualquier precio, incluso si esto exige un aumento de los impuestos. Su objetivo es reducir el déficit de 200.OCr0 millones de dólares previsto para el presente ejercicio a menos de 117.000' millones en 1988, año en que terminaría un segundo hipotético mandato enla Casa Blanca de los republicanos.

'Para alcanzar esta meta, Reagan propuso al Congreso un control total sobre el gasto público en todos los departamentos -con excepción del de Defensa- y el abandono casi definitivo de su vieja promesa de reducir paulatinamente los impuestos.

La receta presidencial no es nueva y, lo único que confirma, es el giro sustancial que Reagan imprimió a su política económica cuando, hace unos meses, propuso al legislativo un apreciable incremento de los impuestos.

El problema es que el presidente Reagan quiere ahora que el Congreso le extienda nuevamente una autorización, esta vez permanente, para subir la presión fiscal, pero sólo hasta el límite de obtener 50.000 millones de dólares de ingresos adicionales por año. La autorización cesaría si, para 1985, el déficit se enderezara.

Pero, si Reagan puede encontrar oposición a esta propuesta, quizá porque se queda corta, el descontento va a ser mayor a la .hora de obtener autorizaciones para recortar aún más los gastos. El1echo de que haya dejado fuera de los sacrificios previstos al departamento de Defensa no vaa satisfacer mucho a los demócratas, especialmente a los que ya se quejaron en su día de que los únicos recortes se materializan en los servicios sociales.

Pese a todo, el presidente Reagan dispone ahora de una oportunidad histórica para encaminar por el buen sendero a la economía estadounidense. Su política -o la del Federal Reserveha permitido bajar la inflación al 3,9% en 1982, algo que los norteamericanos no conocían desde Ios años previos a Vietnam.

Con los tipos de interés a unos niveles mucho más bajos que hace un año -aunque altos para los estándares históricos y para el nivel de inflación-, los economistas de Washington se pueden permitir el lujo de aplicar medidas estimuladoras de la economía. Si no se adoptan, Ronald Reagan se enfrentará a unas demandas incontrolables del lado popular.

El problema del paro (casi el 10% de la fuerza laboral) es quizá el primero en la lista de urgencias de Washington y, curiosamente, Reagan apenas lo abordó en sus dos mensajes. Si esto significa que se va a hacer poco en ese frente, la solución definitiva para la economía norteamericana, y para Europa, está todavía muy lejos.

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