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LA LIDIA / VALDEMORILLO

El que torea es Juan Mora

Está el cotarro, ya que la temporada se ha puesto en marcha, sumido en concienzuda investigación del sexo de los ángeles taurinos, que son los novilleros -pobrecicos míos- y los analiza desde la vestimenta hasta el pie que ponen para la suerte cargar. Cuestión tan capital es motivo de acaloradas discusiones, pero de repente aparece un tal Juan Mora, como ayer en Valdemorillo, instrumenta tres naturales, y queda descubierto el Mediterráneo en toda su luminosidad: ¡El que torea es éste!.Primero tuvo Mora un novillo manejable y le faltó acoplarse Quizá no fuera por culpa del novillo, sino del desentrenamiento. En febrero, y al frío de la sierra, sería un despropósito exigir a los coletudos el oficio que es habitual cuando llevan unas decenas de corridas toreadas y calienta el sol. Pasemos por alto, pues, que Juan Mora no llegara a acoplarse, ni a templar. En el cuarto, en cambio, ya con el ritmo cardíaco en su punto, rodadas sus facultades toricidas e inmune el cuerpo a los rigores del vientecillo serrano, cuajó una faena espléndida, llena de garbo y toreria.

Plaza de Valdemorillo

5 de febrero. Tercera corrida de feria.Novillos de El Campillo, bien presentados, manejables. Juan Mora. Bajonazo descarado (silencio). Estocada tendida caída (dos orejas). Luis Miguel Campano. Bajonazo (vuelta por su cuenta). Estocada desprendida (dos orejas). El Poli. Pinchazo bajo, bajonazo y nueve descabellos (silencio). Tres pinchazos, estocada corta atravesada y descabello (silencio).

Pero, sobre todo, cuajó esos naturales hondos y cadenciosos, en los que llevaba al novillo embebido en el engaño. "Por aquí y por aquí", ordenaba Juan Mora, y el novillo, pastueño de carácter, lisiado de patas, bonito de fachada, armado hasta los dientes, calcetero, no tenía más remedio que obedecer. Era su obligación de toro bravo, y a todos nos satisfacía que la cumpliera con puntualidad de funcionario, pues hacía posible el toreo bueno. Cuando en una plaza -no importa que sea de fábrica o portátil- se ensamblan el toro de buena casta y el torero de alta escuela, surje el prodigio del toreo puro, acontecimiento máximo que puede producirse en la lidia, pues ningún otro le alcanza en emoción estética. Mientras el diestro ligaba aquellos muletazos, el modesto tendido se hacía cátedra y Valdemorillo era Nueva York.

Otros toros de buena casta hubo, mas no toreros de alta escuela. 0 a lo mejor es que les faltó ensamblarse. Por ejemplo, Campano no se ensamblaba. Le salió primero un manso que se aculaba en tablas y le fue imposible sacarle de la querencia.

Al otro, de nobles embestidas, le administró una faena tan superficial como larga y repetitiva. Estaba Campano con muchas ganas de hacer el toreo pero sin inspiración para interpretarlo.

El Poli, en cambio, era un torrente de ideas; lo malo es que las aplicaba lejos del toro. Pegaba tres pases aliviándose, remataba como podía y se marchaba a pasear. Paseaba contoneándose flamencón, lucía el tipo en giros de puntillas, sonreía, demoraba el retorno. La afición se lo toleró en el tercer novillo, a pesar de que la nobleza del animal exigía faena, y ni le hizo caso en el sexto, cuya boyantía aún era mayor. Su atención la dedicó entonces el público a escuchar Valencia, que instrumentaba la banda con tanto entusiasmo como si fuera su estreno, y el trompeta hacía la filigrana de intercalar compases de La Paloma, mientras el pasodoble le servía de contrapunto. Nos tenía maravillados. ¿Harán un casette?.

El Poli dio mal remate a la fiesta pues, por añadidura, al matar pegaba el sablazo y apretaba a correr. Su toreo consiste en estar donde no está el toro, lo cual no deja de ser una interesante innovación. El Poli es como Belmonte, sólo que al revés. De cualquier forma, no pudo anular el buen sabor que dejó la novillada en su conjunto y, sobre todo, el toreo exquisito de Juan Mora, que supo a gloria.

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