Casa de cristal

El pasado día 18 leíamos en las páginas de EL PAÍS la prohibición de las llamadas celdas negras de la prisión de Valencia, lo cual ocurría a raíz de la muerte de un recluso, que sólo contaba con la preciosa edad de diecisiete años, y es ahí cuando me pregunté a mí mismo, si yo, como miembro de la sociedad, hacía algo para evitar estos hechos tan lamentables. Estamos en una sociedad democrátrica y casi todos nos sentimos identificados con ella; nos sentimos orgullosos de vivir en un país libre, y de sentirnos libres, pero mi pregunta fue: ¿es libertad encerrar a un joven de diecisiete años en una celda sin luz y sin ventilación? No, creo que no. Eso no es justamente la libertad; soy consciente de que parte de la juventud española es delincuente, y que si en los primeros años de su vida no se les enseña a ser cívicos, no se conseguirá nunca, pero... ¿enseñarles en un infierno? No, creo que no es ésa la mejor medida, y pienso eso porque los resultados están ahí, en el suicidio del joven al que la sociedad condenó a la oscuridad, a la falta de amistad, y lo obligó a su final. Creo que es más importante el castigo juvenil que su delincuencia, y creo que los que formamos la sociedad debemos contribuir, en la medida de lo posible, a conseguir que el futuro de nuestro país, que está en la juventud, no se vea amenazado con el rechazo social. .