Del monólogo al diálogo
Las transformaciones democráticas que se produjeron en Portugal y España no tuvieron, hasta la fecha, ningún efecto profundo sobre las relaciones entre los dos países peninsulares.El peso de la historia parece, en este caso, haber desafiado con éxito la capacidad de innovación política y diplomática de los regímenes democráticos en ambos países. Al entusiasmo retórico de las declaraciones oficiales corresponde una enajenación real en el plano de la convivencia de los dos pueblos. A las intervenciones públicas en favor de la amistad y de la cooperación corresponde una desconfianza recíproca que sería hipócrita seguir escondiendo. En otras palabras, a la democratización interna que tuvo lugar en cada uno de los dos países sigue correspondiendo un estilo desigualitario -y, en consecuencia, antidemocrátíco- de convivencia entre la Monarquía española (tendencialmente federal) y la República portuguesa (efectivamente unitaria). Hoy, como ayer, los intereses siguen prevalenciendo sobre los valores.
Aunque la individualidad étnico-lingüística de Portugal sea en sus orígenes poco diferente de la de Galicia, y ciertamente menos acentuada que la de Cataluña o Euskadi, la declaración de independencia de aquel territorio frente a la amenaza islámica, al Sur, y al centralismo unificador de Castilla es un gesto esencialmente político, militar y diplomático: un acto de voluntad nacional.
Favorecido, en una primera fase, por el ritmo más lento de la Reconquista española, por el apoyo de la Santa Sede y por la primacía portuguesa en el terreno de los descubrimientos marítimos, Portugal consolidó su independencia en, base a la alianza uso-británica y a la política sistemática de contención de la potencia marítima frente a los poderes continentales y a las veleidades navales de España.
La proyección de Portugal hacia el Africa negra y Brasil acentúa esta disparidad, frente a la proyección de España hacia la América española y el noreste de Africa. Quasi isla en relación al resto de Europa, Portugal compensa una cohabitación difícil sobre el suelo peninsular -ocho siglos de existencia, seis siglos de conflictos- con una estrecha cooperación militar con el Reino Unido y una ligazón cultural con Francia.
El tratamiento de la realidad peninsular
La geopolítica estuvo siempre presente en las relaciones lusoespañolas, y en particular en la forma hábil con la cual los dirigentes españoles tratan siempre de globalizar el tratamiento de la realidad peninsular, mientras que las autoridades portuguesas, celosas de su identidad, tratan de tornar posición sobre temas tan interesantes corno el carácter plurinacional de España, la diversidad de sus pueblos y de sus culturas, el problema de Gibraltar o el contencioso acerca de las plazas fuertes españolas en territorio marroquí. Pero también acerca de cuestiones de reajustes de fronteras, como el caso de Olivenza, que el texto y el debate constitucional portugués no dejó caer en el olvido, o de problemas como el que levanta la polución de los cursos de agua portugueses por las centrales nucleares españolas.
Del lado portugués, el rechazo de toda metodología globalizante, iberizante, es siempre automático. Y esta actitud encuentra repetido eco en el dicho popular, tantas veces utilizado: De Espanha, nem bom vento, nem bom casamento.(De España, ni buen viento ni buen casamiento).
Dos temas recientes han aportado la prueba de que las cosas siguen de la misma forma.
El primero es el de¡ ingreso de España y Portugal en la CEE. Era obvio que la globalización de los dos procesos de adhesión no podía ser aceptada favorablemente por Portugal. Las resistencias de algunos países europeos a la entrada de España podría atrasar el proceso portugués y, por otro lado, el estado de la economía portuguesa exige negociaciones específicas en varias cuestiones.
El segundo punto es el de la adhesión de España a la OTAN. En términos de dispositivos militares, Portugal no admitirá jamás la creación de un mando ibérico unificado, abarcando las fuerzas terrestres de los dos países, o una división de responsabilidades en materia de defensa marítima y aérea que signifique una presencia española efectiva fuera de la zona del Mediterráneo occidental, del eje con el archipiélago de las Canarias y de la parte del océano Atlántico que limita con Galicia y el golfo de Gascuña.
La CEE y la OTAN han provocado un replanteamiento de la cuestión nacional entre España y Portugal cuyo alcance e intensidad, en términos psicológicos, sobre la mayor parte de la opinión pública portuguesa no pueden ser ignorados.
En el dominio económico, los diversos niveles de desarrollo en que se encuentran las dos sociedades han provobado un preocupante desequilibrio de los intercambios comerciales a favor de España. Practicando una política de alta protección arancelaria y de contingentaciones y recurriendo al impuesto de compensación de gravámenes interiores (ICGI), al derecho regulador y al derecho compensador variable, España aprovechó la apertura del espacio económico portugués para reforzar las posiciones que ocupa sobre nuestros mercados sin ninguna reciprocidad, a no ser el endurecimiento de sus prácticas proteccionistas y restrictivas.
Comercio desigual en favor de España
En 1981 las exportaciones españolas hacia Portugal fueron de 55.806 millones de pesetas y las importaciones, de tan sólo 12.452 millones, lo que significa un saldo positivo para España de 43.354 millones de pesetas y una cobertura del 448,2%, la más elevada del comercio exterior de España con los países de la Europa occidental, de América y del Próximo Oriente, únicamente superada, a nivel global, por el superávit en las relaciones con Yugoslavia y Egipto. La balanza comercial entre los dos países peninsulares es cada vez más desfavorable a Portugal, con el constante aumento de los saldos -negativos, que fue del 91% en los tres primeros trimestres de 1981 en relación a igual período del año anterior, y con idéntica tendencia durante el primer semestre de 1982.
Si el dispositivo industrial español, sobre todo en lo que se refiere a ciertas empresas de capitales extranjeros, se basa en la inclusión, en su mercado, de los potenciales consumidores portugueses, las inversiones directas españolas en Portugal crecieron más del ciento por ciento entre 1980 y 1981, con un aumento probablemente aún superior en 1982. En cambio, y salvo rarísimas excepciones, la planificación industrial productiva portuguesa no tiene en cuenta objetivos sobre el mercado español, y tampoco se conocen casos significativos de inversiones directas de capitales portugueses en España aisladas o asociadas en empresas mixtas.
El sector público de ambos países no ha cooperado en acciones complementarias de desarrollo regional para mejorar las condiciones de vida de las poblaciones fronterizas. El tema de la pesca ha sido y es aún pretexto para polémicas interminables.
Para conseguir el apoyo español a las posiciones portuguesas de la época, principalmente en las Naciones Unida!, el Gobierno de Marcelo Caetano firmó, en 1969, un tratado luso español sobre pesca por el que Portugal autorizaba a la flota pesquera española -la cuarta más poderosa del mundo- a faenar a lo largo de novecientos kilómetros de costa portuguesa, en el límite comprendido entre las seis y las doce millas, en igualdad de condiciones con los pescadores portugueses.
Como contrapartida era concedida a la flota pesquera portuguesa, que ocupa la cuadragésima posición mundial, derechos de pesca a lo largo de 450 kilómetros de costa española, mucho menos rica en recursos.
Es cierto que los acuerdos de 1969 perdieron toda validez a la luz de los principios internacionales consagrados en la nueva ley del Mar. Pero es cierto también que España opuso y sigue oponiendo los mayores obstáculos a una renegociación global de los convenios existentes y trata de defender una situación desigual y altamente perjudicial para los intereses de Portugal en esta materia.
En lo que se refiere a la circulación de personas, y vencidos los obstáculos acerca de la supresión del uso de pasaporte, cabe referir las deficientes condiciones en que se efectúan los pasos de frontera terrestre entre España y Portugal. Los escenarios hacen recordar países del Tercer Mundo, y la circulación tampoco es favorecida por el estado de las carreteras que, en territorio español, llevan a la frontera portuguesa.
El número de visitantes portugueses en España aumenta todos los años, con cerca de nueve millones de entradas anuales. Portugal proporciona a España el segundo flujo de turistas extranjeros, después de Francia. Más aún: el número de visitantes portugueses a España es superior al total de las salidas turísticas de los españoles hacia el mundo entero (poco más de ocho millones por año).
A pesar de este desequilibrio en favor de España, la red de carreteras españolas junto a la frontera del Algarve y los sucesivos retrasos en la construcción del puente sobre el Guadiana, entre Ayamonte y Vilareal de Santo Antonio, generan la existencia de una verdadera bolsa de retención que impide la creación de grandes movimientos turísticos en dirección a la costa algarvía portuguesa. Se trata, de hecho, de una- actitud altamente proteccionista en relación a la industria turística del sur de España con el objetivo de perpetuar el saldo positivo de la balanza turística regional.
Finalmente, los condicionamientos históricos y psicológicos, agravados por las prácticas políticas y económicas, no fueron desbloqueados a nivel cultural.
Algunas tímidas iniciativas y escasos intercambios universitarios, siempre excesivamente protocolarios, no pueden hacer olvidar el hecho lamentable de la escasez de obras literarias españolas en las librerías portuguesas y de la total ausencia de obras literarias portuguesas en las librerías españolas.
En materia de radio y televisión, y sin detenernos sobre los poco diplomáticos aumentos de potencia de las emisoras españolas, subsiste un clima general de ignorancia recíproca en lo que se refiere al conocimiento profundo de las realidades de cada uno de los dos países, por no hablar de un sensacionalismo noticioso que confunde en vez de informar.
Portugal y España siguen viviendo de espaldas el uno hacia el otro. Puede admitirse y hasta comprenderse que así haya sido en el pasado. Es lo que querían los anteriores dirigentes del franquismo y del salazarismo, a pesar del trasnochado y puramente formal Pacto Ibérico. Pero que las cosas sigan imperturbablemente idénticas en plena era democrática es lo que ya no se puede comprender ni aceptar. La defensa de los verdaderos intereses de cada Estado peninsular no es incompatible con la adopción de un tipo de relaciones económicas, diplomáticas y culturales totalmente diverso, con un estilo y dentro de un contexto cualitativamente superiores.
Felipe González, sin perder de vista la defensa del interés español que corresponde a un presidente de Gobierno de España, incluye la mejora de las relaciones entre su país y Portugal entre las prioridades de su política. Fernando Morán, el nuevo jefe de la diplomacia española, es un hombre de cultura, profundo conocedor de la problemática de las relaciones luso-españolas y de las realidades de la sociedad portuguesa por haber vívido varios años entre nosotros.
Las relaciones igualitarias entre los dos Estados y la corrección de las prácticas anteriores plantean un desafío al nuevo Ejecutivo español. Pero lo que está en juego es tal vez más importante todavía. Se trata de un verdadero desario a las nuevas generaciones de españoles y portugueses que quieren vivir la democracia no únicamente en el fuero interno de cada uno de sus países, sino también en las relaciones entre ambos, sin complejos ni pretensiones hegemónicas. Para que cada país sea cada vez más auténticarnente verdadero es necesario pasar, en las relaciones entre España y Portugal, del monólogo al diálogo. Los resentimientos y las desconfianzas no tienen lugar donde hay libertad y democracia.
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