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Mirando a las nubes

No vamos a negar nuestra simpatía al presidente del Gobierno. Ni dudamos de su buena voluntad ni podríamos honestamente desearle más que el máximo acierto en la resolución de unos problemas donde tanto nos jugamos todos. Seríamos unos irresponsables si por encima de culaquier consideración menor no pusieramos el interés nacional. Pero cuando los problemas económicos, sociales y de orden público que España tiene planteados son tan graves y a la situación heredada (cuyos fallos no vamos a negar porque los hemos denunciado repetidamente) se añaden los que el equipo gobernante ha agregado en siete semanas escasas de gestión, un presidente de Gobierno no debe dirigirse al país con lo que sólo puede calificarse (no quisiéramos emplear una sola palabra que no respondiera a la estricta justicia) como intervención gaseosa, hecha de barullo y de vaguedades, de improvisación y utopía, que en ocasiones lindó o entró de lleno en el terreno de lo pintoresco.Es justo hacer dos excepciones: la primera, sobre el terrorismo, donde el presidente hizo una rotunda y gallarda afirmación de la unidad de España, una alabanza justa y cálida de las fuerzas de orden público, un noble reconocimiento de la labor del anterior ministro del Interior y una severa apelación a los españoles en general, y a la sociedad vasca en partícular, para que respondan negatívamente al chantaje terrorista. La otra excepción se refiere a la libertad de expresión, respecto de la cual es cierto que el presidente no contestó a lo que se le preguntaba concretamente, pero al menos hizo una solemne pondena de cualquier tentativa de interferencia del Gobierno en los medios de comunicación social, incluyendo los oficiales, y una apelación a la libertad y responsabilidad de tales medios. ( ... )

22 de enero.

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