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Autonomías e integración europea

A la división ideológica tradicional que divide la política a lo largo del eje convencional derecha-izquierda, ha venido a yuxtaponerse, y con creciente importancia, la dimensión territorial puesta de relieve con la presencia en la Europa comunitaria de dos centros político-institucionales de legitimidad democrática nuevos: las asambleas regionales o parlamentos autónomos y el Parlamento Europeo, elegidos ambos por sufragio universal y directo, que vienen a sumarse a los clásicos parlamentos nacionales. Se trata, pues, de tres centros de poder institucionalizado, democráticamente legitimados, que se corresponden con tres niveles precisos de organización territorial: regional o autonómico, estatal y europeo-comunitario.Este reciente desarrollo implica una doble tendencia: a la dispersión, por una parte, y a la reagregación o reagrupación, por otra. En otras palabras, nos encontramos, en primer lugar, con una tendencia a la supranacionalización incipiente de funciones anteriormente reservadas al Estado, la agricultura, por ejemplo, para los países de la CEE y, en segundo lugar, con otra tendencia a la regionalización subestatal de funciones con la cristalización de instituciones representativas de carácter político a ese nivel; pensemos, por ejemplo, en la República Federal de Alemania de la posguerra, en la

Italia de 1970, en el Reino Unido (Escocia y Gales) en 1978, en Bélgica en 1980, y en España ahora con su Estado autonómico.

Más específicamente en España, la tendencia a la internacionalización y supranacionalización de funciones se manifiesta en la participación en el proceso de organización internacional y, muy concretamente, en el de integración en el marco de la Europa occidental. Por su parte, la tendencia a la regionalización de funciones queda patente en el autonomismo. El sector resultante de esas dos fuerzas, dispersión y reagrupación, es una tensión hacia la democracia.

Pues bien, en este contexto es en el que tiene sentido el debate sobre autonomías e integración europea, en el que ya han participado los principales líderes políticos de Galicia, Andalucía y Canarias, y que sigue estos días, en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, con la presencia de los líderes de la Comunidad Valenciana, el País Vasco y Cataluña. Un debate con el que se intenta, en definitiva, abrir nuevos cauces al ejercicio de la democracia. Democracia que, como sabemos, se asienta sobre dos pilares fundamentales y complementarios: la legitimidad y la eficacia. Y que, como Jano, tiene dos caras. La legitimidad es la que mira, sobre todo, a las comunidades autónomas. Es una legitimidad de ejercicio tanto o más que de origen, que lleva implícito el respeto a la diferencia en un reconciliarse con todos y cada uno de los sectores de la sociedad civil, con todas y cada una de las comunidades que la integran, posibilitando y estimulando su desarrollo cultural colectivo. El segundo factor de la democracia, decíamos, es la eficacia económica; factor retroalimentador de aquella legitimidad de ejercicio. Es la otra cara de Jano, la que mira, tanto a la constitución de grandes agregados supraestatales, capaces de hablar de tú a tú a las poderosas empresas trasnacionales y a las superpotencias, estando en condiciones de resolver el gran reto que suponen los grandes desequilibrios económicos territoriales, como a la articulación político-administrativa de comunidades de dimensiones humanas. Todo ello se concreta en dos puntos: la mejor promoción de los intereses de los ciudadanos como individuos insertos en su comunidad y en la mejor promoción de la realización de la autonomía moral del individuo.

Respeto a las minorías

Ahora bien, el peor enemigo de este doble desarrollo es el miedo. Si el hombre es el ser que tiene y da más miedo, como dice Guillermo Ferrero, Europa tal vez sea el mayor intento realizado para dominar el miedo de los hombres. ¿Y en qué consiste este intento? Pues simplemente en sustituir el miedo por el respeto. Respeto a las opiniones, a las lenguas, a las minorías, a las tradiciones; respeto, en última instancia, a la inteligencia. Europa es una gran empresa de civilidad que pasa por el respeto a las regiones y comunidades. Fomentar la idea de una Europa políticamente unida es fomentar el respeto mutuo y ahuyentar el miedo, fomentar el acercamiento territorial del poder al ciudadano y el mejor control de aquél por éste, fomentar la democracia en el más genuino de sus sentidos, el que desarrolla la autonomía moral del individuo.

La construcción del Estado de las Autonomías no sólo es compatible con el proceso de integración europea, sino también enormemente complementario. Pero hay más, la concreción contemporánea de la idea europea, plasmada en esas dos realizaciones claves, Consejo de Europa y Comunidades Europeas, abre nuevos cauces al ejercicio inteligente de la democracia. Y es que, al tiempo que potencian y legitiman la puesta en común de competencias hasta ahora reservadas al Estado-nación, posibilitan, de modo incipiente, mecanismos democráticos de representación supraestatal lógicamente destinados a impulsar y controlar aquellas decisiones que, en aras de la eficacia, deben ser tomadas a nivel supranacional. La clave está en que la integración europea, al apuntar estas vías, está ganando para el ejercicio de la democracia parcelas que, por estar situadas más allá de las fronteras, permanecían tradicionalmente ajenas a la inspiración y al control democrático de unos ciudadanos informados y conscientes. Por eso, del mismo modo que el proceso autonómico refuerza la democracia dentro del Estado, la integración europea, en lo que tiene de toque de rebato a la presencia vigilante y crítica del ciudadano fuera del Estado, propicia decididamente la democratización del orden internacional.

El ciclo Autonomías e integración europea, al abrir un gran debate que ponga en contacto la dimensión local y supranacional del ciudadano y de las comunidades autonómas, sólo trata de fomentar el respeto mutuo, ahuyentando el miedo a toda extensión del ejercicio inteligente de la democracia.

César E. Díaz López es profesor de Teoría del Estado de la Universidad Complutense, y Luis de la Rasilla es profesor de Derecho Internacional en la UNED. Son organizadores del ciclo Autonomías e Integración Europea.

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