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Reportaje:

La increíble historia de una familia con quince hijos que lucha contra el hambre, el desahucio y los cortes de luz

Con una pensión de invalidez de 8.400 pesetas mensuales intenta sobrevivir cada día

Andreu Missé

Envueltos en mantas, pero sin conseguir quitarse el frío de los huesos, Juan José Sao, su mujer Isabel y una docena de sus quince hijos, sobreviven acorralados en un piso de Salt, población pegada a Gerona, con una pensión de invalidez permanente de 8.400 pesetas. "Desde que me dio el infarto, hace un par de años, apenas logramos llevarnos a la boca una comida caliente al día", explica Juan José, con una mezcla de desesperación y fatalismo. Ahora, a sus 58 años, este hombre enfermo, camarero de profesión, que ha "probado fortuna, pero sin suerte, en más de cien empresas a lo largo de mi vida", vive acosado entre los rostros hambrientos de sus hijos y las continuas amenazas de desahucio cortes de luz o de un embargo.

Cada timbrazo llena de desaso siego a la familia que se arremolina alrededor de la mesa ante el temor constante de que les echen del piso, les dejen sin luz, les corten el agua o embarguen los pocos muebles. "Cuando les vi a ustedes tuve un gran alivio", dice el padre, tomándose un respiro, "porque me temía que fueran los de la eléctrica que vinieran a cortarme la luz. Hasta hace pocos días vivíamos a oscuras, pero un abogado de Gerona, que no quiere que diga su nombre, me pagó los últimos recibos y hemos podido volver a encender las bombillas".

"Con el agua estamos igual, también me han dado el ultimátum", prosigue con tono resignado, "siempre tengo que contar lo mismo, que no tengo dinero, que no tenemos ni para comer, que es imposible pagar, hasta que al final, por piedad o por no oírnos más, se marchan y nos dejan tranquilos una temporada. Pero a veces se hartan y nos cortan el suministro".

"Vivimos cada día de favor"

Entonces empieza un nuevo peregrinaje para Juan José, quien tiene que volver a repetir el conocido recorrido de sus amigos, sus protectores, las oficinas de asistencia social, hasta que se abre una puerta y vuelve a soltar la misma historia de siempre, añadiendo el último agravante y alguien se apiada y le vuelven a conectar el servicio. "Así vivimos de favor cada día"."Y cuando ya tengo el agua, y parece que me dan un descanso", explica en su largo monólogo, "entonces vienen los del Patronato Provincial de la Vivienda para recordarme todos los alquileres que les debo. Me siento atrapado de nuevo. No puedo pagar ni prometer nada. Pero, ¿se pueden pagar 7.500 pesetas de alquiler si todos mis ingresos son una pensión de 8.400 pesetas?".

Recuerda que, en su momento, hace unos cinco años, este piso fue toda una bendición. "Entonces vivíamos cerca de la carretera en un lugar donde se nos comían las moscas. Había una fábrica de embutidos cerca que soltaba restos de animales por los desagües atrayendo todos los bichos imaginables. Un día que pasaba por allí el gobernador civil, se: quedó con el coche atascado por un fallo del radiador. Vino a pedirnos agua y al Ver toda la gente que vivíamos allí, se asustó y me dijo: Vaya mañana al Patronato de la Vivienda, que ustedes no pueden seguir así'. Fui con muy pocas esperanzas, pero al día siguiente ya me dieron la llave del piso. No me lo creía".

Los Sao recuerdan aquella época como la mejor de su vida. Aunque Juan José no tenía un empleo fijo, le salían muchos servicios de camarero para banquetes de bodas y bautizos. "Pero aquello se acabó enseguida, en cuanto me dio el primer infarto. Desde entonces empezaron a atiborrarme de pastillas que me tienen alelado".

"Nunca tuvimos agua caliente"

"Ahora pasamos con lo mínimo, nunca hemos tenido agua caliente porque nunca ha habido dinero para el calentador. Nuestra calefacción es a base de envolvernos con mantas. Ahora repartimos nuestras preocupaciones entre lo que daremos de comer hoy a los niños y cómo nos salvaremos del próximo aviso de desahucio. Nos alimentamos de patatas. Con un estofado de patatas, cebolla, tomate y unas gotas de aceite nos vamos con el estómago caliente a la cama. La carne, el pescado y la leche entran muy poco en esta casa. Cuando hay suerte les ponemos un huevo frito a los niños. De todo esto recibimos una ayuda constante que nos pasa la Asistencia Social del ayuntamiento.Pero no siempre hay cena para los niños, que tienen la cartilla de escolaridad llena de faltas de asistencia, "porque cuando no han podido cenar, ni desayunar, no quiero que vayan al colegio para que se caigan mareados por la clase. La escuela la tienen gratis pero nos falta dinero para comprarles los libros. Esto me produce una pena muy grande, porque mis niños son listísimos. No comprendo cómo el Gobierno no se da cuenta y les da todo lo que necesitan".

Ahora su mayor preocupación son los hijos, el mayor dio un traspiés y lo metieron preso. Los cuatro que le siguen, desesperados ante tanta miseria, se fueron de casa ganados por la idea comunista, en busca de su redención social. Pero la que les quita el sueño es Evita, una chiquita de cinco años "que tenemos que mimarla mucho. De pequeña tuvo una infección, y se le empezó a hinchar la cabeza que daba miedo", dice su padre abriendo los brazos con exageración. "Le hicieron varias operaciones y al final con unas válvulas que le pusieron detrás de las orejas le sacaron la porquería pero la pobre ha quedado paralítica de medio cuerpo para bajo. Se lo hace todo encima, sin darse cuenta de nada. Necesita que su madre esté todo el día pendiente de ella cuando la tenemos en casa". La niña va a una escuela especial privada que les cuesta unas 5.500 pesetas al mes, pero en realidad no les cuesta nada, porque tampoco tienen dinero para pagarla. Aquí se cruza una queja con una excusa. La niña tiene concedida una beca de 40.000 pesetas para su educación especial pero, según cuentan, el organismo competente no las hace efectivas por falta de fondos.

Juan José Sao ha vivido siempre a orillas del Mediterráneo. Hace diez años escapó de Almería, su ciudad natal, en busca de trabajo y un refugio para tanta prole. Su expediente certifica sus últimos trabajos: 381 días cotizados en Alicante, 274 en Barcelona y 610 en Gerona. La Costa Brava fue su última oportunidad, intentó consolidar un trabajo duradero en Lloret y Platja d'Aro, pero tampoco hubo suerte y el infarto cerró definitivamente todas sus posibilidades de integración social.

Queda una leve esperanza "ahora que dicen que los socialistas aumentarán las pensiones. Yo no pertenezco a nada de política pero dicen que van a dar más a los que recibimos menos. Pero para nosotros la única salvación sería que nos diesen una portería en Barcelona". Y Barcelona se convierte en su último sueño. "En Barcelona hay muchas empresas que dan trabajos a domicilio, nosotros con toda la cuadrilla que somos podríamos sacar la casa adelante. Pero aquí en Salt sólo vamos llenándonos de deudas y de amarguras porque al final de todas las palabras siempre tenemos que recurrir a la música de siempre, que somos pobres, que no tenemos dinero, que no podemos pagar porque no tenemos ni para comer, y esto llega a un punto que produce amargura solo mentarlo".

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