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Los polacos entraron en el nuevo año sin ley marcial, pero tristes y resignados

La tristeza y la resignación acompañaron este fin de semana la suspensión del estado de guerra en Polonia. Hace un año, recuerdan los observadores occidentales, la celebración del día de san Silvestre tuvo un marcado carácter de desafío al Consejo Militar de Salvación Nacional. El toque de queda implantado apenas tres semanas antes se levantó durante la nochevieja, y el solo hecho de poder salir a la calle de noche tuvo el sabor de una fruta prohibida.

Este año, aunque el toque de queda dejó de existir seis meses antes, las calles permanecieron prácticamente vacías, a pesar de lo clemente del tiempo, y el centro de Varsovia daba la impresión de pertenecer a una ciudad muerta. Las patrullas de la milicia apenas si se dejaban ver, pero todas portaban aún el fusil Kalachnikov, símbolo, por excelencia, del estado de guerra implantado en diciembre de 1981.

Los precios prohibitivos de los restaurantes para los cotillones y bailes de fin de año, unas 7.500 pesetas el cubierto (la mitad de un salario mensual medio), incitaron a la mayoría de los polacos a permanecer en sus hogares para recibir al año nuevo.

Los votos pronunciados a través de la televisión por el presidente del Consejo de Estado (presidencia colegiada de la república), Henryk Jablonski, no fueron precisamente optimistas: "Sería deshonesto por mi parte aventurar un futuro fácil, libre de dificultades y trabas".

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