Profesor. Presidente

Sin afinidad política con don Gregorio Peces-Barba -salvo la eventual de que un servidor es gubernamental, pero siempre- deseo manifestarle mi simpatía por su decisión de mantener su clase en la universidad, que el editorial del lunes de EL PAIS parece considerar incompatible con las funciones de presidente de la Cámara. Comprendo el tónico que debe significar ese paréntesis de la "hora de clase" para un académico eventualmente encargado de una tarea pública. Conservar esa hora es para mí un derecho no escrito del titular de cátedra. Desde el punto de vista de la universidad, dicha continuación de quien ejerce ese u otros cargos es, en mi opinión, preferible a la excedencia forzosa. La universidad es muy compleja; al fin, un paraíso tiene muchas moradas. La dedicación exclusiva es una de ellas, pero no la única. También profesionales dedicados y, al parecer, absorbidos por el bufete, la clínica o la empresa (pública o privada, literaria o económica) pueden ser, siempre han sido, magníficos profesores y continuar unidos a la oficina universitaria por el hilo delgado, pero fuerte, irrompible, de la clase diaria, que es el acto formal, imprescindible, garantía suficiente de la dedicación, diferente de la puntualidad y permanencia burocrática, que, buena por sí misma en su terreno, es impropia y absurda en la universidad y una patente injuria para su libertad. Por lo demás, a un profesor todo lo relacionado con el poder -en el triunfo y en la derrota- se le vuelve, modestamente, saber. Es como una diabetes. / Catedrático.