El reto de la innovación
Para un país que ha llegado tarde a las revoluciones que han transformado la sociedad en los últimos doscientos años, la tarea de transformar sus estructuras económicas y sociales a lo que Alvin Tofler llama la tercera ola es sin duda mucho más difícil que la de modificar sus esquemas políticos y sus comportamientos individuales. A pesar de ello, y por alto que sea el coste, parece inevitable que habrá de acelerarse la marcha para acortar las distancias que aún nos separan de las actuales estructuras productivas en los países que hace ya tiempo aceptaron el reto de la innovación tecnológica como único camino para superar una crisis económica de alcance mundial que dura ya nueve años.Llegamos tarde a la primera y a la segunda revoluciones industriales, no supimos hacer a tiempo la reforma agraria, no pudimos integrarnos de pleno derecho en las estructuras de la Europa comunitaria y no hemos querido, no hemos sabido o no hemos podido adaptarnos al ritmo del desafío tecnológico que se inició al comenzar el último tercio del siglo XX ( ... ).
En efecto, la economía española ocupa los últimos lugares entre las economías occidentales en cuanto a porcentaje del producto interior bruto (PIB) dedicado a investigación y desarrollo. Mientras Estados Unidos dedica a este campo un 2,4%) de su PIB y países como el Reino Unido, Alemania, Holanda, Japón, Suecia y Francia dedican el 2,2%, 2,1 %, 2%, 1,9%, 1,9% y 1,8%, respectivamente, España dedica apenas el 0,4%. ( ... ).
Parece claro, como señala el informe del Instituto de Estudios Económicos entre sus conclusiones, que la actual crisis de la economía española no se superará si no se potencia la innovación tecnológica como vía principal para mejorar la productividad y aumentar la competitividad de nuestras empresas frente al exterior. De todos es conocido que España posee un modelo industrial dominado por sectores anclados en técnicas del pasado, especialmente vulnerables a la competencia internacional. Nuestros procesos productivos, además, utilizan mano de obra en una proporción muy superior a la media europea, y ello trae como consecuencia una incidencia especialmente negativa de los incrementos salariales. Nuestra dependencia energética del exterior, para mayor dificultad, sigue siendo muy elevada, resultando gravosa para la balanza comercial española y, en última instancia, nuestro equipo capital es insuficiente y anticuado.
Todo ello debe mover a los poderes públicos a instrumentar una política económica orientada a facilitar la modernización del equipamiento productivo español, mayor dedicación del gasto público a dicho objetivo, con un aumento de las desgravaciones fiscales, la provisión de recursos financieros y, en definitiva, todo ello debe enfocarse hacia una más adecuada orientación de la política industrial. El programa económico socialista establecía el propósito de duplicar en cuatro años el gasto en investigación respecto al producto interior bruto. El proyecto es al mismo tiempo ambicioso e insuficiente, pero, en cualquier caso, va a exigir a la Administración un estudio cuidadoso de los sectores en los que la investigación tecnológica puede ser más rentable que la simple importación -aunque ello pueda significar una dependencia del exterior- y va a obligar también a las empresas, pese a su difícil situación actual, a avanzar por el sendero de la propia investigación como camino más corto para alcanzar la competitividad de los mercados nacionales, una competitividad difícil de lograr por la contraproducente fórmula de compensar los mayores costes y las menores series con la simple cortina de humo de la exportación primada mediante la reducción periódica del tipo de cambio de la peseta.
18 de diciembre
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