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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Una nueva política exterior

Una política exterior socialista tiene mucho por hacer si le anima la voluntad política para el cambio.Las posibilidades de una política exterior de izquierdas, para llamarla por su nombre, tienen una doble perspectiva. La primera, de carácter ético, justiciable. Apartado en el que aparece la necesaria denuncia de los llamados Acuerdos de Madrid de 1975 y, consecuentemente, participar y colaborar en el proceso descolonizador del Sahara, todavía pendiente de realización. En esta misma perspectiva, resulta superfluo subrayar lo que debe hacerse frente a Latinoamérica en el campo de los derechos humanos: en España urge la regulación definitiva del estatuto de refugiados políticos; en la otra orilla, el Gobierno ha de proseguir lo que ya inició estando en la oposición: el ejercicio de una solidaridad activa, tanto con los Gobiernos democráticos como con los pueblos oprimidos.

España no debe estar ausente ante El Salvador, Guatemala, Nicaragua, etcétera. La solidaridad tiene múltiples escenarios: un Gobierno socialista español tiene que hacer oír su voz en el Oriente Próximo y en la cuestión palestina; los Gobiernos socialistas de Grecia y Austria han abierto una vía de apoyo a la causa palestina que muy bien puede servirnos de modelo. España tiene el deber de propiciar una negociación en Oriente Próximo, no sólo por razones de tradición histórica, sino por intereses de Estado: nada de lo que ocurra en el Mediterráneo oriental nos es indiferente.

Si se pasa al plano político, hay cuestiones de extrema urgencia, indisociables del proyecto ético. En un orden prioritario aparece la ratificación, aún pendiente, de los acuerdos con EE UU.

No está mal obtener una mejora de las condiciones ya negociadas. Pero hay algo que de ninguna manera afecta a nuestra pertenencia a Occidente y que nos haría recuperar nuestra propia identidad y soberanía nacionales: la presencia de bases militares extranjeras en nuestro suelo es una secuela de la diplomacia franquista y de los años de la guerra fría. Una correcta medida socialista sería negociar un calendario para el desmantelamiento de dichas bases extranjeras.

Unido con el problema anterior camina nuestra permanencia en la Alianza Atlántica. Posiblemente, el Gobierno socialista no suscite de inmediato lo prometido en la campaña electoral. Se anuncia la congelación del tratado con la OTAN, pero sería difícil pensar que el futuro de nuestras relaciones con la Alianza Atlántica pase por la repetición del modelo francés. El Gobierno deberá convocar, cuando lo estime oportuno, un referéndum, que deberá ir acompañado de un amplio debate parlamentario en el que, lógicamente, el mismo Gobierno no podrá mantenerse neutral. En el caso de que el referéndum se demorase más de lo razonable, el Gobierno deberá hacer públicas las razones del aplazamiento. Algo análogo ocurre con nuestras negociaciones con la Europa comunitaria; las declaraciones recientes en el sentido de señalar un calendario inaplazable han sido una medida de absoluta coherencia y necesidad.

Ahora bien, en caso de fracaso deben prevenirse anticipadamente otras alternativas; todo lo cual no es incompatible con que hagamos aún más activa nuestra participación en las instituciones europeas que trabajan por la democracia y por la salvaguardia de los derechos humanos.

Los vecinos del Sur

España cuenta con otros campos de acción en los que ha de sentirse notablemente la presencia de un Gobierno socialista. En primer lugar, el Magreb y el área mediterránea. Las relaciones con nuestros vecinos del Sur exigen una revisión en profundidad, y más allá, en el mundo árabe, es preciso poner en pie algo que supere la buena tradicional amistad. Difícil será alterar nuestra balanza de pagos con los países árabes; pero hasta ahora bien poco es lo hecho en el plano económico, tanto en el sector público como en el privado, para no hablar del nivel de miseria de nuestras relaciones culturales con estos países. Con respecto al Mediterráneo, las posibilidades de actuación son tan amplias que van desde la proyección de un amplio plan de protección ecológica hasta la irrenunciable utopía de la desnuclearización y neutralización de toda su cuenca.

Tres son, por tanto, las dimensiones de una política exterior diferente: Europa, Latinoamérica y el Mediterráneo. Sin olvidar la temática particular, que, por su relevancia, no merece la pena recordar: Gibraltar, relaciones con Francia y el Reino Unido, con los Estados socialistas, etcétera. Pero ¿a qué conduciría esta nueva diplomacia? La mayoría de las propuestas ya han sido evocadas frecuentemente; la novedad consistiría, sencillamente, en su realización efectiva y no en su repetición verbalizada.

El objetivo no es tanto una política de grandeza, inconcebible en un país de potencia media como el nuestro, sino el de que España ocupe definitivamente el lugar que le corresponde en las relaciones internacionales globales; que haya un proyecto socialista de modernización de nuestra acción exterior, combinando eficazmente el progreso con la tradición. Los medios para tales objetivos no faltan. En primer lugar, nuestros agentes diplomáticos, tan al servicio de la Administración como cualquier otro funcionario del Estado. Que en un diseño socialista no sólo han de ser eficaces, sino que también tendrán la obligación de hacer suyo este proyecto de paz y de progreso.

Más relaciones

Los recientes nombramientos en el palacio de Santa Cruz están orientados en este sentido. Ahora bien, también resulta imprescindible la remoción de aquellos representantes exteriores del Estado español que, desde puestos de excepcional importancia, han protagonizado y todavía se responsabilizan de alternativas que nada tienen que ver con las de un Gobierno socialista.

Aparte los agentes diplomáticos, existen otros instrumentos que han de participar en este proyecto. Fundamentalmente, el que aún podemos seguir llamando Instituto de Cultura Hispánica, pues no se alteró su espíritu, aunque cambió el nombre. Con la denominación que se prefiera, es el organismo adecuado para ofrecer a toda América Latina una alternativa ideológica y cultural distinta a la impuesta por el modelo anglosajón. Y como la cultura -la transmisión cultural- es uno de los medios más eficaces y duraderos de hacer diplomacia, sería absolutamente imprescindible, desde esta óptica, revitalizar y reforzar nuestros institutos, que languidecen en buen número de países árabes.

Para concluir con esta enumeración de medios o de instrumentos, recuérdese que la universidad también es un instrumento de acción al servicio del Estado. Las relaciones de la universidad con nuestra diplomacia han sido, cuando menos, ambiguas y contradictorias. No hay relaciones de institución a institución, sino de institución con individuo, el llamado experto. Se impone la racionalización de relaciones tan disparatadas.

Cualquier país desarrollado cuenta con un instituto de estudios o relaciones internacionales que proporciona no sólo los informes solicitados por el Gobierno, sino que también puede participar en la elaboración de planes más generales y a largo plazo. Un organismo de este tipo podría ser el comienzo de una colaboración entre los titulares de Exteriores y de Educación, que hasta el momento no se ha producido en nuestro país.

Es mucho, en consecuencia, lo que puede hacerse para cambiar una política exterior anquilosada y escasamente imaginativa. Esta reflexión particular es sólo una más entre las muchas que pueden y deben hacerse. Y es, fundamentalmente, una obligación por parte de todos los que nos sentimos comprometidos en una política exterior con sentido de Estado y con ilusión de progreso y de cambio.

Roberto Mesa es catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense.

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