Los Pegamoides
Se desagregan Alaska y Los Pegamoides. Me duele como si se me fuera mi segunda o tercera juventud. Estas cosas son así. Yes. Eran toda una metáfora de la new wave española, y no sólo musical. Electrónicos y díscolos, le metieron ironía a lo que en otros era contestación violenta. A mí no me querían por ser fan de Ramoncín. Da igual. Ramón ahí sigue. La movida madrileña se va a quedar en nada sin Los Pegamoides. J. M. Costa les ha dedicado una sabia crónica en este rotativo matutino / manchego. Alaska se vestía de Nefertiti hortera, y los demás iban a su aire. Hace seis años eran Kaka de Luxe. Yo he visto nacer la pegamoidad (que intenté, sin éxito, naturalmente, elevar a categoría sociológica: pronto se comprobará en mi Diccionario cheli), en casa de los Berlanga, alto palomar al oeste del edén madrileño y contaminado, cuando el Berlanguita redactaba las letras de las canciones en su buhardilla. 1978. Olvido / Alaska había visto lo punky en el Diez Minutos y decidió ser eso: así se lo dijo a Carmen Maura:
-Soy punky porque lo he visto en el Diez Minutos.
Luego, en la revista Tiempo, Víctor Márquez (sobra literariamente el Reviriego) le hace una entrevista memorable: "Yo creo que los que mandan en las autonomías tenían que ser reyes, como antes, llevar coronas". Ellos eran los póstumos del pop. (En España no ha habido otro pop auténtico que el pintor Gregorio Prieto). Ellas iban de plastiqué y muslamen. Anabolenas sin largos besos. Yo les contraté para la presentación de un libro mío, en El Sol, Gastón Gastón, que quería dar conciertos de gregoriano y misas laicas los domingos por la mañana, y acabaron a navajazos de cerveza con Ramoncín /Polakov.
Costa (y él sabe de eso un ojo de la cara y la yema del otro) dice que sonaban mal, pero uno estima que la pegamoidad es más que Los Pegamoides. Algo más. Es una manera de ser, entre infantil y canalla, de las nuevas generaciones irónicas de clase media. Otra vez los niños terribles de Jean Cocteau, qué le vamos a hacer, I'm sorry, cuando se escribe un libro inmortal pasa eso: que el futuro plagia el libro, en la vida, sin haber leído, o sí. Uno ha vivido el horror en el hipermercado, comprando friskis para el gato y whisky para las crónicas, de modo que reconoce a Los Pegamoides como cronistas involuntarios de nuestro tiempo. Ellos seguramente odiarán lo que esto pueda tener de costumbrismo, pero ni Proust pudo escapar a las costumbres de sus marquesas. Cuando el Berlanguita se va, otro toma su guitarra, pero Berlanga era, ante todo, un gran letrista (cultura literaria de papá). Me parece que Costa tiene mucha razón cuando dice que el grupo buscaba una imagen más dura, y esto provocó el distanciamiento de Carlos. Se empieza en la ironía y se acaba en el crimen (literario), como debe ser. La pegamoidad tenía razón. Tras un verano de mucho rule y buenas ventas, el grupo se disuelve. El grupo, que siempre fue matrilineal, queda ahora en manos de Alaska y Ana. Para mantener un clan matrilineal, o patrilineal es imprescindible el sexo contrario, el sometido, y esto lo saben bien los antropólogos y estructuralistas. Los hombres se van a la mili, el pico y el loro. Ellas lo dejan. La pegamoidad no es un invento mío, sino la sempiterna reflorescencia de los niños terribles, anterior y posterior a Cocteau, niños que también están, irónicos y asesinos, en Günter Grass o Ray Bradbury.
En este sentido, todos hemos sido pegamoides cuando estábamos en la edad. Lo que cambia es la estética, que generalmente resulta heredada. Pero no se ha inventado nada contra la autoridad de los padres procesales, sino la ironía de los niños terribles, hoy pegamoides, con / sin Alaska.
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