Visitando al enfermo
-Hay que ir a ver a Pepe... No hemos ido a ver a Pepe.-Es verdad, ¡pobre! habrá que ir a verle...
-Pero es que a lo mejor estorbamos. Si se encuentra mal...
-No; me ha dicho su mujer que ya puede recibir visitas. De forma que si no vamos ahora saldrá de la clínica y quedaremos fatal.
Y para no quedar fatal se deciden a visitar a Pepe. Pero ¿a qué hora?
Más discusiones sobre la que mejor conviene a ambos. Por fin coinciden en el momento libre. Las siete, eso es. "Te recojo a las siete menos cuarto y vamos juntos".
A esa misma hora varias parejas que han tenido el mismo escrúpulo de no haber ido a ver a Pepe están reuniéndose en cualquier lugar de Madrid para cumplir con su obligación sentimental-social. Y así doce amigos se presentan juntos en la habitación de Pepe llenándola de gritos y de humo...
... La misma habitación que hasta entonces había permanecido en la más completa de las soledades. Todo el que ha estado recluido en una clínica puede testificar sobre esa coincidencia horaria de los conocidos contrastando con el largo y quieto espacio que ha mediado desde el despertar del enfermo. La mujer no va tanto como antes porque "como está mejor puedo dedicar más tiempo a la casa, que la tenía abandonada"; los hijos, naturalmente, tienen sus obligaciones y placeres y a los demás no se les ocurre nunca aparecer a las once de la mañana o las cinco de la tarde, por ejemplo, es decir, a esas horas en que el enfermo, tras haberse leído todos los periódicos, intenta distraerse buscando nuevos detalles en esa rama que se ve a través del cristal de una ventana..., o examinando cuidadosamente sus manos. Nadie estudia las manos propias con el cuidado con que lo hace un enfermo. No existen uñas más limpias que las del paciente encamado, no sólo porque usa mínimamente los dedos, sino porque siendo la única parte del cuerpo que tiene permanentemente ante los desocupados ojos puede dedicarle toda su atención. Y no se trata sólo de las uñas. El más mínimo padrastro, la heridita más leve es observadn Todo enfermo, imprecisión total incluso el más alejado de esas creencias, se convierte en quiromántico y estudia minuciosamente unas rayas de la palma, en la que normalmente no reparaba. Y así pasa lenta, trabajosamente el tiempo hasta que, de pronto, irrumpen los amigos antedichos. Aparte de la hora, coinciden todos en aparecer con una cara llena de júbilo porque imaginan que es la que hay que poner cuando se enfrentan con el postrado por la enfermedad...
... Pero que no lo parece porque tiene "un aspecto fenomenal". .¡Qué buen aspecto tienes! ¿Verdad que tiene buen aspecto? Está estupendo", dicen a coro y se congratulan entre ellos a gritos.
Oyéndolos cualquiera pensaría que su amigo, en circunstancia normales, tiene una cara deplorable y que nunca ha estado mejor que al encontrarse metido entre sábanas.
... Lugar que además resulta el sitio perfecto donde vivir, según comentario general. "¡Qué suerte tienes, sinvergüenza! Aquí tú tan calentito y nosotros en la calle... no sabes qué frío está haciendo por ahí fuera, ¡no lo puedes imaginar!, y tú aquí tan ricamente, mimadito (en voz más baja y picarescamente). Y las enfermeras, ¿qué tal? Oye, he visto una en el pasillo... Ah, bueno ¿y qué ha dicho el médico?
-Pues el médico..., principia el enfermo, que apenas ha podido pronunciar una palabra desde que han llegado.
-Claro, hombre, claro, lo que yo pensaba. A la calle en cuatro días. Te lo digo yo. Ahora que, en tu caso, me quedaría unos días más. ¿Qué prisa tienes en volver a la oficina? ¡Con lo bien que se está aquí, hombre!
Y así se suceden, mejor se precipitan, los minutos de la visita. Luego, entre carcajadas, golpecito cariñosos sobre las rodillas que apuntan bajo la colcha y promesa de vuelta, van saliendo todos. La esposa es la última ("bajo con ello si no te importa", "no claro, ¡adiós hasta mañana.'"), y el enfermo se queda solo, envuelto en un tremendo silencio. Ha caído el día y la rama de la ventana es apenas una silueta sobre la luz de los faroles callejeros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.