Los Maoríes, raíz indígena de los legendarios All Blacks
La selección de los Maoríes neozelandeses, que se exhibió ayer en el viejo campo de la Ciudad Universitaria madrileña, como un ejemplo importante y ancestral del mejor rugby mundial, constituye la base racial y exótica de los legendarios All Blacks, equipo nacional de Nueva Zelanda, una de las máximas potencias de este deporte. Junto a los Springboks surafricanos, los cuatro equipos británicos, -Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda- y su selección, los Lions; Francia, los Wallabies australianos, los Pumas argentinos, Rumanía y ya, incluso, la última novedad, la URSS, reciente vencedora de los galos, forman la élite de una modalidad que mantiene en 1982, como ninguna otra, su idiosincrasia y sus tradiciones.
El rugby, llevado por los colonos británicos a la otra punta del mundo, fue un medio ideal de expresión para el pueblo maorí, aborigen de nuestros antípodas. Una brutal represión de los conquistadores, ocurrida en 1840 y que sólo terminó con la muerte de muchos de ellos, tras su negativa a rendirse, traspasó la fiereza de la raza hacia el rugby. En el deporte del balón ovalado, aunque se repitieron las luchas, ya fueron filtradas por un juego talismán que alguien ha denominado de brutos, pero practicado por caballeros. Un deporte con gestos tan significativo como el placaje, que en lugar de violencia supone la obligación reglamentaria de soltar el balón hacia un compañero en claro sentido de colaboración y desprendimiento; o la melée, un gran abrazo de empuje comunitario como no se produce en ningún deporte.Jean Giradoux escribió una vez: "Un equipo de rugby se forma con 15 jugadores: ocho son fuertes y activos; dos, ligeros y astutos; cuatro, grandes y rápidos, y un último, modelo de flema y sangre fría. Es la proporción ideaI entre los hombres". Se refería, naturalmente, a los ocho delanteros -tres primeras líneas, los dos pilares y el talonador; dos segundas y tres terceras-; a los dos medios -de melée y de apertura-; a los cuatro primeros defensas o tres cuartos -los dos centros y los dos alas-, y al zaguero.
Azares de la historia
Los aborígenes neozelandeses plasmaron en el rugby, sobre todo, sus cualidades innatas de habilidad y astucia. Los mejores medios de melée y apertura, así como los tres cuartos, estaban asegurados en casa, sin necesidad de recurrir a la experiencia o calidad de los colonizadores. En realidad, tras el ingreso de Nueva Zelanda en el Imperio Británico, consumado el 6 de junio de 1860, la mezcla fue en beneficio del país, convertido, por azares de la historia, en una de las potencias del rugby mundial, pese a su aislamiento.Muchos jugadores maorís han colaborado a la leyenda de los All Blacks, tal vez la selección más famosa de la ya largamente centenaria historia del rugby. Por algo los propios All Blacks, al comenzar sus partidos, cantan y danzan también el famoso haka maorí, es decir, su grito de guerra, que ayer se pudo ver y oir en la Ciudad Universitaria madrileña: Ka mate ka mate. Ka ora ka ora. Ka mate ka mate. Ka ora ka ora... que traducido, más o menos, significa: ¿Estamos deprimidos? No, no, no. ¿Estamos deprimidos? No, no, no... Se trata de una costumbre ancestral, guerrera, con la que tratan de infundirse ánimos y, a la vez, quebrantar los del rival.
Importantes nombres en la historia de los All Blacks han sido el medio melée Syd Going, el más moderno, Milner o Furlong; ahora, el talonador Reid, o las estrellas de ayer: el primera línea Bush -en dos ejemplos de que también ha habido y hay jugadores maorís de peso, que brillan como delanteros-; el centro Pokere, tal vez el mejor del mundo, y los medios de melée y apertura Eddie y Richard Dunn.
La leyenda, sin embargo, empezó con George Nepia, muchos años considerado el mejor zaguero de todos los tiempos. Nacido en 1905, asombró a Europa en la famosa gira de 1914 por su habilidad, su fuerza y su astucia. En 1947, con 42 años, aún era selecionado para los All Blacks.
Curiosamente, Nueva Zelanda que fue la detonante del primer gran boicoteo olímpico por su gira a Suráfrica en 1976, coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Montreal, ha sido la que más ha sufrido, y hecho, por acabar con la discriminación racial. Nepia, por ejemplo, no pudo ir a la gira de 1928 a Suráfrica, por esta causa. Años más tarde, aunque los Springboks surafricanos no quisieron enfrentarse con una selección de maorís, este pueblo, admirable igualmente por su hospitalidad, entre sus muchas cualidades, los recibió con el máximo cariño.
El rugby, deporte nacional en ambos países, ha superado las barreras raciales, respetando en gran medida el neozelandés las del africano, aunque las considere injustas. Ya hubo grandes protestas y manifestaciones antiapartheid en la última gira de los Springboks por Nueva Zelanda. Pero el rugby es otra cosa, casi una religión, que se dilucida en el césped, con quince hombres contra quince. Su carisma amateur desprecia hasta el olimpismo. Y aún existe un entorno posterior, ese tercer tiempo de confraternización entre los participantes, que explotando la relación individual y social permitida por el deporte, aunque aún se exacerben los racismos o los nacionalismos imperiales y trasnochados. Es una excepción más del diferente rugby.
Derrota de los Pumas
La selección nacional de Argentina, que jugará pasado mañana, martes, en Vallehermoso, contra la de España, perdió ayer, por 13-6, en París, ante la francesa, en el segundo test-match, o encuentro a nivel de equipos nacionales dentro de la gira efectuada por los Pumas en el país vecino. En el primero también habían sido derrotados por 25-12. Ayer, hasta veinte minutos del final, dominaban por 6-3, tras controlar los ataques franceses y gracias a dos golpes de castigo de su capitán Hugo Porta.
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