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Editorial:EL CAMBIO QUE SE ESPERA
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El poder y la sociedad

FELIPE GONZALEZ y el programa del PSOE recibieron el 28 de octubre la confianza de casi diez millones de españoles para gobernar durante cuatro años y hacer realidad el lema -Por el cambio- que presidió su campaña electoral. Esa enorme cantidad de votantes ridiculizaría cualquier tentativa de formular las esperanzas de la sociedad asociadas a los sufragios depositados en favor de los socialistas, ya que las demandas dentro de esa adhesión son demasiado numerosas, pueden ser en algunos casos contradictorias y no tienen más fronteras que el programa genérico de los ganadores. Cabe, sin embargo, tratar de adivinar los elementos que podrían componer el mínimo común múltiplo de los segmentos de la población que votaron por el cambio. Y ese va a ser nuestro empeño próximo de días inmediatos.Felipe González transmitió durante su etapa como líder de la oposición, primero, y a lo largo de la campaña electoral, después, un mensaje de limpieza y honestidad en la gestión pública, una propuesta de introducir elementos éticos en los comportamientos políticos y un compromiso de no transformar la victoria del PSOE en patrimonio de sus militantes, que constituyen aproximadamente el 1% de los votantes socialistas.

La articulación de relaciones vivas entre el poder y la sociedad es bastante más fácil de postular en la teoría que de instrumentar en la práctica.

En este sentido, la nueva Administración socialista debe huir del recelo y de los juicios de intención frente a esa forma elemental de participación en la vida pública que es la denuncia de comportamientos irregulares y la crítica de las decisiones del poder. La circunstancia de que los medios de comunicación sirvan, en demasiadas ocasiones, como correas de transmisión a posiciones partidistas o se hallen condicionados por los intereses de grupos de presión institucionales o de negocios es un telón de fondo inevitable en las sociedades pluralistas y no puede utilizarse como coartada o disculpa para descalificar a los discrepantes. Que una opinión adversa -por ejemplo, sobre el calendario de la investidura presidencial- sea recibida de uñas por el poder incoado como un consejo insolente o una presión inaceptable indica su falta de familiaridad con el funcionamiento autónomo de la Prensa.

Ahora bien, la política informativa, con toda su importancia, constituye sólo un aspecto parcial de problemas mucho más generales, pese a que la tendencia de los periodistas a considerarse el ombligo del mundo la sitúen a veces como única vara de medir la espontaneidad social. La búsqueda o la invención de canales para la participacíón ciudadana, a fin de que los diez millones de votantes socialistas se reconozcan en los gobernantes y los demás ciudadanos puedan hacer oír sus voces, es el gran desafío con que se enfrenta Felipe González y una de las condiciones necesarias para la modernización del Estado y la consolidación de la democracia.

La colaboración entre las autoridades autonómicas, los delegados regionales provinciales del poder ejecutivo y los ayuntamientos debería hacer posibles formas de democracia directa, aunque carezcan de fuerza jurídica vinculante, sobre cuestiones locales, a fin de que los ciudadanos vayan adquiriendo en su vida cotidiana la sensación de que el poder político no es una fuerza extraña y opuesta a la sociedad, sino su mandatario y su servidor. La descentralización de las decisiones y la participación de los ciudadanos en la adopción de las mismas será mucho mas importante, para conseguir esa reconciliación de la sociedad y el Estado, que el refuerzo de la cúpula del ejecutivo, proyecto que ofrece, por lo demás, claro riesgo de colisión con los órganos regulares de gobierno y de concentrar indebidamente en muy pocas manos las responsabilidades del poder.

Por lo demás, el Gobierno socialista no puede olvidar que la expectativa del cambio ha movilizado a sectores de la población antes instalados en la abstención o resignados con la seguridad mediocre del continuismo. El nuevo poder tendrá que valorar esas corrientes de opinión o de sensibilidad que no se dejan encerrar dentro de las tradicionales coordenadas socioeconómicas definidoras del trabajo asalariado, las posiciones ideológicas o la militancia. Sorprende en este sentido el débil peso de las mujeres en los cuadros dirigentes del PSOE, que no se compaginan con el apoyo decidido al cambio de los grupos feministas y con los objetivos reales de transformación social. Los análisis electorales hablan también de un fuerte componente juvenil en el voto a favor de Felipe González, que contrasta con la escasa implantación de la organización socialista en esos grupos de edad, y que podría ser atribuido a la fuerza de los sentimientos pacifistas, a la secularización de las mentalidades, a la libertad de las costumbres, al cierre de horizontes profesionales por culpa de la crisis económica y a la impresión de que sólo los socialistas pueden en esta instancia llegar a sintonizar con la sensibilidad de los hijos de la década de los sesenta. Igualmente, el apoyo de sectores voluntaria u obligadamente marginales de la sociedad española ha desempeñado un papel en la barrida socialista y tendrá que ser forzosamente tomado en consideración, como conjunto heterogéneo de expectativas, por los nuevos gobernantes.

En sucesivos comentarios trataremos de sugerir, de forma necesariamente provisional y aproximada, cuáles pueden los perfiles del cambio que en otros terrenos viven como esperanza próxima muchos ciudadanos. Pero creemos que las expectativas básicas y fundamentales de los españoles se refieren a una forma de concebir y hacer la política que acabe con el gremialismo de los especialistas en la gestión del poder y conecte a la sociedad con los aparatos estatales a través de la crítica, la participación y la intervención en la toma de decisiones.

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