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Reportaje:

Enfermar de soledad

Estar solo no es sólo fuente de depresiones y nostalgias, sino también de enfermedades del corazón, hipertensiones y jaquecas

Jasper Evian es el pseudónimo de un escritor neoyorquino, divorciado hace diez años. Su hija vive en California con su ex esposa, y la añoranza de Jasper por su hija es un sentimiento sordo y constante, como un dolor de muelas. A pesar de un amplio núcleo de amistades, relaciones profesionales y amantes ocasionales, Jasper ha empezado a despertarse a las cuatro de la mañana, agobiado por la soledad. "Mi ambición actual", dice, "es puramente personal. No puedo comprender a quienes buscan el éxito mundano. Lo único que yo deseo es enamorarme".Linda, una alta ejecutiva de banca de Dallas, vuelve a casa por la autopista. Ha tenido un día agotador en la oficina, ha estado tratando casos complicados, ha comido con sus compañeros y cenado con unos clientes. Le ha llevado años el alcanzar la posición que ocupa, es la mujer de cargo más alto del banco. Tiene la intención de trabajar en casa todo el domingo, pero, sin embargo, sigue pensando en los domingos como en un día típicamente familiar, y el encontrarse sola es para ella lo mismo que para un adolescente que no tiene con quién salir un sábado por la tarde. "Me he convertido en una maníaca del trabajo a causa de la soledad", confiesa en privado.

Ya en 1830, Alexis de Tocqueville escribió sobre la soledad de los americanos, describiendo a los habitantes de este país como "encerrados en la soledad de sus corazones". En la actualidad, hay un número creciente de científicos sociales y profesionales de la psicología y psiquiatría que estudian la soledad del americano contemporánco. Algunos dicen que estamos más solos ahora que en el pasado, otros dicen que lo que pasa es que creemos estarlo. Lo único claro es que no deja de ser evidente que las consecuencias físicas y emocionales de la soledad, presuponen un peligro mucho mayor de lo que todos suponían. El doctor Stephen E. Goldston, director del departamento de prevención del Instituto Nacional de Salud Mental de Washington, tiene la creencia de que la soledad "persistente y aguda" puede conducir al alcoholismo, al abuso de las drogas y al suicidio.

Las investigaciones actuales revelan que aquellos que se encuentran más solos no concuerdan con los estereotipos tópicos. Los adolescentes parecen ser los que más sufren de soledad; los ancianos, por el contrario y sorprendentemente, parecen no estarlo tanto. El éxito parece ofrecer muy poca protección.coritra la soledad -especialmente entre las mujeres-. El hecho geográfico tampoco tiene mucho que ver. Los psicólogos Carin Rubenstein y Phillip Shaver han investigado en varias comunidades rurales y grandes metrópolis y no han descubierto menos soledad en los pueblos pequeños y amigables que en las ciudades grandes y hostiles.

Según los expertos, la cultura concede tanta importancia a la adquisición de bienes y posición social que la mayoría de la gente dedica muy poco tiempo y esfuerzos a la formación y conservación de las relaciones. Las exageradas expectativas creadas por las versiones idealizadas de la vida en la televisión, el cine y en las decenas de libros de autosoluciones que se encuentran en las listas de éxitos de venta, pueden jugar también un papel importante. Además, debido a la mayor libertad y movilidad, los lazos conyugales, familiares, parroquiales y asociacionales se deshacen con mucha más facilidad.

Un cuarto de la población en Estados Unidos

Nunca había habido tanta gente que vive sola como ahora -casi un cuarto de la población en Estados Unidos-. Dentro de este grupo hay una gran cantidad de personas menores de cuarenta años que, por distintos motivos, han decidido no casarse. Las mujeres de este grupo son, muy a menudo, las primeras mujeres en su familia que viven solas. Una generación antes se hubieran convertido en amas de casa; ahora trabajan o estudian. Indudablemente, la consecución de una carrera proporciona a muchas mujeres una nueva forma de realización. Pero puede también cobrar un tributo que, hasta hace poco, había pasado casi inadvertido.

Muchos de los que viven solos están divorciados, separados o viudos, y el número creciente de personas que componen este grupo empieza a ser también motivo de preocupación.

La gente normal se enfrenta a su soledad con remedios normales. Ponen la radio o la televisión para sentir compañía, y saludan con una sonrísa al presentador de las noticias de la tarde cuando dice "Hasta mañana". Buscando compañía, recurren a los seriales radiofónícos que les proporcionan la ilusión de sentirse mezclados en los problemas cotidianos de otras personas. Toman tranquilizantes y se meten en la cama, leen o van al cine, van a la iglesia, se enrolan en movimientos evangélicos o acuden a otros tipos de cultos, compran cosas que realmente no desean, van al médico mucho más frecuentemente de lo necesario y llaman a los servicios de información telefónicos simplemente para escuchar una voz amable. Creen que la soledad es algo que. hay que aceptar, lo mismo que el mal tiempo. Ni por un momento creen que se encuentran en peligro.

El doctor James J. Lynch, especialista en enfermedades psicosomáticas de la Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland, considera que están equivocados. La soledad es peligrosa, especialmente para el corazón, cree el doctor Lynch, y afirma que lo de un corazón roto no es ninguna metáfora. En su libro El corazón roto: consecuencias médicas de la soledad, publicado en 1977, estableció una relación escalofriante entre la falta de compañía humana y las enfermedades del corazón. La mano de una enfermera puede aminorar el pulso acelerado de un paciente; la simple rutina de tomar el pulso a menudo posee la particularidad de calmar un corazón arrítmico. Mucha gente adquiere dolencias cardíacas al perder un amor o una compañía.

"El aumento de la soledad humana", concluye, "es probablemente una de las fuentes más importantes de enfermedades del siglo XX". Desde entonces, el doctor Lynch ha seguido investigando en otras enfennedades de soledad, especialmente la hipertensión y las jaquecas. En todos los casos ha encontrado alguna relación entre la soledad y la enfermedad.

"El dolor vuelto hacia adentro" es la definición médica que el doctor Lynch da de la soledad, y "una rotura de los patrones de raciocinio". Nos encontramos ante una epidemia de esto, dice, fácil de comprobar, "especialmente en actividades autodestructivas, como son el abuso del tabaco y del alcohol".

La industria de la soledad

El doctor Robert N. Bellah, sociólogo de Berkeley, considera esta epidemia como una continuación de la tradición nacional, intensificada por la historia reciente. Un equipo de entrevistadores, bajo su dirección, ha realizado unas encuestas sobre las creencias de la gente y ha descubierto que seguimos considerando ciertas verdades. como algo evidente.

"La libertad personal, la autonomía y la independencia son los valores máximos de los americanos", dice el doctor Bellah. "Uno es responsable de sí mismo. Valoramos en gran medida el que nos dejen a nuestro aire, que no se metan en, nuestras cosas".

Sin embargo, el individualismo es una, exigencia terrible", dice el doctor Bellah. Percibe que en todo el país "existe un elemento de soledad a flor de piel".

Toda esta soledad produce beneficios. Bajo la promesa de compañía y relación social se vende de todo, desde servicios bancarios ("En el Chase Manhattan tiene usted un amigo") a las llamadas telefónicas. La compañía de teléfonos dirige directamente su propaganda a los solitarios: "Tienda la mano y póngase en contacto con alguien".

Hay una gran industria en continua expansión que promete una compañía romántica a cambio de un precio. Cada vez son más las personas solitarias que están dispuestas a pagar cuatrocientos dólares o más (40.000 ó 50.000 pesetas) por suscribirse a un servicio de citas por vídeo. Intro, la primera revista nacional para personas solitarias, afirma tener una circulación inicial de 100.000 ejemplares.

Hay un fuego cruzado entre los sexos, un estancamiento de las esperanzas que explica, en parte, por qué tantos hombres y mujeres que dicen estar solos y buscando compañía no parecen encontrarla nunca.

El doctor Sol Landau nota este estancamiento en su Fundación de Asistencia a la Mediana Edad, una organización que acaba de establecerse en un edificio de las cercanías de Dadeland, al sur de Miami. "Los hombres necesitan ser neutros", dice, "y están casados con mujeres que ahora necesitan desprenderse de sus mentores. Los hombres se ven amenazados por el hecho de que sus mujeres trabajan o estudian. Solamente pueden funcionar desde el trono".

Incapaces de unirse seriamente a alguien, a menudo porque hombres y mujeres ya no saben lo que pueden esperar de su relación mutua, son muchos los que se entregan al trabajo. Los casos más agudos de soledad, dice el doctor Landau, son los de "los hombres con mayor éxito, maníacos del trabajo, hombres que están desconectados de sus vidas personales". Pero en la actualidad está aumentando el número de mujeres que entran dentro de esta categoría.

Cuando los investigadores notan que las mujeres dicen que están solas con mayor frecuencia que los hombres, interpretan este hecho, en parte, como un mayor deseo por parte de las mujeres de hablar de sentimientos, pero también sugiere una posición distinta ante la compañía y la intimidad.

Cuando Claude Fischer, sociólogo de Berkeley, preguntó a una serie de adultos con quién hablaban de cuestiones personales y qué opiniones tenían en más consideración a la hora de tomar decisiones importantes, el resultado fue que las mujeres, casadas o no, propendían a tener varios confidentes. Muchos hombres solteros dieron la misma respuesta, pero un número considerable manifestó no tener a nadie en quien poder confiar. La diferencia más acusada sin embargo, se dio en los hombres casados, que, por lo general, solamente nombraron a sus esposas como confidentes. Y cuanto mayor era el hombre, menor era la probabilidad de que tuviera un amigo o familiar en quien confiar.

Los adolescentes, más que ningún otro grupo, se lamentan de no tener nadie con quien hablar. Nadie que les muestre interés. El doctor Harvey Greenberg, especialista en psiquiatría de la adolescencia y profesor del Albert Einstein College of Medicine de Nueva York, considera que la soledad en los adolescentes tiene su origen en "una crisis familiar, en el hecho de que en la actualidad hay muchos más hijos únicos, más padres mayores y más madres que trabajan".

El doctor Greenberg añade que la soledad de los adolescentes es un factor importante en el aumento de suicidios en esa edad, que ha tenido un aumento del 300% en los últimos veinticinco años.

Los mayores, por otra parte, parecen no estar tan mal como cabía esperar. Una encuesta del grupo Harris, realizada el año pasado, mostró que el 65% de las personas de menor edad consideraron que la soledad era "un problema muy serio" para los mayores. Pero solamente el 13% de las personas de más de 65 años estuvieron de acuerdo. Es posible que esto tenga algo que ver con el descenso de las esperanzas en la vejez. Pero también puede significar, según la doctora Anne Peplau, psicóloga de la Universidad de California en Los Angeles, que los ancianos aprecian la soledad y la independencia. Consideran el vivir solos más como un logro que como una señal de rechazo de los demás.

Los amigos, dice la doctora, son más importantes para los mayores, en el aspecto compañía, que los hijos o los familiares. Es más, varios estudios han mostrado que existe más soledad entre los ancianos que viven con familiares que entre aquellos que viven solos o con amigos.

Un oasis en el desierto

La doctora Peplau, que ha estudiado la soledad y el envejecimiento, encuentra que existen diferencias genéricas significativas en la forma en que la gente se enfrenta a la soledad. "Los hombres confían en sus esposas y amigas para la relación social y la intimidad. Si sus esposas mueren antes que ellos, los hombres se encuentran en díficultades. Las mujeres, por lo general, tienen una relación heterosexual y también confían en las amistades. Da la impresíón de que se pasan todo su ciclo vital haciendo amistades. Si los amígos mueren o cambian de residencia, las mujeres los sustituyen. Los hombres, sin embargo, no lo hacen con tanta frecuencia".

Tradicionalmente, el trabajo ha ofrecido oportunidades para la relación y la compañía, pero cada vez hay más gente que trabaja sola, y hay muchos que sufren inmensamente a causa de ello. Esto ha quedado patente una soleada mañana de domingo en Houston, cuando una serie de voluntarios respondían al teléfono de la esperanza en una pequeña oficina. La mayoría de los voluntarios habían ido a trabajar al teléfono de la esperanza porque eran nuevos en la ciudad y era la forma de estar entre otras personas.

Sin embargo, en ese desierto de familias en descomposición y hambre insatisfecha de mantener relación con otras personas se han descubierto o construido algunos oasis.

Crystal Lugo encontró uno. Vivía en un sector del este de Los Angeles, donde, dice ella, "todas eran personas retiradas. No había nadie con quien hablar". Se dedicaba a ver seriales y a hablar por teléfono. Entonces, su matrimonio se deshizo y se quedó con una hija de cuatro meses. Una asistenta social le informó del programa comunal para Amas de Casa Desplazadas. Ahora está aprendiendo técnicas de oficina, pero también aprende a relacionarse con la gente.

Esta es una solución precaria debido a que el programa, costeado con fondos federales, está a punto de ser cortado el próximo año.

Mildred Murray ha encontrado otro tipo de oasis. Tiene 68 años, se ha divorciado tres veces y no está interesada en un nuevo matrimonio. Hace un año vivía en un remolque propiedad de uno de sus tres hijos. "Creí que aquello iba a ser la gloria", dice, "pero empecé a sentirme sola. Todos mis amigos habían muerto o había perdido el contacto con ellos".

Oyó hablar de un programa en el sur de California para unir personas mayores como compañeros de vivienda. Gene era un viudo que vivía en su casa de Van Nuys. A ninguno de ellos se le había ocurrido nunca la posibilidad de un arreglo tan poco convencional, pero decidieron probar.

La noche en que Mildred Murray se cambió, se la pasó mirando para la puerta del dormitorio. "Sabía que era un hombre limpio, pero no sabía si era decente". Un año más tarde, no puede imaginarse el vivir de otra forma. Algunas veces le hace la cama y la comida a Gene. Le gusta visitar a sus hijos, hacer algún viaje que otro y "el no tener que dar explicaciones a nadie". Ahora ya no se siente sola.

Las personas que crean estos oasis tienen muchas cosas en común. No niegan su soledad, no se autocastigan por estar solos, y reconocen la necesidad de tender puentes a otros, en vez de simplemente esperar a que su soledad desaparezca. Hay demasiados de nosotros, sin embargo, que somos ambivalentes con relación a nuestro entorno. Queremos independencia y un amante fiel; queremos el apoyo de la familia, pero no sus obligaciones; queremos una comunidad, pero no queremos someternos a sus normas.

Hablamos de intercambio y comunicación, pero en el fondo, lo que realmente buscamos es gente de quien poder depender, gente que ría nuestras bromas y escuche nuestros problemas. Pero no queremos realmente intercambiar nada con nuestros comunicantes. Queremos mimar a nuestras abuelas y pasear con nuestros amantes. Pero, por encima de todo, queremos tener a alguien a quien poder hablar.

Copyright 1982. The New York Times.

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