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Una sorda lucha por el poder / 1

Lo que resulta chocante es, en primer lugar, la rareza de las sucesiones. La URSS es uno de los raros, si no el único, país del mundo que sólo ha tenido cuatro dirigentes supremos en 65 años. Breznev, con sus dieciocho años de reinado, ha superado a su predecesor Jruschov (once años) y Lenin (siete años), aunque ha quedado muy lejos por detrás de Stalin, campeón de la longevidad, con sus 29 años de dictadura.Esto es bastante normal en un sistema que no sólo gravita alrededor de un partido único sino que, además, busca permanentemente la concentración de la autoridad alrededor de una dirección centralizada en la cúspide de dicho partido.

Desde el mismo momento en que la posibilidad de unas elecciones auténticas está excluida, y con ella la alternancia impuesta que de éstas pudiera derivarse, el relevo de las élites no puede provenir más que del capricho del dirigente supremo.

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Cinco años para afianzarse en el poder

En todas las sucesiones precedentes se puede destacar una regla común: el proceso se extiende a lo largo de unos cinco años.

Hasta 1929, cinco años después de la muerte de Lenin, Stalin no consolidó definitivamente su dictadura, después de haber expulsado a León Trotski del país y tras haberle excluido sucesivamente del Buró Político, del Comité Central y, finalmente, del partido. En 1953, Malenkov, heredero aparente de Stalin, no se mantuvo más de una semana al frente del partido y tuvo que ceder el sitio a Jruschov; pero hubo que esperar a 1958 para que este último terminase de apartar a sus principales adversarios y pudiera pensar en conducir una política personal.

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Después de él, Breznev estaba en principio en una mejor situación de salida, puesto que había sido nombrado por todo el equipo de relevo. Sin embargo, le hicieron falta cinco años, hasta 1969, para emerger claramente como el primus inter pares. Y ni siquiera ha ejercido nunca el poder muy personal de sus predecesores.

Una segunda regla se desprende de las precedentes: el sucesor debe elegirse entre las raras personalidades con un puesto a la vez en el Secretariado del Partido, base de salida para la conquista del poder, y en el Buró Político, organismo en el que se reúnen los dirigentes ya instalados y, sin los que no puede emprenderse nada serio. Stalin triunfó precisamente porque ya era, a la muerte de Lenin, secretario general, un puesto entonces oscuro, creado por él en 1922. Paradójicamente fue él el que modificó más la tradición que había creado, puesto que al final de su reinado gobernaba apoyándose más en la policía secreta, accesoriamente en el Gobierno, que sobre un partido aterrorizado y disminuido.

Esto no impide que en 1953, aparte de Beria, que pretendía prolongar el monopolio, los dos sucesores posibles, Malenkov y Jruschov, eran a la vez miembros del Secretariado y del Buró Político. El primer resultado de la crisis de sucesión fue el restablecimiento de la primacía del partido, es decir, de su Secretariado.

Nada ha cambiado desde entonces en este aspecto, y por esto es legítimo desde la muerte de Mijail Suslov, que era uno de los más prestigiosos de estos acumuladores, mirar primero hacia las personalidades que se encuentran en la misma situación, Andropov y Chernenko, pero también hacia Gorbachev, aunque este último no haya alcanzado, la misma notoriedad y esté encargado de una responsabilidad demasiado suicida -la agricultura-, para no parecer todavía más frágil que sus rivales.

Las bazas de Andropov

Entre estos tres hombres -a los que algunos añaden a veces Grichin, primer secretario del partido en Moscú y miembro del Buró Político, pero no del Secretariado Central (l)-, es indudablemente Andropov el que, según la opinión general, tiene las mejores oportunidades, tal y como están las cosas, de emerger, si bien no como el dirigente incontestado, al menos como el primus inter pares de la primera fase de la sucesión. Su promoción, en mayo de 1982, al Secretariado del partido, en el que ha heredado aparentemente una parte de las funciones que ejercía Suslov, ha sido el índice decisivo en este sentido.

Tres bazas pueden reconocérsele:

1. Su perfil de carrera, en primer lugar. Andropov no ha sido sólo el president e de la policía secreta (KGB) durante quince años: ha tenido durante los años cuarenta responsabilidades locales (en Carelia, Finlandia) antes de ocuparse, durante otros quince años, de las relaciones exteriores del partido a nivel de su aparato central (con este título ha formado parte durante cinco años, de 1962 a 1967, del Secretariado). Su experiencia tanto nacional como internacional hace, pues, de él un dirigente completo, aunque no haya penetrado en el sacrosanto sector organizacional del partido, el que se ocupa de los cuadros.

2. No es un protegido personal de Breznev, como lo es Chernenko, y la lección a sacar de los acontecimientos que han seguido a la desaparición de Mijail Suslov (2) es que el jefe del partido y del Estado tiene menor autoridad de la que se admitía generalmente. La curiosa campaña de rumores lanzada en primavera contra las implicaciones de miembros de su familia en escándalos financieros intentaba hacer pasar "este mensaje".

Poco después, Chernenko, que no tenía otra baza que el apoyo del secretario general, debía apretarse en el Secretariado para dejar un sitio a Andropov. Sin duda, la última palabra no se ha dicho aún, al no haber visiblemente Breznev renunciado a promover a su protegido. Pero este último verá sus posibilidades reducirse más aún con la desaparición de su protector.

3. Finalmente, Andropov tiene la ventaja, por su largo período al frente del KGB, de conocer todos los entresijos del régimen y, mejor que nadie, a sus pares y sus vulnerabilidades. En este sentido podría ser que la campaña contra la corrupción, que ya ha empezado, tome más amplitud después de la desaparición del secretario general, hasta el punto de convertirse en un arma política en la lucha para la sucesión: ese mal, que hace estragos endémicamente en un país que sufre la penuria, en el que la mayoría de los privilegios materiales están unidos a la ocupación del poder, no ha podido sino agravarse durante los años breznevianos con la petrificación de las mismas élites.

En todos estos puntos, Andropov, suponiendo incluso que haya abandonado la supervisión del KGB, sabe probablemente mucho más que muchos otros.

Con todo esto, lo más destacable es la reputación de liberal o, en todo caso, de moderado de que goza Andropov en los medios más diversos, incluso entre los disidentes de la URSS o de la Europa del Este, e incluso entre los húngaros, que, sin embargo, se acuerdan de que el delfín actual de Breznev era embajador en Budapest en 1956, en el momento del aplastamiento de su insurrección. Más cultivado que la media de los apparatchiki, (hombres del aparato del partido), abierto a las sugerencias y a las ideas de reforma, tales son los calificativos que se oyen más a menudo respecto a él.

Una confirmación indirecta les ha llegado en la medida en que la política del KGB ha marcado un endurecimiento en dos terrenos durante estos últimos meses: desde la partida de Andropov de esta organización se han realizado arrestos de disidentes en medios nuevos, no en contacto con el extranjero; además, se han decidido importantes restricciones en las comunicaciones telefónicas con Occidente, especialmente con la casi supresión del enlace automático.

La influencia de la policía política y del Ejército

¿Se trata de iniciativas impedidas durante mucho tiempo por Andropov y que repentinamente serían posibles con su sustituto, Fiodorchuk, hasta entonces oscuro jefe del KGB en Ucrania? O bien Andropov, que continuaría siendo responsable de ese sector, ¿se ha arreglado para que no se vea afectada su reputación de liberal? Pasará mucho tiempo antes de que se sepa.

El caso es que la policía política y también el Ejército tendrán algo que decir en la sucesión. Ya lo habían hecho en todas la grandes decisiones institucionales tomadas desde la muerte de Stalin; mucho más lo harán ahora. El peso de esos pilares del poder no ha dejado de crecer a medida que el partido mostraba su impotencia en la mayoría de los terrenos distintos al militar y al policial, y a medida que el régimen confirmaba su predilección por estos instrumentos clásicos del poder imperial.

(1) Jruschov era también, en vísperas de la muerte de Stalin en 1953, primer secretario en Moscú, pero al mismo tiempo formaba parte del Secretariado y del Buró Político. (2) Guardando las proporciones, una situación similar se ha presentado en China por el hecho de que Zhou Enlai, que habría podido ser el árbitro de la sucesión de Mao, muriera antes que este último. En estas condiciones se explíca mejor el que la crisis de sucesión en Pekín haya durado tanto tiempo. Michel Tatu fue corresponsal de Le Monde en Moscú

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